SIMETRÍA
PRIMER NIVEL
VENUS - TIERRA/LUNA - MARTE
Aries y Libra, son dos signos cardinales opuestos separados 180º en el zodiaco, por tanto muy polarizados, y a la vez de gran complementariedad, cuyos regentes: Marte, de Aries y Venus, de Libra, componen el denominado en Astrología Humanista "duplo instintivo", también llamado por otros astrólogos "duplo sexual".
Si observamos las posiciones de Marte-Tierra-Venus, y sus respectivas órbitas en nuestro Sistema Solar, salta a primera vista de forma "intuitiva" la importancia que debe tener para nuestro planeta el hecho de que ambos astros sean de naturalezas opuestas y complementarias, y nuestros "escoltas" en el Sistema Solar y en el cosmos. Esto nos sugiere la imagen simbólica de polarización, a modo de "condensador cósmico" donde la Tierra acumularía la "carga" o "capacidad", contenida en el éter existente entre las dos colosales "placas planetarias polarizadas" de este gigantesco componente cósmico.
Existen poderosas razones simbólicas que redundan en esta polaridad, razones que encontramos incluso reflejadas en nuestra vida cotidiana, desde los dos símbolos planetarios universalmente reconocidos para referirse a los dos géneros, el masculino y el femenino, que son coincidentes con los símbolos astrológicos de Marte y Venus, hasta otros más “ocultos” o esotéricos, que la Tradición conserva como “pistas” algunas de ellas más o menos veladas.
Veamos.....
Sabemos que en Astrología el duplo básico original o “duplo vital” es el representado por Sol y la Luna, siendo estos dos astros los regentes de Leo y de Cáncer. Ahora fijémonos bien, porque existe una conexión sutil de la mayor importancia entre Sol - Luna y Marte - Venus, y en la que pocos reparan. Esta relación oculta se manifiesta a través de los signos considerados tradicionalmente como los de las exaltaciones de ambos luminares. Curiosamente el Sol tiene su exaltación en el signo de Aries, que es regido por el planeta Marte, mientras que la Luna tiene su exaltación en Tauro, signo que rige su opuesto, el planeta Venus.
Veamos.....
Sabemos que en Astrología el duplo básico original o “duplo vital” es el representado por Sol y la Luna, siendo estos dos astros los regentes de Leo y de Cáncer. Ahora fijémonos bien, porque existe una conexión sutil de la mayor importancia entre Sol - Luna y Marte - Venus, y en la que pocos reparan. Esta relación oculta se manifiesta a través de los signos considerados tradicionalmente como los de las exaltaciones de ambos luminares. Curiosamente el Sol tiene su exaltación en el signo de Aries, que es regido por el planeta Marte, mientras que la Luna tiene su exaltación en Tauro, signo que rige su opuesto, el planeta Venus.
Si seguimos indagando, también encontraremos nuevamente la simetría complementaria al estudiar la conocida figura zodiacal de las regencias planetarias de los signos. Aquí la simetría se establece trazando el eje entre los signos gobernados por los dos luminares: Cáncer (Luna) y Leo (Sol).
Todo lo anterior queda resumido en forma simbólica bajo la figura, hoy en desuso, del símbolo original del planeta Mercurio. Una figura desvelada magistralmente en el siglo XVI por John Dee, el genial matemático, astrónomo y alquimista inglés, de la Corte de Isabel I, en su obra cumbre “Monas Hieroglyphica”(1564) (La Mónada Jeroglífica).
John Dee (1527 - 1608), fue uno más de los grandes genios que la historia mantiene en el olvido. Como sucede con otros notables personajes, como por poner un ejemplo, Juanelo Turriano, el gran ingeniero italiano afincado en la corte Toledana de Felipe II, creador del artilugio que llevaba su nombre, también conocido como el Artificio de Toledo.
