martes, 6 de diciembre de 2011

Mecanicidad

El hombre está dormido. Dormido nace, dormido vive y dormido muere. La vida es para él  sólo un sueño, sueño del que nunca despierta.

Estamos viviendo en un mundo de seres que caminan dormidos, mundo que está habitado por gente que se mueve dentro de un crepúsculo de conciencia, y sin embargo imaginan que están despiertos. Un mundo dormido, con gente que camina por las calles, se sienta en oficinas gubernamentales, se alimenta, trabaja, dirige asuntos de Estado, se precipita a los lugares en donde tiene que depositar sus votos, imparte justicia desde los estrados, da órdenes, escribe libros, hace un sinfin de cosas, todo ello en estado de sueño.

Dentro de ese sueño sus reacciones son mecánicas. Al igual que sucede en el sueño nocturno con  muchas de sus facultades que se mantienen latentes,  mientras orgánicamente el cuerpo y la mente disminuyen su actividad.  Primero desaparecen la sensaciónes corporales, mientras el cerebro disminuye la  frecuencia de su actividad electrica., la respiración se vuelve más mecánica y lenta, también las pulsaciones disminuyen. Diríamos que durante el sueño el cuerpo funciona "solo", ajeno  a nuestra conciencia, como una máquina mecánica mantiene su funcionamiento ajeno a nuestra voluntad mientras la mente divaga en ensoñaciones y esa mecanicidad en cierto grado se prolonga en la vigilia, por esa razón la fuerza creadora de la naturaleza desarrolló el mecanismo del dolor, para romper cuando una emergencia lo requiere el automatismo del sueño mecánico como sucede cuando un fusible se quema y detiene una máquina para evitar su destrucción.

Como ocurre en estado de sueño profundo, que nuestra reacción es muy pobre ante un peligro que nos obligue a actuar tomando decisiones.... igual acontece al "hombre dormido":  la inercia de los acontecimientos provoca que todo le "suceda", ya que sus decisiones son mecánicas, da igual la labor que tenga asignada, es una labor dormida, mecanica, propia de una máquina que repite una y otra vez el mismo esquema  de trabajo mediante patrones ciclicos. Como el hombre que yace nocturnamente en su lecho no es consciente de su cuerpo ni de la mecanicidad que entrañan sus movimientos. Bajo similares patrones mecánicos, responde al estimulo siempre de forma automática, así cualquier acción incidente provoca similares reacciones directamente proporcionales a la intensidad del agente estimulante. Es así como nos volvemos vulnerables  a las sutiles fuerzas que rodean nuestro mundo, canalizando nuestras reacciones de forma grupal, como lo harían un conjunto de maquinas en un determinado medio, sometidas a idénticas exigencias de trabajo, y ante unas mismas condiciones extremas, reaccionamos de igual forma.

Por eso la Astrologia funciona en un alto porcentaje proporcional al numero de humanos que vivimos en el sueño de las máquinas interpretando la misma partitura......










La lúcida transcripción de P.D. Ouspenski de las enseñanzas de G.I. Gurdjieff, ilustran perfectamente mis palabras....


Un día, en Moscú, hablaba con G. acerca de Londres, adonde había estado algunos meses atrás por corto tiempo. Le hablaba de la terrible mecanización que invadía las grandes ciudades europeas y sin la cual era probablemente imposible vivir y trabajar en el torbellino de estos enormes "juguetes mecánicos".

—La gente se está convirtiendo en máquinas, dije, y no me cabe duda que un día se convertirán en máquinas perfectas. ¿Pero son capaces todavía de pensar? No lo creo. Si trataran de pensar, no serían tan buenas máquinas.

—Sí, contestó G., es cierto, pero sólo en parte. La verdadera pregunta es ésta: ¿de qué mente se sirven en su trabajo? Si usan la mente adecuada, podrán pensar aún mejor en su vida activa en medio de las máquinas. Pero una vez más, con la condición de que usen la mente adecuada."

No comprendí lo que G. quería decir por "mente adecuada" y sólo mucho más tarde llegué a comprenderlo.

—En segundo lugar, continuó él, la mecanización de que usted habla no es peligrosa en absoluto. Un hombre puede ser un hombre —recalcó esta palabra— aun trabajando con máquinas. Hay otra clase de mecanización muchísimo más peligrosa: ser uno mismo una máquina. ¿Nunca ha pensado usted en el hecho de que todos los hombres son ellos mismos máquinas?

