viernes, 25 de febrero de 2011

Todos preparados para la sublevación


Las revueltas de Túnez y Egipto han desatado una onda expansiva y democrática en el mundo árabe. Los expertos coinciden en que no hay vuelta atrás, en que la actual sublevación popular dará un vuelco al mapa político de la región para siempre. Pero dicen también que llevará tiempo. Y que aunque puede que algunos regímenes caigan, lo más probable es que muchos Gobiernos opten por acometer reformas preventivas para contentar a la población y evitar daños mayores. Algunos de ellos ya han empezado:

- Túnez. El 14 de enero, el presidente Zine el Abidine Ben Ali huyó rumbo a Arabia Saudí, acorralado por los manifestantes que exigían su salida tras 23 años de mandato. Mohamed Ghanouchi, antiguo primer ministro dirige ahora un Gobierno interino. Las revueltas han dejado unos 150 muertos, según Naciones Unidas.













- Egipto. El expresidente Hosni Mubarak y su familia directa tienen desde ayer prohibido salir de Egipto. Además han sido congeladas sus cuentas bancarias en el país. La Fiscalía General anunció ambas medidas en un comunicado escueto, que no ofrecía detalles sobre las posibles investigaciones en curso. El pasado día 21, la Fiscalía solicitó que fueran bloqueadas las cuentas en el extranjero de Mubarak; su esposa, Suzanne; sus hijos, Alaa y Gamal, y las esposas de ambos.

Gamal, el hijo predilecto del expresidente, que hasta la revuelta iniciada el 25 de enero se perfilaba como su sucesor en la presidencia, tiene domicilio en Londres. Sin embargo, Mubarak aseguró en sus últimos discursos que pensaba morir en Egipto. Tras su dimisión se trasladó a su palacio en Sharm el Sheij, junto al mar Rojo, y se supone que permanece allí.















- Yemen. Ali Abdullah Saleh ha prometido que abandonará la presidencia del país más pobre del mundo árabe en 2013 y que su hijo no le sucederá. La promesa es una consecuencia de las multitudinarias protestas -20.000 personas el pasado jueves- registradas en el país. Los manifestantes piden la salida del presidente y reformas económicas así como el fin de la corrupción.











-  Arabia Saudita. Los gobernantes saudíes temen un posible contagio de las reivindicaciones de los opositores bahreiníes (esencialmente chiíes) a su propia población chií, con la que mantienen relaciones de vecindad y parentesco. Como en Bahréin, los chiíes constituyen la mayoría de los habitantes de la Provincia Oriental, si bien en el conjunto de Arabia Saudí apenas suponen entre un 10% y un 15%.

Se trata de una minoría de la que la ortodoxia suní dominante siempre ha recelado. A la tradicional rivalidad entre ambas ramas del Islam, la revolución islámica en 1979 añadió la sospecha de que los chiíes eran agentes de Irán. Esos perjuicios han contribuido a su marginación social y económica hasta el punto de que el nivel de vida de la región donde se extrae el grueso del crudo saudí es mucho más bajo que el del resto del país.

 












- Jordania. El rey Abdalá II de Jordania ha adoptado reformas preventivas con las que aspira a contener el malestar en el reino hachemita. Islamistas, grupos de izquierdas, de parados y militares empezaron a salir a la calle hace cuatro semanas para protestar por la subida del precio de los alimentos y del combustible. Grupos como los Hermanos Musulmanes jordanos aspiran a que Jordania se convierta en una monarquía constitucional. La presión de la calle forzó al monarca a destituir al Gobierno el pasado martes y a nombrar a un nuevo primer ministro. La medida logró dividir a la oposición, parte de la cual ha optado por dar una oportunidad al nuevo Ejecutivo.












- Siria. Los vientos de cambio no han llegado, al menos de momento, a la hermética república siria. A pesar de que varias páginas de Internet llaman desde hace semanas a la "revolución siria" y de que suman miles de seguidores, el fervor reformista no se ha trasladado a la calle. Las convocatorias apenas han sido secundadas y han tenido como objetivo respaldar la lucha en las calles de los egipcios más que exigir cambios internos en Siria. Human Rights Watch denuncia que varios activistas han sido detenidos y atribuye la escasa movilización al miedo de los sirios a incomodar al régimen de Bachar el Asad.














- Argelia. El Gobierno argelino también ha adoptado reformas preventivas en respuesta a las protestas. El presidente Abdelaziz Buteflika anunció esta semana que piensa derogar el estado de emergencia, que rige en el país desde 1991. El levantamiento restringiría las cortapisas a la libertad de expresión y de manifestación. Hay una marcha de protesta convocada para el próximo día 12.