El artificio de Juanelo fue una máquina hidráulica diseñada por él en el siglo XVI, cuya misión era elevar el agua desde el río Tajo hasta la ciudad de Toledo salvando un desnivel de más de 100 metros. Fue uno de los grandes inventos del Renacimiento y alcanzó gran popularidad nacional e internacional y fue mencionado en sus obras por muchos escritores del Siglo de Oro. Hasta el momento en que Turriano tuvo a punto su ingenio sólo se había conseguido subir agua a 40 metros con un tornillo de Arquímedes en Habsburgo. El artificio de Juanelo consiguió en pleno siglo XVI que el monarca español fuese el primero en el mundo que disfrutase de agua corriente en su palacio toledano, antaño situado donde hoy se levanta el Alcazar en esta mítica urbe.
El artificio de Juanelo fue una máquina hidráulica diseñada por él en el siglo XVI, cuya misión era elevar el agua desde el río Tajo hasta la ciudad de Toledo salvando un desnivel de más de 100 metros. Fue uno de los grandes inventos del Renacimiento y alcanzó gran popularidad nacional e internacional y fue mencionado en sus obras por muchos escritores del Siglo de Oro. Hasta el momento en que Turriano tuvo a punto su ingenio sólo se había conseguido subir agua a 40 metros con un tornillo de Arquímedes en Habsburgo. El artificio de Juanelo consiguió en pleno siglo XVI que el monarca español fuese el primero en el mundo que disfrutase de agua corriente en su palacio toledano, antaño situado donde hoy se levanta el Alcazar en esta mítica urbe.
Volviendo al asunto que tratábamos antes de este relajante inciso, “Monas Hyieroglyphica” le fue inspirada a John Dee, por la lectura de los escritos del Abad Tritemio, discípulo de Alberto El Grande, cuyos descubrimientos en el campo de las escrituras mágicas van más allá quizá de todo lo imaginable.
Monas Hieroglyphica
Alfa
Omega
En efecto, bajo el impulso del descubrimiento de la “Esteganografía” de Tritemio, John Dee escribió en 1564 la “Mónada Jeroglífica”, tratado complejo de Cosmogonía basado en un coneocimiento profundo de la Astrología y de la Cábala, puestos en relación con el Arte de Hermes.
Sobre algunos de estos genios olvidados volveremos para tratar de situarles donde por mérito propio merecen estar, ya que sus biografías y obras, en gran parte de los casos por su carácter heterodoxo, han sido metódicamente "borradas" de la Historia. En nuestras páginas trataremos de rescatar su memoria del olvido.
Siguiendo con las simetrías existentes entre Marte y Venus, la iconografía hermética está plena de referencias a esta polaridad, que se ve plasmada de forma directa en los colores asignados por la Tradición a estos dos Planetas, así como a los metales y los colores que se les asocian desde tiempos remotos: El hierro y el cobre, y los colores rojo y verde.
El rojo y el verde son dos colores que se complementan. Importante es recordar aquí el concepto de Colores Complementarios. Los colores complementarios se encuentran en puntos opuestos del círculo cromático. Estos colores se refuerzan mutuamente, de tal manera que un mismo color parece más vibrante e intenso cuando se halla asociado a su complementario. Estos contrastes son, pues, idóneos para llamar la atención, así que no es de extrañar que rojo y verde siempre estén en estrecha asociación, desde los modernos semáforos de nuestras ciudades hasta la señalización de los muelles de entrada en los puertos marítimos o en la aviación.