—Sí, dije, desde un punto de vista estrictamente científico. todos los hombres son máquinas gobernadas por influencias exteriores. Pero la cuestión está en saber si se puede aceptar totalmente el punto de vista científico.

—Científico o no científico, me da lo mismo, dijo G. Quiero que comprenda lo que digo. ¡Mire! Toda esa gente que usted ve —señaló la calle— son simplemente máquinas, nada más.

—Creo comprender lo que usted quiere decir, dije. Y a menudo he pensado cuan pocos son en el mundo los que pueden resistir a esta forma de mecanización y elegir su propio camino.
—¡Este es justamente su más grave error! dijo G. Usted cree que algo puede escoger su propio camino o resistir a la mecanización; usted cree que todo no es igualmente mecánico.

—¡Pero por supuesto que no! exclamé yo. El arte, la poesía, el pensamiento, son fenómenos de un orden totalmente distinto.
—Exactamente del mismo orden, dijo G. Estas actividades son exactamente tan mecánicas como todas las demás. Los hombres son máquinas, y de las máquinas no puede esperarse otra cosa que acciones mecánicas.

—Muy bien, le dije, pero ¿no hay quienes no sean máquinas?

—Puede que los haya, dijo G. Pero usted no los puede ver. Usted no los conoce. Esto es lo que quiero hacerle comprender."

No dejó de extrañarme que insistiera tanto sobre este punto. Lo que decía me parecía evidente e incontestable. Sin embargo, nunca me habían gustado las metáforas tan breves que pretenden decirlo todo. Siempre omiten las diferencias. Por mi parte, siempre había sostenido que lo más importante son las diferencias y que, para comprender las cosas, era necesario ante todo considerar los puntos en que difieren. De modo que me pareció extraño que G. insistiera tanto sobre una verdad que me parecía innegable, siempre y cuando no se hiciera de ella algo absoluto y se le reconocieran algunas excepciones.

—Las personas se asemejan muy poco entre sí, dije. Considero imposible meterlos a todos en el mismo saco. Hay salvajes, hay personas mecanizadas, hay intelectuales, hay genios.

—Nada más exacto, dijo G. Las personas son muy diferentes, pero usted ni conoce, ni puede ver la diferencia real entre ellas. Usted habla de diferencias que sencillamente no existen. Esto debe ser comprendido. Todas las personas que usted ve, que usted conoce, que usted puede llegar a conocer, son máquinas, verdaderas máquinas que solamente trabajan bajo la presión de influencias exteriores, como usted mismo lo ha dicho. Nacen máquinas y como máquinas mueren. ¿Qué tienen que ver con esto los salvajes y los intelectuales? Ahora mismo, en este preciso momento, mientras hablamos, varios millones de máquinas se esfuerzan en aniquilarse unas a otras. ¿En qué difieren, entonces? ¿Dónde están los salvajes, y dónde los intelectuales? Todos son iguales...

"Pero es posible dejar de ser máquina. Es en esto en lo que usted debería pensar y no en las distintas clases de máquinas. Por supuesto que las máquinas difieren; un automóvil es una máquina, un gramófono es una máquina y un fusil es una máquina. ¿Y esto qué cambia? Es lo mismo, siempre son máquinas."

Esta conversación me recuerda otra.

—¿Qué piensa usted de la psicología moderna? le pregunté un día a G., con la intención de llegar al tema del psicoanálisis, del cual yo había desconfiado desde el primer día.

Pero G. no me permitió llegar tan lejos.

—Antes de hablar de psicología, dijo él, debemos comprender claramente de qué trata esta ciencia y de qué no trata. El verdadero objeto de la psicología es la gente, los hombres, los seres humanos. ¿Qué psicología —recalcó la palabra— puede haber cuando no se trata sino de máquinas? Para el estudio de las máquinas lo que se necesita es la mecánica y no la psicología. Por eso comenzamos por el estudio de la mecánica. El camino que lleva a la psicología es aún muy largo.

—¿Puede un hombre dejar de ser una máquina? pregunté.

