Venus y Marte (en italiano, Venere e Marte) es un cuadro destacado del pintor Italiano Sandro Botticelli
Aries y Libra, son dos signos opuestos separados 180º en el zodíaco, por tanto muy polarizados, y a la vez de gran complementariedad, cuyos regentes: Marte, de Aries y Venus, de Libra, componen el denominado en Astrología Humanista "duplo instintivo", también llamado por otros astrólogos "duplo sexual".
De hecho si observamos las posiciones de Marte-Tierra-Venus, y sus respectivas órbitas en nuestro Sistema Solar, salta a primera vista de forma "instuitiva" la importancia que debe tener para nuestro planeta el hecho de que ambos astros sean nuestros "escoltas" en el cosmos y de naturalezas opuestas y complementarias... esto nos sugiere la imagen ¿simbólica? de polarización extrema, a modo de "gran condensador" donde la Tierra acumularia la "carga" o "capacidad" sumida en el "dieléctrico éter" contenido entre las colosales "placas planetarias" polarizadas de este gigantesco componente electro-cósmico".
Existen poderosas razones simbólicas que redundan en esta polaridad, razones que encontramos desde la vida cotidiana, donde los símbolos universalmente reconocidos para referirse a los géneros masculino y femenino son (simbolo de Marte y símbolo de Venus), hasta los más “ocultos” que la Tradición conserva como “pistas” algunas más o menos veladas. Veamos.....
Sabemos que en Astrología el duplo básico original o “duplo vital” es el representado por Sol y Luna, siendo estos los regentes de Leo y de Cáncer. Ahora fijémonos, porque existe una conexión sutil entre Sol - Luna y Marte - Venus. Esta se manifiesta a través de las exaltaciones de los luminares, ya que curiosamente Sol tiene su exaltación en el signo de Aries, regido por Marte, mientras la Luna tiene su exaltación en Tauro, signo que rige el planeta Venus.
Sabemos que en Astrología el duplo básico original o “duplo vital” es el representado por Sol y Luna, siendo estos los regentes de Leo y de Cáncer. Ahora fijémonos, porque existe una conexión sutil entre Sol - Luna y Marte - Venus. Esta se manifiesta a través de las exaltaciones de los luminares, ya que curiosamente Sol tiene su exaltación en el signo de Aries, regido por Marte, mientras la Luna tiene su exaltación en Tauro, signo que rige el planeta Venus.
También encontramos nuevamente la simetría complementaria si estudiamos la conocida figura zodiacal desde las regencias. Aquí la simetría se establece trazando su eje entre los signos gobernados por los dos luminares: Cáncer (Luna) y Leo (Sol).
Todo lo anterior queda resumido simbólicamente bajo la figura del primitivo símbolo de Mercurio, como desvelara magistralmente en el siglo XVI en su obra cumbre “Monas Hieroglyphica”(1564) (La Mónada Jeroglífica) el matemático, astrónomo y alquimista inglés John Dee (1527 - 1608), quien por otra parte fue uno de los mayores genios que la historia mantiene en el olvido y sobre el que volveremos en otro momento en estas páginas, para tratar de situarle donde por méritos propios merece.
“Monas Hyieroglyphica” le fue inspirada a John Dee, por la lectura de los escritos del Abad Tritemio, discípulo de Alberto El Grande, cuyos descubrimientos en el campo de las escrituras mágicas van más allá quizá de todo lo imaginable.
En 1564, en efecto, bajo el impulso del descubrimiento de la “Esteganografía” de Tritemio, John Dee escribió la “Mónada Jeroglífica”, tratado complejo de Cosmogonía basado en un conocimiento profundo de la Astrología y de la Cábala, puestos en relación con el Arte de Hermes.
“Monas Hyieroglyphica” le fue inspirada a John Dee, por la lectura de los escritos del Abad Tritemio, discípulo de Alberto El Grande, cuyos descubrimientos en el campo de las escrituras mágicas van más allá quizá de todo lo imaginable.