Durante el siglo XVII, los Hermanos de la Rosa Cruz, retoman de nuevo el símbolo de la Rosa y la abeja. La Rosa, la flor más venusina de todas, de fragancia exquisita, incorpora también el símbolo marcial en las punzantes espinas que la acompañan, pero sobre todo en el color rojo que tiñe sus pétalos, también formando parte del simbolismo de la Rosa y la Cruz. Este emblema «Dat Rosa Mel Apibus» (La rosa da miel a las abejas), fue utilizado en la portada del «Summum Bonum» de Joachim Frizius y luego adoptado para ilustrar el «Clavis» de Robert Fludd (1574-1637). Podemos ver en un sentido hermético cómo parece haber una aproximación entre la doctrina de san Bernardo, la ebriedad interior del sufismo y el simbolismo que propugna la Rosa+Cruz del siglo XVII, lo cual nos induce a pensar en una transmisión espiritual que es mantenida de forma secreta a través de los siglos, como una cadena iniciática ininterrumpida.
y la Rosa triunfante sobre la Cruz
Por último, diremos que la miel es llamada por los maestros: «la ciencia de las cosas de Dios», y las inevitables picaduras de la recolección de la miel son el emblema de los sufrimientos morales o físicos de que está sembrado el áspero sendero que conduce a la conquista de los conocimientos espirituales (L.Charbonneau-Lassay).
Así los antiguos Rosa Cruces tenían por máxima:
"Ad Rosam per Crucem; Ad Crucem per Rosam"
Cuya traducción reza:
"A la rosa por la Cruz; A la Cruz por la Rosa"
Algo que nos recuerda que la Rosa no está exenta de espinas.
Existen aún más paralelismos asociativos intrínsecos, aunque no siempre inmediatos, entre Marte y Venus, por ejemplo en cuanto a los metales que desde tiempos remotos asocia la Tradición con estos dos cuerpos celestes que escoltan, junto a nuestro satélite, la Luna, nuestro planeta.
Desde la más remota antigüedad se ha asociado al cobre con el planeta Venus, y al hierro con el planeta Marte.
Desde la más remota antigüedad se ha asociado al cobre con el planeta Venus, y al hierro con el planeta Marte.
Existen diferentes sales de hierro como el sulfato ferroso y el sulfato férrico, y diferentes sales del cobre como el sulfato cuproso y el cúprico.
Ferroso: es cuando el fierro esta utilizando la valencia de +2 (valencia menor) y se le da la terminación oso Ferr-oso.
Ejemplo:
FeO = oxido ferroso
FeCl2 = cloruro ferroso
FeSO4 = sulfato ferroso
El sulfato ferroso existe en la naturaleza en forma de mineral conocido como melanterita. Este compuesto también llamado comúnmente caparrosa, recibe desde muy antiguo otras muchas denominaciones como son: Vitriolo verde, Vitriolo de hierro, Caparrosa verde, Szomolnokita etc.
Su color es verde esmeralda, el color asociado por la Tradición al planeta Venus, y su fórmula química es FeSO4·7H2O.
Férrico: es cuando el hierro esta utilizando la valencia de +3 (valencia mayor) y se le da la terminación ico; férr-ico
Ejemplo:
Fe2O3 = oxido férrico
FeCl3 = cloruro férrico
Fe2(SO4)3 = sulfato férrico
Es una sal sólida de color amarillo, cristaliza en el sistema rómbico y es soluble en agua a temperatura ambiente.
El sulfato férrico es de color rojizo, cuando se coloca un clavo de hierro en un tubo de ensayo con ácido sulfúrico concentrado, este debería reaccionar ocasionando un desprendimiento de hidrógeno, y formando una especie de capa rojiza, que es el sulfato férrico. Su fórmula química es Fe2(SO4)3
El sulfato férrico mantiene la correspondencia marcial, ya que su color, por contra al sulfato ferroso tiende al que la Tradición siempre a otorgado al planeta Marte: El color rojizo anaranjado.
De nuevo vemos como se manifiesta la complementariedad cromática en los óxidos del cobre y el hierro.
Como observamos en la anterior imágen los colores son exactamente los que tradicionalmente se han considerado como análogos a esos dos astros, colores que han llegado a ser determinantes para ciertas religiones en clara asociación con uno de estos dos astros, como sucede con la religión islámica, cuyo día sagrado es el viernes, asociado desde antiguo al planeta Venus.