—¡Ah! Esa es la pregunta, dijo G. Si usted hubiera planteado tales preguntas más a menudo, quizá nuestras conversaciones nos hubieran podido llevar a alguna parte. Sí, es posible dejar de ser una máquina, pero para esto es necesario, ante todo, conocer la máquina. Una máquina, una verdadera máquina, no se conoce a sí misma, y no puede conocerse. Cuando una máquina se conoce, desde ese instante ha dejado de ser una máquina; por lo menos, ya no es la misma máquina que antes. Ya comienza a ser responsable de sus acciones.

—¿Según usted, esto significa que un hombre no es responsable de sus acciones? pregunté.

—Un hombre —recalcó esta palabra— es responsable. Una máquina no es responsable."

En otra  oportunidad, le pregunté a G.:

—En su opinión, ¿cuál es la mejor preparación para estudiar su método? Por ejemplo, ¿es útil estudiar lo que se llama literatura «oculta» o «mística»?" Al decirle esto, tenía en mente en forma particular el "Tarot" y toda la literatura referente al "Tarot".

—Sí, dijo G. Se puede encontrar mucho por medio de la lectura. Por ejemplo, considere su caso: ya podría usted conocer bien las cosas, si supiese leer. Quiero decir: si usted hubiese comprendido todo lo que ha leído en su vida, ya tendría el conocimiento de lo que ahora busca. Si hubiese usted comprendido todo lo que está escrito en su propio libro, ¿cuál es su título?

—chapurreó en una forma completamente imposible las palabras: "Tertium Organum"

   —Yo vendría a inclinarme ante usted y a suplicarle que me enseñara. Pero usted no comprende, ni lo que lee, ni lo que escribe. Ni siquiera comprende lo que significa la palabra comprender. Sin embargo, la comprensión es lo esencial, y la lectura no puede ser útil sino a condición de comprender, lo que se lee. Pero desde luego que ningún libro puede dar una preparación verdadera. Por lo tanto es imposible decir cuáles libros son los mejores. Lo que un hombre conoce bien —acentuó la palabra "bien"— eso es una preparación para él. Si un hombre sabe bien cómo hacer café o cómo hacer bien un par de botas, entonces ya se puede hablar con él. El problema estriba en que nadie sabe nada bien. Todo se conoce no importa cómo, de una manera completamente superficial."
    
    —Este era otro de los giros inesperados que G. daba a sus explicaciones. Además de su sentido ordinario, sus palabras siempre contenían otro sentido totalmente diferente. Pero yo entreveía ya que para descifrar este sentido oculto, era necesario comenzar por captar el sentido usual y sencillo. Las palabras de G., tomadas en la forma más simple del mundo, estaban siempre llenas de sentido, pero tenían también otras significaciones. La significación más amplia y más profunda permanecía velada durante mucho tiempo.
    
—Ha quedado grabada en mi memoria otra conversación. Le preguntaba a G. lo que debería hacer un hombre para asimilar su enseñanza.

—¿Lo que debe hacer? exclamó como si esta pregunta lo sorprendiera. Es incapaz de hacer nada. Ante todo, él debe comprender ciertas cosas. Tiene miles de ideas falsas y de concepciones falsas, sobre todo acerca de si mismo, y si algún día quiere adquirir algo nuevo, debe comenzar por liberarse por lo menos de algunas de ellas. De otra manera lo nuevo sería construido sobre una base falsa y el resultado sería aun peor.

—¿Cómo puede un hombre liberarse de las ideas faltas? pregunté. Dependemos de las formas de nuestra percepción. Las ideas falsas se producen debido a las formas de nuestra percepción."

G. negó con la cabeza, y dijo:

—Nuevamente habla usted de otra cosa. Usted habla de errores que provienen de las percepciones, pero no se trata de esto. Dentro de los límites de las percepciones dadas, se puede errar en mayor o menor grado. Como ya lo he dicho, la suprema ilusión del hombre es su convicción de que puede hacer. Toda la gente piensa que puede hacer, toda la gente quiere hacer, y su primera pregunta se refiere siempre a qué es lo que tiene que hacer. Pero a decir verdad, nadie hace nada y nadie puede hacer nada. Es lo primero que hay que comprender. Todo sucede. Todo lo que sobreviene en la vida de un hombre, todo lo que se haré a naves de él, todo lo que viene de él —todo esto sucede. Y sucede exactamente como la lluvia cae porque la temperatura se ha modificado en las regiones superiores de la atmósfera, sucede como la nieve se derrite bajo los rayos del sol, como el polvo se levanta con el viento.