En 1564, en efecto, bajo el impulso del descubrimiento de la “Esteganografía” de Tritemio, John Dee escribió la “Mónada Jeroglífica”, tratado complejo de Cosmogonía basado en un conocimiento profundo de la Astrología y de la Cábala, puestos en relación con el Arte de Hermes.
La iconografía hermética está plena de referencias a esta polaridad, plasmada de forma directa en los colores asignados por a Tradición a estos dos Planetas, Marte y Venus, así como a los metales que se les asocian desde tiempos remotos: El hierro y el cobre, los colores rojo y verde.
Verde y rojo son colores que se complementan. Importante es recordar aquí el concepto de Colores Complementarios. Los colores complementarios se encuentran en puntos opuestos del círculo cromático. Estos colores se refuerzan mutuamente, de manera que un mismo color parece más vibrante e intenso cuando se halla asociado a su complementario. Estos contrastes son, pues, idóneos para llamar la atención, así que no es de extrañar que rojo y verde siempe vayan juntos, desde los modernos semáforos de nuestras ciudades hasta la señalización de los muelles de entrada en los puertos marítimos.
Durante el siglo XVII, los Hermanos de la Rosa Cruz, retoman de nuevo el símbolo de la Rosa y la abeja. La Rosa, la flor más venusina de todas, de fragancia exquisita, incorpora también el simbolo marcial en las punzantes espinas que la acompañan, pero sobre todo en el color rojo que tiñe sus pétalos, también formando parte del simbolismo de la Rosa y la Cruz. Este emblema «Dat Rosa Mel Apibus» (La rosa da miel a las abejas), fue utilizado en la portada del «Summum Bonum» de Joachim Frizius y luego adoptado para ilustrar el «Clavis» de Robert Fludd (1574-1637). Podemos ver en un sentido hermético cómo parece haber una aproximación entre la doctrina de san Bernardo, la ebriedad interior del sufismo y el simbolismo que propugna la Rosa+Cruz del siglo XVII, lo cual nos induce a pensar en una transmisión espiritual que es mantenida de forma secreta a través de los siglos, como una cadena iniciática ininterrumpida.
y la Rosa triunfante sobre la Cruz
Por último, diremos que la miel es llamada por los maestros: «la ciencia de las cosas de Dios», y las inevitables picaduras de la recolección de la miel son el emblema de los sufrimientos morales o físicos de que está sembrado el áspero sendero que conduce a la conquista de los conocimientos espirituales (L.Charbonneau-Lassay).
Así los antiguos Rosa Cruces tenían por máxima:
"Ad Rosam per Crucem; Ad Crucem per Rosam"
"A la rosa por la Cruz; A la Cruz por la Rosa"
Recordándonos que la Rosa no está exenta de espinas
A semejanza del Sol, Júpiter está compuesto de un 82% de hidrógeno, 17% de helio y un 1% de otros elementos.Un hecho característico de este planeta es que debido a su tamaño, los científicos calcularon que con un poco más de masa, se habría convertido en una estrella que acompañaría al Sol como un sistema binario.
Existiría otro punto de discontinuidad , similar al que representa el Cinturón de Asteroides (ubicado entre Marte y Júpiter) que sería el Cinturón de Kuiper, entre Neptuno y Plutón.