Algunos estudiosos, como el astrólogo español José Luís San Miguel de Páblos,sugieren la relación directa de elementos arquitectónicos propios de estas culturas con los ciclos implícitos a dicho planeta, asociando por ejemplo las 5 volutas características de los arcos musulmanes con el ciclo propio de las retrogradaciones del planeta Venus.
Aunque todas las órbitas planetarias son elípticas, la órbita de Venus es la más parecida a una circunferencia, con una excentricidad inferior a un 1 %.
El ciclo entre dos elongaciones máximas (período orbital sinódico) dura 584 días. Después de esos 584 días Venus aparece en una posición a 72° de la elongación anterior. Dado que hay 5 períodos de 72° en una circunferencia, Venus regresa al mismo punto del cielo cada 8 años (menos dos días correspondientes a los años bisiestos). Este periodo se conocía como el ciclo Sothis en el Antiguo Egipto.
En la conjunción inferior, Venus puede aproximarse a la Tierra más que ningún otro planeta. El 16 de diciembre de1850 alcanzó la distancia más cercana a la Tierra desde el año 1800, con un valor de 39 514 827 kilómetros (0,26413854 UA). Desde entonces nunca ha habido una aproximación tan cercana. Una aproximación casi tan cercana será en el año 2101, cuando Venus alcanzará una distancia de 39 541 578 kilómetros (0,26431736 UA)
SIMETRÍA
SEGUNDO NIVEL
MERCURIO - TIERRA/LUNA - CINTURÓN DE ASTEROIDES
MERCURIO
Mercurio es el planeta del Sistema Solar más próximo al Sol y el más pequeño. Forma parte de los denominados planetas interiores o rocosos y carece de satélites. Se conocía muy poco sobre su superficie hasta que fue enviada la sonda planetaria Mariner 10 y se hicieron observaciones con radares y radiotelescopios.
Antiguamente se pensaba que Mercurio siempre presentaba la misma cara al Sol, situación similar al caso de la Luna con la Tierra; es decir, que su periodo de rotación era igual a su periodo de traslación, ambos de 88 días. Sin embargo, en 1965 se mandaron impulsos de radar hacia Mercurio, con lo cual quedó definitivamente demostrado que su periodo de rotación era de 58,7 días, lo cual es 2/3 de su periodo de traslación. Esto no es coincidencia, y es una situación denominada resonancia orbital.
Al ser un planeta cuya órbita es inferior a la de la Tierra, Mercurio periódicamente pasa delante del Sol, fenómeno que se denomina tránsito astronómico. Observaciones de su órbita a través de muchos años demostraron que el perihelio gira 43" de arco más por siglo de lo predicho por la mecánica clásica de Newton. Esta discrepancia llevó a un astrónomo francés, Urbain Le Verrier, a pensar que existía un planeta aún más cerca del Sol, al cual llamaronVulcano, que perturbaba la órbita de Mercurio. Ahora se sabe que Vulcano no existe; la explicación correcta del comportamiento del perihelio de Mercurio se encuentra en la Teoría General de la Relatividad.
Mercurio es uno de los cuatro planetas sólidos o rocosos; es decir, tiene un cuerpo rocoso como la Tierra. Este planeta es el más pequeño de los cuatro, con un diámetro de 4879 km en el ecuador. Mercurio está formado aproximadamente por un 70% de elementos metálicos y un 30% de silicatos. La densidad de este planeta es la segunda más grande de todo el sistema solar, siendo su valor de 5430 kg/m3, solo un poco menor que la densidad de la Tierra. La densidad de Mercurio se puede usar para deducir los detalles de su estructura interna. Mientras la alta densidad de la Tierra se explica considerablemente por la compresión gravitacional, particularmente en el núcleo, Mercurio es mucho más pequeño y sus regiones interiores no están tan comprimidas. Por tanto, para explicar esta alta densidad, el núcleo debe ocupar gran parte del planeta y además ser rico en hierro, material con una alta densidad. Los geólogos estiman que el núcleo de Mercurio ocupa un 42% de su volumen total (el núcleo de la Tierra apenas ocupa un 17%). Este núcleo estaría parcialmente fundido, lo que explicaría el campo magnético del planeta.
