Juan Carlos, un amigo pintor y astrólogo de Madrid me envía la siguiente y brillante cita que comparto plenamente:
"Está claro que el Renacimiento, que favoreció la resurrección de una filosofía ajena, desde entonces, al servicio de la religión, restableció y reencontró el tema de la autonomía de la razón presente ya en los griegos, y permitió el auge de la ciencia sobre bases empírico-racionales con Galileo, Descartes, y Bacon. Este auge de la ciencia favoreció el acceso al saber, pero separando los objetos de conocimiento entre sí y abriendo una distancia entre éstos y el sujeto cognoscente, en suma, disolviendo la complejidad*. Esta razón, que se manifiesta ya en las ciencias, va a convertirse en soberana a lo largo del siglo XVIII francés. En este momento va a desplegarse la razón, en cuanto razón crítica y constructiva de las teorías; la razón crítica va a desautorizar los mitos y la religión. En cierto modo, esta razón construye sus teorías --especialmente las teorías científicas-- y elabora la teoría de un universo totalmente accesible a la razón y de una humanidad guiada por esa razón con mayúscula. Esta razón soberana se vuelve providencial en un mito casi religioso."
* Entiendo por ésta (complejidad) lo que C. G. Jung describía como sofisticación. Es decir, una respuesta (ambigua) que no queda cerrada, que no propone una claridad absoluta.
"¿Hacia el Abismo? Globalización en el siglo XXI", de Edgar Morin. ed. Paidós, 2010. Capítulo 3º: "Más allá de las luces", (págs. 31 y 32).
Edgar Morin (París, 1921) es director de investigación emérito en el Centro Nacional de Investigación, codirector del Centro de estudios Transdisciplinarios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, presidente de la Agencia Europea para la Cultura (UNESCO) y presidente de la Asociación para el Pensamiento Complejo.
Juan Carlos Rodriguez hace la siguiente reflexión:
Esto nos ofrece la pista de que "tal vez" sea soberanía y no razón-ciencia lo que persiguen "los mequetrefes", y utilizando, inconsciente y paradógicamente, su contrario, el providencialismo religioso. Mequetrefes que, por otra parte, siquiera alcanzarían a atisbar la existencia de aquellos mecanismos de sofisticación. Muy ocupados están en otra cosa: en publicitarse, por ejemplo. Inercias de una educación demasido rústica y autosatisfecha. Y en voz muy alta. Aunque todo esto ya lo sabíamos.
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