lunes, 5 de marzo de 2012

Los rusos quieren al hombre fuerte



Vladímir Putin actúa más como un militar o un burócrata que como un político moderno










Vladímir Putin no ha sabido realizar las reformas estructurales modernizadoras de Rusia en los 12 años que lleva al frente del Estado, ocho de ellos como presidente titular y cuatro como jefe de Gobierno y motor de un desigual tándem con Dmitri Medvédev, su paisano de San Petersburgo.

La actividad de Putin sigue marcada por su formación en el KGB. La desconfianza, el secretismo, la falta de transparencia en la toma de decisiones son algunas de las características de su gestión. A menudo, Putin actúa más como un militar (propiciando estructuras jerarquizadas), como un burócrata (eludiendo implicarse emotivamente en las preocupaciones de la ciudadanía), o como un deportista (batiendo récords consigo mismo) que como un político en un sentido moderno.

En contraste con la agitada época de Borís Yeltsin (1991- 1999), dominada por las guerras de los oligarcas para repartirse los bienes del Estado, Putin trajo estabilidad y orden a sus conciudadanos. Consolidó su popularidad como unificador del Estado contra los separatistas de Chechenia, aunque el precio de ganar la guerra haya sido cerrar los ojos a las primitivas veleidades de los dirigentes de aquella república caucásica.

Alegando que debía luchar de forma eficaz contra el terrorismo y que la unidad del Estado peligraba, Putin fortaleció la “vertical de poder”, lo que se tradujo en una involución democrática: los gobernadores elegidos pasaron a ser nombrados, las condiciones para participar en el juego político se endurecieron. El Kremlin sometió las televisiones estatales a un férreo control.

Putin se libró de los oligarcas que medraron a costa del deteriorado Borís Yeltsin. Unos, como Borís Berezovski y Vladímir Gusinski, se exiliaron; otros, como Román Abramóvich, recibieron el beneplácito del régimen a cambio de financiar y callar. El petrolero Mijaíl Jodorkovski, el único que le plantó cara en serio, está en la cárcel acusado de lavado de dinero, estafa y robo de la propiedad del Estado. En política internacional, tras un frustrado intento de colaborar con Estados Unidos en el campo de la alta tecnología militar (la defensa antimisiles), Putin recuperó la retórica de la guerra fría y reafirmó los intereses de Rusia en el espacio pos-soviético.

Muchos rusos han visto a Putin como un líder fuerte capaz de hacer que Rusia deje de estar de rodillas. Esta imagen, no obstante, ha ido combinándose con otra menos favorable para el dirigente, a saber, la de encubridor (y también partícipe) de una red de corrupción formada por personajes cuyo denominador común es gozar de la confianza del líder. Por debilidad, por complicidad o por una deformada percepción del servicio público y la política, Putin ignora los escándalos de corrupción que publica la prensa crítica rusa, incluidos los que le afectan a él mismo.

La corrupción se ha convertido en un verdadero freno para la modernización del Estado (entre otros motivos porque encarece cualquier empresa de envergadura). La endogamia de la élite dirigente es además un freno para el ascenso de las nuevas generaciones de rusos bien preparados profesionalmente y con una visión racional del mundo. Putin parece no entender que una parte de sus conciudadanos ya no le ama y que su retórica patriótica no basta para justificar la falta de transparencia y el secretismo de la Administración.

Pero “sería falso pensar que Putin es un déspota oriental”, según advierte el analista Daniil Kotsiubinski. Putin aspira formalmente a la legalidad y, a diferencia de los líderes de Asia Central, no prolongó su estancia en la presidencia más allá de los dos mandatos seguidos que permite la Constitución. Putin no pisotea la ley directamente, sino que juega con ella y construye un entramado legal para justificar sus decisiones. Jugó con la ley al retirarse (no fue tal retiro) y ha vuelto a jugar con ella al volver (lo que no es tal vuelta). E incluso intentó dar una ridícula apariencia de legalidad a la operación contra Jodorkovski para dejar que sus propios y fieles oligarcas (caracterizados como altos funcionarios y líderes de empresas públicas) se hicieran con las empresas del magnate. Es justamente en estos juegos truculentos para guardar las apariencias donde muchos ven las miserias de Putin.



Fuente: El País





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