jueves, 14 de abril de 2011

La noche temática - La batalla de Chernóbil y Desechos nucleares


A través de imágenes no vistas hasta ahora y entrevistas a los principales implicados, nos sumergimos en el desastre nuclear de Chernobil.

El 26 de abril de 1986 una prueba de seguridad en la central nuclear de Chernóbil provocó la mayor catástrofe nuclear de la historia. La explosión del cuarto reactor desencadenó una reacción en cadena que amenazó con provocar una segunda explosión aún más potente, diez veces más fuerte que la de Hiroshima y que habría afectado a media Europa.

Cojo un bidón de residuos nucleares, lo tiro por el retrete…


… y ya van 140.000 toneladas de residuos radioactivos a unos 600 km de las costas gallegas que el mar se ha tragado. Y como podéis sospechar, no solo ahí.

Llevamos jugando a la energía nuclear desde los años 40 y durante muchas décadas se pensó que el vertedero ideal para los residuos radioactivos era el mar. Un sitio grande, muy grande, donde según argumentaban, en caso de que se rompiera por la corrosión, el elemento radioactivo soluble se iría diluyendo con lo cual, al haber menos radioisótopos por unidad de volumen, la radiación sería cada vez menor hasta ser inapreciable. Hoy en día nos parece un disparate, y ciertamente lo es, pero durante décadas esta fue la manera en la que nos deshicimos de la basura nuclear.




 



El fin de semana pasado emitieron en “La Noche Temática” de La 2 un par de documentales muy interesantes al respecto del problema nuclear. Uno sobre desechos nucleares y otro sobre Chernóbyl que desde ya os invito a visualizar para que entendáis, si no lo conocéis ya, el alcance. Hace apenas 25 años de aquello. Y hace 25 años el panorama fue totalmente desolador.

Hoy nos da miedo ver esos barriles corroídos por el efecto del agua, y aún sabemos que algunos vertidos ilegales continúan.



Una parte del razonamiento que llevó a echar la basura al mar era cierta, lo malo es que no se contaba con que la mayor parte de esos materiales radioactivos son metales muy pesados, materiales no volátiles que no se disuelven así como así, que pasan a intoxicar las inmediaciones del ecosistema en el que son vertidos y que se incorporan al mismo. La vida puede resistir altas dosis de radiación y esa radiación puede acabar incorporándose a multitud de organismos, organismos que pueden esparcirse mucho más allá de las inmediaciones de donde estaba el vertido y alcanzar, en la práctica, cualquier punto del planeta. Estos problemas, conocidos como bioacumulación y biomagnificación están bien estudiados y ponen al descubierto la debilidad de ese razonamiento inicial.

Nosotros, occidente, los “países civilizados” confiamos en una especie de fe ciega en los controles de calidad y en la seguridad de los alimentos que ingerimos, y yo no pongo duda en ello. Creo de hecho que cuando hay una catástrofe más se endurecen los controles, y es cuando tal vez se vuelva más seguro consumir porque sabemos que lo que llega al mercado estará libre de sospecha con toda confianza.
Sin embargo toda esa radiación que hemos ido incorporando al medio ambiente no solo tiene como efecto el subir el nivel medio de radiación de fondo natural que todos recibimos por el hecho de estar vivos. También pasa a formar parte de nuestra vida y quién puede calcular el impacto que eso tiene en nuestra salud y en la de todo el planeta a medio o largo plazo. Sencillamente, nadie lo sabe ni lo puede calcular. No se hacen estudios completos porque no se sabe el área afectada.

Además, los modelos empleados habitualmente para calcular el índice de afectados están basados en Hiroshima y Nagasaki: bombardeos donde una fuente de radiación puntual provoca un fallout radioactivo en una zona localizada. ¿Pero hasta qué punto podemos comparar esto con una situación como la de Chernóbyl, en la que se tardó 7 meses en aislar (temporalmente) del mundo el reactor 4 que hasta entonces estuvo contaminando las inmediaciones con niveles elevadísimos, produciendo envenenamientos por Yodo, Cesio, Estroncio y otros materiales no volátiles en Bielorrusia y muchos más países, por no hablar de la contaminación más local con no volátiles? Esa contaminación que aún hoy perdura y sigue afectando a la vida. Como para saber qué demonios ha pasado con toda esa basura radioactiva que vertimos tan alegremente frente a nuestras costas.

Y es que abrazando el mayor de los pragmatismos podemos decir que la energía nuclear, en sí, no es mala. El problema es cuando metes la economía, los intereses y el dinero de las compañías energéticas y de los estados de por medio. Cuando empiezas a tener que ajustar presupuestos y ves que la seguridad es carísima. Todo ese debate transcurre a espaldas del ciudadano, y es una parte bastante turbia y que no suele salir a la luz hasta que no queda completamente en evidencia el desastre. El “factor humano” siempre está ahí y es imposible de ignorar.

La radioactividad es un enemigo silencioso y paciente, una lotería macabra en la que cuanto más tiempo estamos expuestos más cientos de papeletas compramos para participar. Y nadie nos garantiza que vayamos a vivir o a morir, o que dentro de años o décadas podemos desarrollar cáncer debido a ella. Los modelos sirven para pelearse entre los distintos lobbies interesados, pero la realidad está ahí. Que se lo digan a los miles de bielorrusos con terribles malformaciones post-Chernóbyl. No es algo que podamos dejar al azar, no es algo con lo que se pueda comerciar. Porque ni siquiera los que comercian con la muerte saben hasta dónde puede llegar su insensatez.