- Territorios palestinos. A medio plazo, un cambio de Gobierno en Egipto, podría beneficiar a los Gobiernos de Gaza y Cisjordania. Cualquier Ejecutivo que nazca de unas elecciones libres y que refleje el sentir de los egipcios inclinaría la balanza a favor de los palestinos en detrimento de los intereses israelíes. A corto plazo sin embargo, las autoridades en Gaza y en Ramala han reprimido cualquier atisbo de protesta que pudiera derivar en daños a su ya minada popularidad.








- Irán. El 60% de la población tiene menos de 30 años, una buena formación, escasas perspectivas laborales y menores aún de poder influir en el sistema que les gobierna. La descripción encajaría como un guante para Túnez, pero se refiere a Irán, donde el detonante para las protestas no ha sido la inmolación de un vendedor ambulante sino el fraude electoral. Casi un año y medio antes de que los jóvenes tunecinos se echaran a la calle para cambiar su Gobierno y abrieran las puertas a un cambio mundial, los iraníes ya habían salido a denunciar la dictadura que les ahogaba.

Para un país acostumbrado a mirar por encima del hombro a sus vecinos árabes, no deja de resultar paradójico que éstos le hayan tomado la delantera en la exigencia de sus derechos como ciudadanos. Los observadores solían decir que Irán era el país de Oriente Próximo más maduro para la democracia. Con toda seguridad esta nación multiétnica en la que los persas son la minoría mayoritaria, sigue estando preparada. Pero antes tendrá que resolver la fractura interna que le impide llegar a un consenso sobre si quiere ser dirigida por instituciones electas o de inspiración divina.











- Marruecos. Miles de internautas han pedido al rey de Marruecos que modifique la constitución y que ponga fin a la corrupción. El Gobierno marroquí dice estar "sereno" ante las ciberconvocatorias que invitan a los marroquíes a salir a la calle a protestar. Una página de Facebook ha llamado a manifestarse el próximo 20 de febrero a favor de "grandes reformas democráticas".














- Libano. En Líbano también se han vivido las ya célebres jornadas de la ira. Grupos de jóvenes suníes salieron a la calle en varias ciudades del país, quemaron neumáticos y se enfrentaron a las fuerzas de seguridad. No lo hicieron como en Egipto, con intención de derrocar a ningún régimen dinástico, ni para quejarse de que sus gobernantes les roban el pan. Lo hicieron para protestar contra los chiíes que dicen, acumulan poder con Hezbolá a la cabeza y han impuesto a su candidato al frente del Gobierno. Es la histórica lucha intersectaria la que hace que Líbano no figure de momento entre los países árabes susceptibles de seguir la estela de Túnez y de Egipto, sostienen diversos analistas. El abismo que separa a buena parte de las 18 sectas oficiales libanesas, impide que formen frente común para protestar juntos en contra de nada, añaden.

















- Omán. Las protestas que han estallado en Sohar, el segundo puerto de Omán, han sorprendido además de alarmar. El sultanato, la segunda monarquía petrolera árabe alcanzada por los vientos de cambio que agitan la región, estaba considerado uno de los países más estables de la zona. Aunque gobierna con poder absoluto desde hace 40 años, Qabus ha sido un autócrata benevolente que ha logrado mantener alejados tanto los excesos de sus vecinos como el terrorismo islamista


















- Libia. Calificar a Muamar el Gadafi de dictador excéntrico sería empequeñecer al personaje. Primero, porque no solo cumple hasta el último precepto del manual del buen tirano (41 años en el poder, conversión de Libia en una finca familiar, pretensiones dinásticas, culto a la personalidad, represión minuciosa de la disidencia), sino que aporta un toque exquisitamente cínico al oficio: acusa a los libios de todos los males del país, ya que, dice, en 1977 él les entregó el poder absoluto a través de la jamahiriya, un sistema político de su invención traducible como república de las masas; si las cosas no funcionan, es culpa de ellos.

En Libia acababan de descubrirse gigantescas reservas de un petróleo de excelente calidad, lo cual permitió a Gadafi establecer un régimen basado en los servicios sociales gratuitos (el nivel educativo y la esperanza de vida son hoy de los más altos en África), en el código moral islámico y en el nacionalismo panarabista. Imitando a Mao, otro de sus modelos, publicó entre 1972 y 1975 los tres tomos del Libro Verde, en el que expuso los principios teóricos de la jamahiriya, un sistema asambleario que definía como "democracia perfecta". Tan perfecta, según Gadafi, que el presidente y jefe supremo de las Fuerzas Armadas no requería un rango superior al de coronel, dado que en una sociedad como la libia, cuyo poder era ejercido directamente por el pueblo, carecían de sentido las jerarquías tradicionales.






















Fuente: El País

















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