Como comentábamos en una anterior entrada, la carta más importante basada en un acontecimiento astronómico cíclico anual es la del Ingreso Vernal, que marca el momento temporal del comienzo de la Primavera en el Hemisferio Norte, donde florecieron en la antigüedad las más desarrolladas culturas que nos legaron este conocimiento, este saber que hoy conocemos como Astrología.
Nuestros antepasados, que sin duda fueron grandes observadores de la Naturaleza y sus ciclos, establecieron que existían correlaciones entre los ciclos naturales en dimensión horizontal (terrestre) y los ciclos en dimensión vertical (celeste).
Situados como estaban en la corteza de Gaia, corroboraron como la vida de los seres que la poblaban, reinos animal y vegetal, parecían manifestar una analogía paralela con el ciclo estacional anual. Así percibieron que cuando la naturaleza despertaba en el mes de Marzo aproximadamente a partir del Equinoccio Vernal, inicio de la Primavera en el Hemisferio Norte, (fenómeno astronómico que se conoce desde la más remota antigüedad, como demuestran cientos de edificaciones de uso ceremonial repartidas por todo el mundo, donde este momento anual queda reflejado en su arquitectura como un hecho inequívoco), la vida parecía comenzar de nuevo tras el frío y la muerte invernales.
EL CICLO DE TRASLACIÓN
Establecieron de esta forma un paralelismo analógico con su propia existencia asociando esta época con la del comienzo de su vida y desarrollo. Pero había más, también podía, (en un ciclo menor diario que se repetía ad infinitum), asociarse ese momento analógicamente con el del amanecer, cuando el Sol parecía procurar el final de la oscuridad, del sueño reparador nocturno de la “no existencia”, y traer con su presencia en el cielo la actividad, la consciencia y la vida sobre la Tierra.
EL CICLO DE ROTACIÓN Y SU ANALOGÍA
La noción de ciclo es básica en la naturaleza y en la vida: desde los ciclos de las estaciones hasta los ciclos biológicos. Naturalmente, la idea de ciclo está unida a las de tiempo, movimiento y ritmo. Y bien puede afirmarse que la Astrología es, ante todo, el estudio de los ciclos, en la medida en que los movimientos planetarios se ajustan a esta idea y se reflejan en los fenómenos terrestres.
Así, el movimiento diario de la Tierra determina el ciclo cotidiano en que se alternan el día y la noche, de la misma manera que el movimiento (aparente) del Sol a lo largo del año determina el ciclo de las estaciones. Y tanto en un caso como en el otro, estos ciclos tienen cuatro momentos críticos o fundamentales: la salida del Sol (amanecer), la culminación del Sol (mediodía), la puesta del Sol (ocaso) y la anti-culminación del Sol (medianoche). Asimismo las cuatro estaciones anuales: Primavera, Verano, Otoño e Invierno y los también cuatro momentos temporales astronómicos que las inician: Equinoccio Vernal, Solsticio de Verano, Equinoccio Otoñal y finalmente Solsticio de Invierno
Fue por todo lo anterior que nuestros antepasados decidieron inteligentemente que el año, el ciclo anual, comenzaba cuando la vida hacía aparición de nuevo cada año en el comienzo de la primavera, pues análogamente este momento presentaba claras connotaciones similares al comienzo del ciclo menor diario en el instante del amanecer, y extrapolándolo al de su propia existencia en el momento del comienzo de su propia vida.
A partir de fijado ese momento comprobaron que el Sol culminaba reinando en lo alto todos los días (Zenit), y ese momento tenía su análogo en el ciclo anual de la primitiva agricultura, cuando los cereales alcanzaban su máximo crecimiento y desarrollo. Entonces era el momento de máximo calor, poco después del Solsticio de Verano, y el calor era signo inequívoco del “reinado” del Sol, cuando este astro llega a la máxima declinación Norte sobre el ecuador terrestre, ocupando el grado 0 de Cáncer.
De nuevo captaron un paralelismo con su propia existencia, pues alcanzado ese momento de plenitud, tanto solar,en el ciclo anual (ciclo largo), como físico en el ser humano, comenzaban a declinar ambos, haciéndose en el ciclo anual los días más cortos, con menos tiempo de luz, tiempo que sin embargo se añadía al de la noche, y de similar forma, tras la plenitud vital de la juventud, declinaba la fuerza en el ser humano.
Habiendo establecido que la noche en el ciclo diario (ciclo corto) era sinónimo de “no existencia”, sueño e inactividad, (por lo tanto tendente a la muerte) comprobaron que a partir del mediodía, cuando la fuerza del astro era máxima en luz y en calor, el Sol parecía declinar y brindar menos de ambas, encaminándose en el siguiente periodo hacia su morada nocturna, muriendo cada jornada en el oeste.
