Sin dejar de señalar que las amenazas y los ensayos bélicos iraníes constituyen un factor indeseable de inestabilidad en el terreno económico y en la política internacional, no resulta menos reprobable la actitud hostil con que Washington se ha conducido hacia esa nación medioriental.
Hasta ahora, con todo y el avance mostrado en meses recientes por Irán, ese país no ha dado indicios de poseer capacidad suficiente para el desarrollo de armas de destrucción masiva, actividad que requiere de uranio enriquecido al 90 por ciento. Por añadidura, el sábado pasado Teherán manifestó su voluntad de “regresar a las conversaciones” sobre su programa nuclear con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania, diálogo que permanecía en punto muerto desde la pasada reunión en Estambul, el año pasado. Así pues, aun si fuera verdad que la política nuclear de la república islámica representa una amenaza para la seguridad mundial, Estados Unidos y sus aliados tendrían a su disposición tiempo suficiente para conjurarla, y para ello podrían echar mano de cauces de negociación mucho más eficaces y menos contraproducentes que sanciones económicas como las referidas.
Cabe insistir en que el unilateralismo, la arbitrariedad y el carácter depredador de la política exterior de Washington –un gobierno que se ha concedido la autorización para invadir naciones soberanas sin que exista una agresión previa– representan, en la hora presente, el mayor incentivo para que Irán se sume, si es que no lo ha hecho, a la carrera armamentista en la que se han involucrado diversas potencias medias y regionales.
Washington, por su parte, carece de autoridad moral para condenar el programa nuclear iraní, toda vez que ese mismo gobierno decidió ver hacia otro lado cuando India y Pakistán construyeron sus respectivos arsenales atómicos, y ha permitido que Israel –su aliado fundamental en Oriente Medio– se mantenga al margen del Tratado de no Proliferación Nuclear y de las inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica, pese a que los datos disponibles informan que ese país posee desde hace décadas el único arsenal atómico de la región.
Semejantes consideraciones obligan a poner en duda que el interés de Washington respecto de Irán sea, en efecto, evitar la perspectiva de un nuevo arsenal de bombas atómicas. Todo parece indicar, en cambio, que las recientes sanciones y la renovada hostilidad de la Casa Blanca contra Teherán están orientadas a alterar, en perjuicio de este gobierno y en beneficio del de Tel Aviv, el viejo equilibrio de fuerzas en esa parte del mundo.
Tal actitud ha generado en horas recientes un clima de tensión preocupante en la región. Dada la inocultable responsabilidad que tiene Washington en la configuración de este escenario, lo menos que puede esperarse es que actúe con prudencia y sensatez diplomática, pues de lo contrario podría involucrar al mundo en un nuevo escenario de pesadilla.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2012/01/02/edito
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