Recuerdo que en la novela “Chernóbyl” de Frederik Pohl decía que cada vez que respiramos, una de las moléculas que entra en nuestros pulmones ha sido respirada por Julio César y que Chernóbyl estuvo exhalando gas tóxico radioactivo durante meses, para que nos hagamos una idea de hasta dónde alcanza. Posiblemente la afirmación, así sin más, sea bastante alarmista y haya que cogerla mucho con pinzas y tal, pero sin embargo, el sustrato de esta afirmación sí que es indudablemente cierto: cada vez que hemos echado basura al mar, al aire o a donde sea, esa basura permanece. Y tarde o temprano, acabamos pagando por ella.

En Chernóbyl lucharon, mal que peor, contra el peor enemigo radioactivo de la historia. La “suerte” era que estaba ahí, en el reactor 4, y que la lucha era contra un foco. Aún así, como ya sabréis, la desinformación y la mentira ha matado y ha hecho mucho más daño que cualquier dosis de radiación.
(…) No vi la explosión. Sólo las llamas. Todo parecía iluminado… El cielo entero… Unas llamas altas. Y hollín. Una calor horroroso. Y él seguía sin regresar. El hollín era porque ardía el alquitrán; el techo de la central estaba cubierto de asfalto. Sobre el que la gente andaba, como él después recordaba, igual que sobre resina. Sofocaban las llamas y mientras él reptaba. Subía al reactor. Tiraban el grafito ardiendo con los pies… Se fueron sin los trajes de lona; se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les avisó; los llamaron a un incendio normal…
“Voces de Chernóbil”, de Svetlana Alexievich.
¿Cómo podemos determinar el impacto que pueda tener en nuestro futuro todos esos vertidos descontrolados que se han hecho? En 1995 se determinó que era una locura tirar los bidones radioactivos al mar y se empezaron a llenar las Spent Fuel Pools de los reactores con material esperando a que se construyeran almacenes de control de residuos de alta actividad para enterrar para siempre este veneno, o proponer soluciones alternativas.

Yo decía no hace mucho que la energía nuclear es una hipoteca que tenemos que saldar cuanto antes, pero más bien a medio plazo, debido al desarrollo tecnológico. Cada día que pasa creo que estamos más cerca de lo que pensamos de saldar esa hipoteca. Otro día os hablaré de por qué creo que en realidad, sí que podríamos desconectar las centrales nucleares antes de lo que pensamos. Lo malo es que esto no se termina el día que se apague el último reactor, porque esa basura seguirá siendo tóxica por miles de años.

A día de hoy, la única solución mientras se sigan produciendo residuos es enterrarlos protegidos de alguna manera, con hormigón, vidrio, cerámicas o lo que sea, a gran profundidad y en zonas bien delimitadas. Pero una vez más nos asalta una macabra duda. Estamos hablando de residuos que viven decenas de miles de años o millones de años. Si ya no podemos garantizar la estabilidad política de un país durante más que un puñado de décadas, si llega, ¿cómo vamos a garantizar la seguridad de esos vertidos a largo plazo? El debate sobre el modo de señalizar estos cementerios de cara a evitar que “el hombre del futuro” descubra el macabro regalito que le llevamos preparando durante décadas es muy controvertido y no hay una respuesta clara a qué hacer con eso.
Incluso he visto plantear soluciones muy sci-fi como la de lanzar cohetes con desechos radioactivos al Sol, para deshacernos de ellos. Esto cuenta con al menos dos inconvenientes directos y evidentes. El primero es el tecnológico: desde la cancelación del programa Apollo no tenemos lanzadores capaces de enviar más que unos pocos miles de kilos a la órbita baja, como para plantearse llevar cosas que pesan hasta 20 toneladas por metro cúbico a 150 millones de kilómetros. Y el segundo es, si existiera tal ingenio pirotécnico, a ver quién se enfrenta al riesgo de que falle el lanzamiento desperdigando todo ese material radioactivo en la zona del lanzamiento.
No inspira mucha confianza que las medidas consistan básicamente en o bien esconder debajo de la alfombra o bien tirar la basura bien lejos. Pero es que no podemos hacerlo de otra manera. Por eso el mundo debe afrontar una nueva etapa de “desarme” e ir planteándose la retirada de esta energía. Una energía que además está 100% en manos de los intereses económicos de las compañías energéticas, mientras que otras alternativas no son así. Y mientras don dinero tenga la sartén por el mango, yo no me fío.
En Japón estamos viendo cómo una compañía intenta torpemente cubrir sus miserias ante el estupor de un país y del resto del mundo, dando informaciones contradictorias y que te llevan a dudar de lo más elemental. Y que mientras sucede, te das cuenta de que en el fondo, han tenido muchísima suerte de que el primer mecanismo de seguridad funcionara y los daños hayan venido del calor residual y de los problemas derivados de la refrigeración. Porque si la situación hubiera sido parecida a Chernóbyl no me creo que lo hubieran gestionado mejor.
Así que, dado que no vivimos en una tecnocracia mundial donde manden los expertos y sean quienes decidan y los que toman las decisiones lo hacen basándose en criterios político-económicos relegando a los expertos a un segundo plano, no podemos garantizar que la gestión de la energía nuclear y sus desechos sea segura en sus manos. Tampoco podemos dejarnos llevar por la paranoia o la histeria. Pero aprovechemos que el debate se ha reabierto para zanjarlo de una vez por todas


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