Rodeando el núcleo existe un manto de unos 600 km de grosor. La creencia generalizada entre los expertos es que en los principios de Mercurio un cuerpo de varios kilómetros de diámetro (un planetesimal) impactó contra él deshaciendo la mayor parte del manto original, dando como resultado un manto relativamente delgado comparado con el gran núcleo.
La corteza mercuriana mide en torno a los 100-200 km de espesor. Un hecho distintivo de la corteza de Mercurio son las visibles y numerosas líneas escarpadas o escarpes que se extienden varios miles de kilómetros a lo largo del planeta. Presumiblemente se formaron cuando el núcleo y el manto se enfriaron y contrajeron al tiempo que la corteza se estaba solidificando.
La superficie de Mercurio, como la de la Luna, presenta numerosos impactos de meteoritos que oscilan entre unos metros hasta miles de kilómetros. Algunos de los cráteres son relativamente recientes, de algunos millones de años de edad, y se caracterizan por la presencia de un pico central. Parece ser que los cráteres más antiguos han tenido una erosión muy fuerte, posiblemente debida a los grandes cambios de temperatura que en un día normal oscilan entre 623 K (350 °C) por el día y 103 K (–170 °C) por la noche.
Al igual que la Luna, Mercurio parece haber sufrido un período de intenso bombardeo de meteoritos de grandes dimensiones, hace unos 4.000 millones de años. Durante este periodo de formación de cráteres, Mercurio recibió impactos en toda su superficie, facilitado por la práctica ausencia de atmósfera que pudiera desintegrar o frenar multitud de estas rocas. Durante este tiempo, Mercurio fue volcánicamente activo, formándose cuencas o depresiones con lava del interior del planeta y produciendo planicies lisas similares a los mares o marías de la Luna; una prueba de ello es el descubrimiento por parte de la sonda Messenger de posibles volcanes.
Las planicies o llanuras de Mercurio tienen dos distintas edades; las jóvenes llanuras están menos craterizadas y probablemente se formaron cuando los flujos de lava enterraron el terreno anterior. Un rasgo característico de la superficie de este planeta son los numerosos pliegues de compresión que entrecruzan las llanuras. Se piensa que, como el interior del planeta se enfrió, se contrajo y la superficie comenzó a deformarse. Estos pliegues se pueden apreciar por encima de cráteres y planicies, lo que indica que son mucho más recientes. La superficie mercuriana está significativamente flexada a causa de la fuerza de marea ejercida por el Sol. Las fuerzas de marea en Mercurio son un 17% más fuertes que las ejercidas por la Luna en la Tierra.
Destacable en la geología de Mercurio es la Cuenca de Caloris, un cráter de impacto que constituye una de las mayores depresiones meteóricas de todo el sistema solar; esta formación geológica tiene un diámetro aproximado de 1550 km (antes del sobrevuelo de la sonda Messenger se creía que su tamaño era de 1300 km). Contiene, además, una formación de origen desconocido no antes vista ni en el propio Mercurio ni en la Luna, y que consiste en aproximadamente un centenar de grietas estrechas y de suelo liso conocida como La Araña; en el centro de esta se encuentra un cráter, desconociéndose si dicho cráter está relacionado con su formación o no. Interesantemente, también el albedo de la Cuenca de Caloris es superior al de los terrenos circundantes (al revés de lo que ocurre en la Luna). La razón de ello está siendo investigada.
Justo en el lado opuesto de esta inmensa formación geológica se encuentran unas colinas o cordilleras conocidas como Terreno Extraño, o Weird Terrain. Una hipótesis sobre el origen de este complejo geomorfológico es que las ondas de choque generadas por el impacto que formó la Cuenca de Caloris atravesaron toda la esfera planetaria convergiendo en las antípodas de dicha formación (180°), fracturando la superficie y formando esta cordillera.