"El hombre es una máquina. Todo lo que hace, todas sus acciones, todas sus palabras, sus pensamientos, sentimientos, convicciones, opiniones y hábitos son el resultado de influencias exteriores, de impresiones exteriores. Por sí mismo un hombre no puede producir un solo pensamiento, una sola acción. Todo lo que dice, hace, piensa, siente, todo esto sucede. El hombre no puede descubrir nada, no puede inventar nada. Todo sucede.

"Para establecer este hecho, para comprenderlo, para convencerse de su verdad, es necesario liberarse de miles de ilusiones sobre el hombre, sobre su ser creador, sobre su capacidad de organizar conscientemente su propia vida, etc., etc. Nada de esto existe. Todo sucede: los movimientos populares, las guerras, las revoluciones, los cambios de gobierno, todo esto sucede. Y sucede exactamente de la misma manera que todo sucede en la vida del hombre como individuo. El hombre nace, vive, muere, construye casas, escribe libros, no como él lo quiere, sino como esto sucede. Todo sucede, el hombre no ama, no odia, no desea — todo esto sucede.


"Pero ningún hombre le creerá jamás si usted le dice que él no puede hacer nada. Nada se le puede decir a la gente que le sea más desagradable ni más ofensivo. Es particularmente desagradable y ofensivo porque es la verdad y porque nadie quiere conocer la verdad.
"Si usted lo comprende, nos será más fácil hablar. Pero una cosa es captar con el intelecto que el hombre no puede hacer nada, y otra es sentirlo «con toda su masa», estar realmente convencido que es así, y no olvidarlo jamás.

"Esta cuestión de hacer (G. recalcó cada vez esta palabra) hace surgir además otra cuestión. A la gente le parece siempre que los otros nunca hacen nada como debiera ser, que los demás hacen todo al revés. Invariablemente cada uno piensa que podría hacerlo mejor. Ninguno comprende, ni siente la necesidad de comprender que lo que actualmente se hace de cierta manera —y sobre todo lo que ya ha sido hecho— no puede ni podía haber sido hecho de otra manera. ¿Ha notado usted cómo hablan todos de la guerra? Cada uno tiene su propio plan y su propia teoría. Cada uno opina que no se hace nada como debería hacerse. Sin embargo, en realidad, todo se hace de la única manera posible. Si tan sólo una cosa pudiera hacerse diferentemente, todo podría llegar a ser diferente. Y entonces quizá no hubiera habido guerra.

"Trate de comprender lo que digo: todo depende de todo, todo está relacionado, no hay nada separado. Por lo tanto, todos los acontecimientos siguen el único camino que pueden tomar. Si la gente pudiera cambiar, todo podría cambiar. Pero son lo que son y por lo tanto las cosas también son lo que son."

Esto era muy difícil de tragar.

—¿No hay nada, absolutamente nada, que pueda hacerse? pregunté.

—Absolutamente nada.

—¿Y nadie puede hacer nada?

—Eso ya es otro asunto. Para hacer hay que ser. Y ante todo hay que comprender lo que esto significa: ser. Si continuamos estas conversaciones, usted verá que nos servimos de un lenguaje especial y que para ser capaz de hablar entre nosotros, hay que aprender este lenguaje. No vale la pena hablar en la lengua ordinaria porque en esta lengua es imposible comprenderse. Esto le sorprende. Pero así es. Para llegar a comprender es necesario aprender otro lenguaje. En el lenguaje que habla la gente, no puede comprenderse. Usted verá más tarde por qué esto es así.