Hace medio siglo, un astrónomo de origen holandés se despachó con una extraña teoría: según decía, el Sistema Solar no se terminaba en Plutón, sino que se extendía de allí hacia afuera en un enorme y delgado anillo formado por pequeños objetos helados. Un lugar del que, supuestamente, provenía buena parte de los cometas. Por aquel entonces, la idea de Gerard Kuiper casi parecía una osadía. Y es lógico, porque no había ni la más mínima prueba de que tal cosa existiera. Sólo se trataba de una presunción medianamente razonable. Pero Kuiper tenía razón, aunque nunca lo supo: a principios de los años 90, un grupo de astrónomos detectó un objeto a una distancia similar a la del noveno planeta. Y, desde entonces, le siguió una verdadera catarata de descubrimientos. Son pequeños mundos helados, físicamente similares a Plutón, pero de inferior tamaño. Hoy ya nadie duda de la existencia del “Cinturón de Kuiper”, la frontera helada de nuestro barrio planetario. Es una nueva región que pide a gritos ser explorada, y que, también, nos obliga a revisar la verdadera naturaleza del propio Plutón, que hasta ahora parecía ser el único centinela de las fronteras del Sistema Solar.
Hace medio siglo, un astrónomo de origen holandés se despachó con una extraña teoría: según decía, el Sistema Solar no se terminaba en Plutón, sino que se extendía de allí hacia afuera en un enorme y delgado anillo formado por pequeños objetos helados. Un lugar del que, supuestamente, provenía buena parte de los cometas. Por aquel entonces, la idea de Gerard Kuiper casi parecía una osadía. Y es lógico, porque no había ni la más mínima prueba de que tal cosa existiera. Sólo se trataba de una presunción medianamente razonable. Pero Kuiper tenía razón, aunque nunca lo supo: a principios de los años 90, un grupo de astrónomos detectó un objeto a una distancia similar a la del noveno planeta. Y, desde entonces, le siguió una verdadera catarata de descubrimientos. Son pequeños mundos helados, físicamente similares a Plutón, pero de inferior tamaño. Hoy ya nadie duda de la existencia del “Cinturón de Kuiper”, la frontera helada de nuestro barrio planetario. Es una nueva región que pide a gritos ser explorada, y que, también, nos obliga a revisar la verdadera naturaleza del propio Plutón, que hasta ahora parecía ser el único centinela de las fronteras del Sistema Solar.
y la Nube de Oort respecto de nuestro Sistema Solar.
Kuiper nos daría otra estructura simétrica distinta:
La estructuración por duplos quedaría entonces como sigue:
De la figura anteror derivamos algunas conclusiones interesantes observando los componentes planetarios integrantes de Pilar Central: Comenzando por el "andrógino" por excelencia, el planeta Mercurio que representa básicamente el principo mental y dialéctico concreto (aquí tendríamos la regencia mercurial de Géminis, integrando al polarizado duplo que le sigue a Mercurio: Venus - Marte, el principio sexual o duplo instintivo que Géminis intenta integrar, de ahí su androgínia mediante la dialectica mental.
Más arriba en una segunda octava encontrariamos el principio mercurial del signo de Virgo, representado aquí por el asteoide Ceres como integrador de todo el Cinturón de Asteroides que representa la fracturación multiplicativa, la fracturación del todo en sus partes, como parece revelar el hecho de que la órbita media de dicho Cinturón, y su objeto celeste mas representativo por tamaño, Ceres, cumple escrupulosamente la Ley de Bode de las Orbitas planetarias que señala con matemática precisión las posiciones de las órbitas planetarias en distancias medidas en UA (Unidades Astronómicas) lo cual parece evocar con claridad la anterior presencia en dicha órbita de un cuerpo planetario hoy fragmentado, tal vez por colisión, todo ello muy coherente con el simbolismo del signo mutable de Tierra, Virgo.
Un escalón por encima se situaría el planeta Urano en una clara mutación del principio mercurial original, pero sin duda, participando en su esencia de dicho principio dialectico, situándolo aquí en una octava superior, que en este caso muta de lo personal a lo transpersonal.
Por último en el ulterior desarrollo evolutivo y complejo de este principio dialectico que se originó en Mercurio situaríamos al nuevo recien descubierto planeta (o planetoide, si hacemos gala de su ortodoxa definición científica reciente) Eris que en este caso sería la octava superior de Urano, hecho que apuntamos para su posible constatación.
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