Al igual que otros astros de nuestro sistema solar, como el más semejante en aspecto, la Luna, la superficie de Mercurio probablemente ha incurrido en los efectos de procesos de desgaste espaciales, o erosión espacial. El viento solar e impactos de micrometeoritos pueden oscurecer la superficie cambiando las propiedades reflectantes de ésta y el albedo general de todo el planeta.
A pesar de las temperaturas extremadamente altas que hay generalmente en su superficie, observaciones más detalladas sugieren la existencia de hielo en Mercurio. El fondo de varios cráteres muy profundos y oscuros cercanos a los polos que nunca han quedado expuestos directamente a la luz solar tienen una temperatura muy inferior a la media global. El hielo (de agua) es extremadamente reflectante al radar, y recientes observaciones revelan imágenes muy reflectantes en el radar cerca de los polos; el hielo no es la única causa posible de dichas regiones altamente reflectantes, pero sí la más probable. Se especula que el hielo tiene sólo unos metros de profundidad de estos cráteres, conteniendo alrededor de una tonelada de esta sustancia. El origen del agua helada en Mercurio no es conocido a ciencia cierta, pero se especula que o bien se condensó de agua del interior del planeta o vino de cometas que impactaron contra el suelo.
El estudio de la interacción de Mercurio con el viento solar ha puesto en evidencia la existencia de una magnetosfera en torno al planeta. El origen de este campo magnético no es conocido, aunque algunos autores creen que puede ser debido a una corriente eléctrica inducida en las capas exteriores de la atmósfera del planeta por el movimiento de las líneas del campo magnético interplanetario que giran por la rotación del Sol. En 2007 observaciones muy precisas realizadas desde la Tierra mediante radar, demostraron un bamboleo del eje de rotación compatible sólo con un núcleo del planeta parcialmente fundido. Un núcleo parcialmente fundido con materiales ferromagnéticos podría ser la causa de su campo magnético.
Órbita de Mercurio (en amarillo).
La órbita de Mercurio es la más excéntrica de los planetas menores, con la distancia del planeta al Sol en un rango entre 46 millones y 70 millones de kilómetros. Tarda 88 días terrestres en dar una traslación completa. Presenta además una inclinación orbital (con respecto al plano de la eclíptica) de 7°.
En la imagen anexa se ilustran los efectos de la excentricidad, mostrando la órbita de Mercurio sobre una órbita circular que tiene el mismo semieje. La elevada velocidad del planeta cuando está cerca del perihelio hace que cubra esta mayor distancia en un intervalo de sólo cinco días. El tamaño de las esferas, inversamente proporcional a la distancia al Sol, es usado para ilustrar la distancia variable heliocéntrica. Esta distancia variable al Sol, combinada con la rotación planetaria de Mercurio de 3:2 alrededor de su eje, resulta en complejas variaciones de la temperatura de su superficie, pasando de los -185°C durante las noches hasta los 430 °C durante el día.
La oblicuidad de la eclíptica es de solo 0,01° (grados sexagesimales), unas 300 veces menos que la de Júpiter, que es el segundo planeta en esta estadística, con 3,1° (en la Tierra es de 23,5°). De esta forma un observador en el ecuador de Mercurio durante el mediodía local nunca vería el Sol más que 0.01° al norte o al sur del cenit. Análogamente, en los polos el sol nunca pasa 0.01° por encima del horizonte.
En Mercurio existe el fenómeno de los amaneceres dobles, donde el Sol sale, se detiene, se esconde nuevamente casi exactamente por donde salió y luego vuelve a salir para continuar su recorrido por el cielo; esto solo ocurre en algunos puntos de la superficie: por el mismo procedimiento, en el resto del planeta se observa que el Sol aparentemente se detenga en el cielo y realice un movimiento de giro. Esto es porque aproximadamente cuatro días antes del perihelio, la velocidad angular orbital de Mercurio iguala su velocidad angular rotatoria, lo que hace que el movimiento aparente del Sol cese; justo en el perihelio, la velocidad angular orbital de Mercurio excede la velocidad angular rotatoria. De esta forma se explica este movimiento aparente retrógrado del Sol. Cuatro días después del perihelio, el Sol vuelve a tomar un movimiento aparente normal pasando por estos puntos.