"Luego uno debe aprender a decir la verdad. Esto también le parece extraño; usted no se da cuenta que hay que aprender a decir la verdad. Le parece que bastaría desearlo o decidir hacerlo. Y yo le digo a usted que es relativamente raro que la gente diga una mentira en forma deliberada. En la mayoría de los casos creen que dicen la verdad. Y sin embargo mienten todo el tiempo, tanto cuando quieren mentir como cuando quieren decir la verdad. Mienten continuamente, se mienten a sí mismos y mienten a los demás. Como consecuencia, nadie comprende a los otros ni se comprende a sí mismo. Piénselo, ¿podría haber tantas discordias, tantos malentendidos profundos, y tanto odio hacia el punto de vista o hacia la opinión de otro, si la gente fuera capaz de comprenderse? Pero no pueden comprenderse porque no pueden dejar de mentir. Decir la verdad es la cosa más difícil del mundo; habrá que estudiar mucho y durante largo tiempo, para un día poder decir la verdad. El deseo por sí solo, no basta. Para decir la verdad, hay que llegar a ser capaz de conocer lo que es verdad y lo que es mentira, ante todo en si mismo. Pero esto es lo que nadie quiere saber."

Las conversaciones con G. y el giro imprevisto que le daba a cada idea me interesaban cada día más; pero tenía que irme a San Petersburgo.

Recuerdo mí última conversación con él. Le había agradecido su consideración para conmigo, y sus explicaciones que, como ya lo había visto, habían cambiado muchas cosas para mí.

—Sin embargo, le dije, lo mas importante son los hechos. Si pudiera ver hechos reales, auténticos, de naturaleza nueva y desconocida, solo ellos me convencerían de que estoy en el buen camino."

Seguía pensando todavía en los "milagros".

—Habrá hechos, me dijo G. Se lo prometo. Pero no se puede comenzar por allí."

En aquel entonces, no comprendí que quería decir, sólo lo comprendí mas tarde, cuando G., manteniendo su palabra, me puso realmente delante de "hechos". Pero esto no debía producirse sino un año y medio más tarde, en agosto de 1916.

De nuestras últimas conversaciones en Moscú, guardo todavía el recuerdo de ciertas palabras pronunciadas por G., las cuales sólo mas tarde llegaron a ser inteligibles para mí. Me habló de un hombre que una vez había conocido estando con él. y de sus relaciones con ciertas personas.

—Es un hombre débil, me dijo. Las personas se sirven de el, inconscientemente por supuesto. Y esto es así, porque él las considera. Si no las considerase, todo seria distinto, y ellas mismas serían distintas."

Me pareció extraño que un hombre no tuviera que considerar al prójimo.

—¿Que quiere usted decir con esta palabra: considerar? le pregunté. A la vez, lo comprendo y no lo comprendo. Esa palabra tiene significaciones muy diferentes.

—Es todo lo contrario, dijo G. Esa palabra no tiene sino una significación. Trate de pensar en ello."

Algún tiempo después, comprendí lo que G llamaba consideración. Y me di cuenta del lugar enorme que ocupa en nuestra vida y de todo lo que proviene de ella. G. llamaba "consideración" a la actitud que crea una esclavitud interior, una dependencia interior. Después tuvimos muchas ocasiones de volver a hablar sobre ello.

Recuerdo otra conversación sobre la guerra. Estábamos sentados en el caté Philipov, en la Tverskaya. Estaba atestado de gente muy bulliciosa. La especulación y la guerra creaban una atmósfera febril y desagradable. Incluso yo había rehusado concurrir a este café. Pero G. había insistido, y como siempre ocurría con él, yo había cedido. Ya para entonces había comprendido que algunas veces, deliberadamente, él creaba situaciones que harían más difícil la conversación, como si me quisiera pedir un esfuerzo adicional y un acto de sumisión a condiciones penosas e incómodas en aras de hablar con él.


Pero esta vez el resultado no fue muy brillante; el ruido era tal que no llegué a oír las cosas más interesantes. Al comienzo comprendí sus palabras. Pero el hilo se me escapaba poco a poco. Después de haber hecho varias tentativas por seguir lo que estaba diciendo, de lo cual sólo me llegaban palabras aisladas, finalmente dejé de escuchar y simplemente me puse a observar cómo hablaba.

La conversación había comenzado con mi pregunta:

—¿Pueden detenerse la guerras?"


Y G. había contestado:

—Sí, es posible."

