En los años de madurez, pocos hombres se
acuerdan de cómo han llegado a ser lo que son, de cómo han conseguidos sus
placeres, la concepción del mundo, su mujer, su carácter, su oficio y sus
éxitos, y sienten no poder someterse ya a una transformación. Se podría incluso
asegurar que han sido víctimas de un engaño; es imposible aducir una razón
suficiente de que todo sucediera precisamente como sucedió; podría haber
sucedido también de otra manera; sólo mínimamente los acontecimientos fueron
producidos por ellos mismos, en su mayor parte dependieron de las más variadas
circunstancias: del humor, de la vida, de la muerte de otros hombres; y se
precipitaron, en un momento dado sobre ellos. En la juventud aparecía la vida
como un mañana sin fin, llena de posibilidades y de nada en todas direcciones,
y ya al mediodía se presentó de improviso algo que pretendía ser su vida; todo
eso era tan sorprendente como verse de pronto ante la persona con la que se ha
mantenido correspondencia epistolar durante veinte años sin conocerla
personalmente, habiéndosela imaginado antes distinta. Pero es todavía más
extraño el hecho de que casi nadie lo nota; todos adoptan a la persona con la
que se han cruzado, e incorporan su vida a la suya, juzgan sus experiencias
como la expresión de sus atributos; su destino es su recompensa o su desgracia.
Algo se ha comportado con ellos como una cinta insecticida con una mosca: la
aprisiona por un élitro y le impide todo movimiento, la envuelve poco a poco
hasta sepultarla en una forma que no corresponde a la originaria. Conservan un
recuerdo vago de la juventud en que poseyeron algo así como una fuerza de
oposición. Ésta otra fuerza empuja y zumba, se resiste a reposar y levanta una
tempestad de movimientos de huida sin rumbo; la burla de la juventud, su
rebelión contra lo vigente, su disponibilidad para todo heroísmo, para la
propia abnegación y sacrificio, para el crimen, su fogosa seriedad y su
inconstancia, todo esto no revela otra cosas que sus movimientos de huida. En
el fondo, estos movimientos o tentativas expresan que nada de todo lo que el
joven emprende aparece unívoco ni es dictado por exigencias interiores, incluso
cuando lo manifiestan queriendo convencer de que todo aquello sobre lo que se
lanzan es absolutamente improrrogable y necesario. Cada uno inventa un nuevo
gesto bello, uno interior y otro exterior. ¿Cómo se traduce? ¿Un gesto vital?
¿Una forma en que el sentimiento íntimo fluye como el gas en un globo de
vidrio? Puede ser un nuevo bigote o un pensamiento nuevo. Es una comedia, pero,
como toda comedia, tiene naturalmente algún sentido…; de repente se arrojan los
espíritus jóvenes encima, como los gorriones sobre el tejado cuando se les da
comida. Basta imaginárselo: cuando fuera, un mundo oprime la lengua, las manos,
los ojos, el gélido paisaje lunar de la tierra, casa, costumbres, cuadros y
libros…, y cuando dentro no hay más que niebla escurridiza: ¡qué felicidad poner
una expresión en la que uno pueda reconocerse a sí mismo! ¿No es natural que un
hombre apasionado se enseñoree de esa nueva forma, aun antes que un hombre
vulgar? Ella le otorga el momento del ser, del equilibrio entre dentro y fuera,
entre ser aplastado y descuartizado. “Sólo de esto depende –pensó Ulrich, cosa
que también a él le incumbía. Tenía las manos en los bolsillo, y en su rostro
se reflejaba tranquilidad y felicidad somnolienta como si estuviera muriendo de
dulce congelación a los rayos de sol que le acariciaban-, sólo de esto depende
el fenómeno continuamente repetido y llamado nueva generación, padres e hijos,
revolución espiritual, cambio de estilo, desarrollo, moda y renovación. Lo que
hace de esta manía de renovar un perpetuum
mobile es simplemente la
desdicha de que entre el yo nebuloso y el yo de los predecesores, concretados
en una forma extraña, se inserte una apariencia del yo, un grupo de almas que
casan más o menos entre sí. Y si se observa detenidamente, se pueden ver en el
futuro más próximo los antiguos tiempos venideros: las nuevas ideas son
entonces treinta años más viejas, pero satisfecha y un poco acolchadas y
sobrevividas, de cómo parecido a como en los rasgos resplandecientes de un niña
se refleja el rostro apagado de su madre; o bien no han tenido éxito alguno y
aparecen consumidas y arrugadas, reducidas a un proyecto de reforma defendido
por un viejo loco al que sus cincuenta admiradores llaman Fulano de Tal.”
El hombre sin atributos. Robert Musil. Capítulo 34 (Fragmento)
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