Por ello a este momento de máximo calor y luz le asociaron por analogía con el periodo vital de máxima fuerza y energía en el ser humano, a partir del cual menguaba esta idénticamente a como lo hacia la fuerza solar tanto en el ciclo anual (largo), como en el diario (corto). En ese momento el Sol parecía ir menguando su fuerza, luz y calor, por lo tanto vida…….., análogamente a como experimentaba el ser humano durante las últimas horas de duro trabajo en el campo.
La siguiente observación les llevo a comprobar que existía otro momento en el ciclo largo (además del de inicio del ciclo anual) en el que las horas de luz eran en duración idénticas a las de oscuridad. En su pérdida de poder el Sol había cedido luz a la oscuridad y entonces la duración de ambas estaba en un equilibrio exacto. Esto coincidía con el tiempo de las cosechas cuando los frutos parecían llegar a su madurez máxima, pasado el cual, si no se recolectaban, tendían a perder parte de sus cualidades pudiendo incluso llegar a estropearse para su consumo.
En el ciclo diario sucedía algo similar: El Sol, que había “reinado” en su Zenit, perdía fuerza y “caia” hasta el horizonte occidental existiendo en ese momento crepuscular vespertino un equilibro de luces y sombras pasado el cual la oscuridad crecía y el Sol desaparecía bajo la Tierra (era enterrado) en el horizonte, dejando un rastro de luz tras él, que poco a poco menguaba hasta su desaparición total. Con su pérdida también lo hacían de la faz de la Tierra el calor y la actividad humana que lo acompañaban, y el hombre, tras la jornada de duro trabajo, experimentaba como su propio cuerpo parecía menos cargado de vitalidad e invitaba al descanso del sueño reparador, al reino de la oscuridad y de la “no consciencia” por lo tanto tendía en alguna manera hacia la muerte aparente.
Finalmente, y por último, existía un cuarto momento en el que estacionalmente llegaban las nieves y el frío se volvía más intenso. Las plantas y la vegetación habían muerto, las hojas caídas previamente se habían podrido en el barro de otoño, y ya no quedaba rastro de vida en ellas. Los animales incluso tendían a verse menos, esconderse o incluso desaparecer durante este tiempo. La actividad humana, tanto agrícola como ganadera, era mínima o inexistente. Los días se habían hecho oscuros con un tiempo de oscuridad mayor que el de luz, incitando a vivir más hacia adentro, refugiados de las duras inclemencias de los elementos atmosféricos. El hombre vivía entonces básicamente de lo que había podido almacenar durante los periodos estacionales previos, pues entonces adquirir el sustento vital en forma de alimentos resultaba imposible dada su ausencia total, ya que la tierra permanecía entonces helada, estéril y yerma.
Esa victoria de la oscuridad tenia un momento en el cual era máxima, tal como sucedía durante el ciclo diario tras la puesta de sol, el brillo y el recuerdo de éste habían desaparecido por completo siendo la oscuridad total la que reinaba, así como el silencio absoluto y la inactividad similar a la muerte aparente. El hombre se hallaba en pleno descanso, no consciente, por tanto era como si le hubiese sobrevenido también la muerte.
Ese momento se producía alrededor del 21 de Diciembre en el ciclo anual (por eso la raíz del nombre del mes procede del número diez, como Noviembre nos conduce al nueve, Octubre al ocho, Septiembre al siete etc, cuenta regresiva que si continuamos nos conduce finalmente al mes de Marzo, mes de Marte el regente del primer signo zodiacal, como mes número uno de la serie), en el ciclo diario correspondía con la medianoche y en el vital humano se asoció con la muerte.
Pasado este exacto momento el Sol parecía ganar de nuevo minutos de luz a la oscuridad hasta llegar una vez más, en duración, al equilibrio de ambas, hecho que acontecía renovadamente en el nuevo año que comenzaba el siguiente Equinoccio Vernal en el comienzo de la siguiente estación primaveral, allá por el 21 de Marzo donde el ciclo parecía repetirse de nuevo similarmente a como sucede en el ciclo diario.
Estas conclusiones del hombre primitivo conducirían finalmente a la concepción del pensamiento reencarnacionista, pues si la naturaleza que moría cada ciclo volvía a renacer en Prima-vera (“primera estación”, vemos de nuevo aquí la raíz del número uno), y el Sol que moría cada día renovaba su vitalidad y se alzaba de nuevo triunfante sobre las tinieblas cada amanecer, por analogía el ser humano también debería hacerlo, renacer tras la muerte aparente.
EL CICLO ANUAL Y SU ANALOGÍA CON EL DIURNO
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