Sin embargo, debido a nuestras conversaciones anteriores, yo creí estar seguro de que respondería: "No, es imposible".
—Pero todo está en la pregunta: ¿cómo? — continuó. Hay que saber mucho para comprenderlo. ¿Qué es una guerra? La guerra es un resultado de influencias planetarias. En alguna parte, allá arriba, dos o tres planetas se han acercado demasiado, y resulta una tensión. ¿Ha notado cómo se tensa usted cuando un hombre lo roza en una vereda estrecha? Entre los planetas se produce la misma tensión. Para ellos quizá esto no dura sino uno o dos segundos. Pero aquí, sobre la tierra, la gente comienza a matarse y continúa la matanza durante años. En todo este tiempo les parece que se odian los unos a los otros; o quizá que es su deber destrozarse por algún propósito sublime; o bien que deben defender algo o a alguien y que es muy noble hacerlo: o cualquier cosa por el estilo. Son incapaces de darse cuenta hasta qué punto son simples peones sobre un tablero de ajedrez. Se atribuyen importancia; se creen libres de ir y venir a su antojo; piensan que pueden decidir el hacer esto o aquello. Pero en realidad, todos sus movimientos, todas sus acciones, son el resultado de influencias planetarias. Por sí mismos no tienen ninguna importancia. Quien tiene el papel importante es la luna. Pero hablaremos de la luna más adelante. Basta comprender que ni el emperador Guillermo, ni los generales, ni los ministros, ni los parlamentos, tienen significación alguna, ni hacen nada. En una gran escala, todo lo que sucede está regido desde el exterior, sea por combinaciones accidentales de influencias, sea por leyes cósmicas generales."

Esto es lo que oí. Sólo mucho más tarde comprendí que en aquel entonces él había querido explicarme cómo las influencias accidentales pueden ser desviadas o transformadas en algo relativamente inofensivo. Había aquí una idea realmente interesante, que se refería a la significación esotérica de los "sacrificios". Pero en todo caso, esta idea actualmente sólo tiene valor histórico y psicológico. Lo más importante —que había dicho de manera casual, en tal forma que yo no le presté atención en el momento mismo y no me acordé sino más tarde, tratando de reconstruir la conversación— era lo que se refería a la diferencia de los tiempos para los planetas y para el hombre.


Pero, aun cuando lo recordé, por mucho tiempo no llegué a comprender la significación plena de esta idea. Más tarde se me presentó como algo fundamental.

Más o menos por esta misma época tuvimos una conversación sobre el sol, los planetas y la luna. Aunque me impresionó vivamente, he olvidado cómo comenzó. Pero me acuerdo que habiendo dibujado G. un pequeño diagrama, trataba de explicarme lo que él llamaba la "correlación de las fuerzas en los diferentes mundos". Esto se refería a lo que había dicho anteriormente de las influencias que actúan sobre la humanidad. La idea, a grosso modo, era la siguiente: la humanidad, o más exactamente, la vida orgánica sobre la tierra, está sometida a influencias simultáneas, provenientes de fuentes variadas y de mundos diversos: influencias de los planetas, influencias de la luna, influencias del sol, influencias de las estrellas. Ellas actúan todas al mismo tiempo, pero con el predominio de una u otra según el momento. Para el hombre existe cierta posibilidad de elegir influencias; dicho de otra manera, pasar de una influencia a otra.

—El explicar cómo, requeriría un desarrollo demasiado largo, dijo G. En otra ocasión hablaremos de esto. Por el momento quisiera que comprendiera lo siguiente: es imposible liberarse de una influencia sin someterse a otra. Toda la dificultad, todo el trabajo sobre sí, consiste en elegir la influencia a la que usted se quiere someter, y en caer realmente bajo esta in-fluencia. Con este fin, es indispensable que usted sepa prever la influencia que le será más provechosa."

Lo que me había interesado en esta conversación era que G. había hablado de los planetas y de la luna como de seres vivientes, que tienen una edad definida, un período de vida igualmente definido y posibilidades de desarrollo y de transición a otros planos de ser. De sus palabras resultaba que la luna no era un "planeta muerto", como se admite generalmente, sino por el contrario era un "planeta en estado naciente", un planeta en su primerísimo estado de desarrollo, que no había alcanzado aún el "grado de inteligencia que posee la tierra", para usar sus propios términos.

—La luna crece y se desarrolla, dijo G., y quizá, algún día, llegará al mismo grado de desarrollo que la tierra. Entonces, cerca de ella aparecerá una nueva luna y la tierra devendrá para ambas su sol. Hubo un tiempo en que el sol era como es hoy la tierra, y la tierra, como la luna actual. En tiempos más lejanos aún, el sol era una luna."

Esto atrajo inmediatamente mi atención. Nunca me había parecido nada más artificial, más sospechoso, más dogmático, que todas las teorías habituales sobre el origen de los planetas y de los sistemas solares, comenzando por la de Kant-Laplace hasta las más recientes, con todos sus cambios y añadiduras. El "gran público" considera estas teorías, o por lo menos la última que ha conocido, como científicamente comprobadas. Pero en realidad nada es menos científico, nada está menos comprobado. Por lo tanto el hecho de que el sistema de G. admitía una teoría totalmente diferente, una teoría orgánica originada en principios enteramente nuevos y revelando un orden universal diferente, me pareció sumamente interesante e importante.

—¿Cuál es la relación entre la inteligencia de la tierra y la del sol? le pregunté.

—La inteligencia del sol es divina, respondió G. No obstante, la tierra puede llegar a la misma altura; pero naturalmente en esto no hay nada seguro: la tierra puede morir sin haber llegado a nada.
—¿De qué depende esto?"


La respuesta de G. fue sumamente vaga.
—Hay un periodo definido, dijo, durante el cual pueden realizarse ciertas cosas. Si al final del tiempo prescrito lo debido no ha sido hecho, entonces la tierra puede perecer sin haber llegado al grado que hubiera podido alcanzar.

—¿Se conoce este plazo?

—Sí, se conoce, dijo G., pero la gente no ganaría nada con saberlo. Esto sería aún peor. Algunos lo creerían, otros no, y aun otros pedirían pruebas. Luego comenzarían a romperse la cabeza. Siempre todo termina así entre la gente."

Por la misma época, en Moscú tuvimos varias conversaciones interesantes sobre el arte. Guardaban relación con el relato que había sido leído la primera noche que vi a G.

—Por el momento, dijo él, usted no comprende todavía que los hombres pueden pertenecer a niveles muy diferentes, sin tener el menor asomo de diferencia. Así como hay diferentes niveles de arte, también hay diferentes niveles de hombres. Pero hoy usted no ve que la diferencia entre estos niveles es mucho más grande de lo que supone. Usted coloca todo sobre un mismo plano, yuxtapone las cosas más diferentes, y se imagina que los diferentes niveles le son accesibles.
"Todo lo que usted llama arte no es sino reproducción mecánica, imitación de la naturaleza —cuando no es de otros «artistas» —, simple fantasía, hasta ensayos de originalidad: todo esto no es arte para mí. El arte verdadero es completamente distinto. En ciertas obras de arte, en particular en las obras más antiguas, uno queda fuertemente impresionado por muchas cosas que no se pueden explicar, y que no se encuentran en las obras de arte modernas. Pero como uno no comprende cuál es la diferencia, la olvida muy rápido y continúa englobando, o todo bajo la misma etiqueta. Y sin embargo, la diferencia entre su arte y el arte del que yo hablo es enorme. En su arte, todo es subjetivo —la percepción que tiene el artista de tal o cual sensación, las formas en las cuales trata de expresarla, y la percepción que tienen los demás de estas formas. Frente al mismo fenómeno, un artista puede sentir de cierta manera y otro artista de manera muy diferente. La misma puesta de sol puede provocar una sensación de alegría en uno, y de tristeza en el otro. Y pueden tratar de expresar la misma percepción por medio de métodos o formas sin relación entre sí; o bien, percepciones muy diversas bajo una misma forma — de acuerdo a la enseñanza que han recibido o en oposición a ella. Los espectadores, los oyentes o los lectores percibirán, no lo que el artista quiso comunicarles, ni lo que él sintió, sino lo que las formas en que expresó sus sensaciones, les harán experimentar por asociación. Todo es subjetivo y todo es accidental, es decir, basado en asociaciones —las impresiones accidentales del artista, su «creación» (acentuó la palabra "creación") y las percepciones de los espectadores, de los oyentes, o de los lectores.


"Por el contrario, en el arte verdadero no hay nada accidental. Todo es matemático. Todo puede ser calculado y previsto de antemano. El artista sabe y comprende el mensaje que quiere transmitir y su obra no puede producir cierta impresión en un hombre y otra totalmente diferente en otro; naturalmente, que a condición de tomar personas de un mismo nivel. Su obra producirá siempre, con certeza matemática, la misma impresión.

"Sin embargo, la misma obra de arte producirá efectos diferentes en hombres de diferentes niveles. Y jamás los de un nivel inferior sacarán tanto de ella como los de un nivel más elevado. Este es el arte verdadero, objetivo. Tome por ejemplo una obra científica, un libro de astronomía o de química. No puede ser comprendido de dos maneras: todo lector suficientemente preparado comprenderá lo que el autor ha querido decir y lo comprenderá precisamente en la forma en que al autor ha querido ser comprendido. Una obra de arte objetivo es exactamente similar a uno de estos libros, con la única diferencia de que ésta se dirige a la emoción del hombre y no a su cabeza.

—¿Existen en nuestros días obras de arte de este género? pregunté.

—Naturalmente que existen, respondió G. Una de ellas es la gran Esfinge de Egipto, lo mismo que ciertas obras arquitectónicas conocidas, ciertas estatuas de dioses y aún muchas otras cosas. Ciertas figuras de dioses o de héroes mitológicos pueden leerse como libros, no con el pensamiento, lo repito, sino con la emoción, siempre que ésta se halle suficientemente desarrollada. Durante nuestros viajes por el Asia Central, encontramos en el desierto, al pie del Hindu Kush, una curiosa escultura que de primera intención creímos representaba a un antiguo dios o a un demonio. Al principio no nos dio sino una impresión de extrañeza. Pero muy pronto comenzamos a sentir el contenido de esta figura: era un gran y complejo sistema cosmológico. Poco a poco, paso a paso, fuimos descifrando este sistema: estaba inscrito en su cuerpo, en sus piernas, en sus brazos, en su cabeza, en su cara, en sus ojos, en sus orejas y por todas partes. Nada había sido dejado al azar en esta estatua, nada estaba desprovisto de significación. Gradualmente, se aclaró para nosotros la intención de los hombres que la habían erigido. A partir de este momento pudimos sentir sus pensamientos, sus sentimientos. Entre nosotros algunos creían ver sus caras y oír sus voces. En todo caso, habíamos captado el sentido de lo que querían transmitirnos a través de miles de años, y no sólo este sentido sino todos los sentimientos y emociones conectados con él. Esto sí que era verdadero arte."

Me interesó muchísimo lo que G. había dicho sobre el arte. Su principio de división entre arte subjetivo y arte objetivo evocaba mucho para mí. No comprendía aún todo lo que ponía en sus palabras. Pero siempre había sentido en el arte ciertas divisiones y gradaciones que no podía llegar a definir ni a formular y que ninguna otra persona había formulado nunca. No obstante, yo sabía que estas divisiones y gradaciones existían. De tal modo que todas las discusiones sobre el arte que no las admitieran me parecían frases huecas, sin sentido e inútiles. Gracias a las indicaciones que G. me había dado de los diferentes niveles que no llegamos a ver ni a comprender, sentía que debía existir una vía de acceso a esta misma gradación que yo había sentido, pero que no había podido definir.

En general, me asombraron muchas de las cosas dichas por G. Había allí ideas que no podía aceptar y que me parecían fantásticas, sin fundamento. Otras, por el contrario, coincidían extrañamente con lo que yo mismo había pensado, o reafirmaban los resultados a los que había llegado hacía mucho tiempo. Sobre todo, estaba interesado en la contextura de todo lo que él había dicho. Sentía ya que su sistema no era una marquetería como lo son todos los sistemas filosóficos y científicos, sino un todo indivisible, del que hasta ahora yo no había visto sino algunos aspectos.

Tales eran mis pensamientos en el tren nocturno que me llevaba de Moscú a San Petersburgo. Me preguntaba si verdaderamente había encontrado lo que buscaba. ¿Era posible que G. conociese efectivamente lo que era indispensable conocer para pasar de las palabras o de las ideas a los actos, a los "hechos"? Aún no estaba seguro de nada y no hubiera podido formular nada con precisión. Pero tenía la íntima convicción de que ya algo había cambiado para mí y que ahora todo iba a tomar un camino diferente.

Extracto del libro “Fragmentos de una Enseñanza Desconocida” escrito por P.D. Ouspenski sobre el sistema de enseñanzas de G.I. Gurdjieff.




















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