El avance del perihelio de Mercurio fue notado en el siglo XIX por la lenta precesión de la órbita del planeta alrededor del Sol, la cual no se explicaba completamente por las leyes de Newton ni por perturbaciones por planetas conocidos (trabajo muy notable del matemático francés Urbain Le Verrier). Se supuso entonces que otro planeta en una órbita más interior al Sol era el causante de estas perturbaciones (se consideraron otras teorías como un leve achatamiento de los polos solares). El éxito de la búsqueda de Neptuno a consecuencia de las perturbaciones orbitales de Urano hicieron poner mucha fe a los astrónomos para esta hipótesis. Este planeta desconocido se le denominaría planeta Vulcano. Sin embargo, a comienzos del siglo XX, la Teoría General de la Relatividad de Albert Einstein explicaba la precesión observada, descartando al inexistente planeta (véase órbita planetaria relativista). El efecto es muy pequeño: el efecto de dicha relatividad en el avance del perihelio mercuriano excede en justo 42,98 arcosegundos por siglo, tanto que necesita 12 millones de órbitas para exceder un turno completo. Similar, pero con efectos mucho menores, opera para otros planetas, siendo 8,52 arcosegundos por siglo para Venus, 3,84 para la Tierra, 1,35 para Marte, y 10,05 para el asteroide Apolo (1566) Ícaro.
Durante muchos años se pensó que la misma cara de Mercurio miraba siempre hacia el Sol, de forma sincrónica, similar a como lo hace la Luna. No fue hasta 1965 cuando observaciones por radio (ver Observación con Grandes Telescopios) descubrieron una resonancia orbital de 2:3, rotando tres veces cada dos años mercurianos; la excentricidad de la órbita de Mercurio hace esta resonancia estable en el perihelio, cuando la marea solar es más fuerte, el Sol está todavía en el cielo de Mercurio. La razón por la que los astrónomos pensaban que Mercurio giraba de manera sincrónica era que siempre que el planeta estaba en mejor posición para su observación, mostraba la misma cara. Ya que Mercurio gira en un 3:2 de resonancia orbital, un día solar (la duración entre dos tránsitos meridianos del Sol) son unos 176 días terrestres. Un día sideral es de unos 58,6 días terrestres.
En una órbita, Mercurio rota 1,5 veces,
después de dos órbitas el mismo hemisferio vuelve a ser iluminado
Simulaciones orbitales indican que la excentricidad de la órbita de Mercurio varía caóticamente desde 0 (circular) a 0,47 a lo largo de millones de años. Esto da una idea para explicar la resonancia orbital mercuriana de 2:3, cuando lo más usual es 1:1, ya que esto es más razonable para un periodo con una excentricidad tan alta
La magnitud aparente de Mercurio varía entre -2,0 (brillante como la estrella Sirio) y 5,5. La observación de Mercurio es complicada por su proximidad al Sol, perdido en el resplandor de la estrella madre durante un período muy grande. Mercurio solo se puede observar por un corto período durante el crepúsculo de la mañana o de la noche. El Telescopio Espacial Hubble no puede observar Mercurio del todo, ya que por procedimientos de seguridad se evita un enfoque tan cercano al Sol.
Como la Luna, Mercurio exhibe fases vistas desde la Tierra, siendo nueva en conjunción inferior y llena en conjunción superior. El planeta deja de ser invisible en ambas ocasiones por la virtud de este ascenso y ubicación acuerdo con el Sol en cada caso. La primera y última fase ocurre en máxima elongación este y oeste, respectivamente, cuando la separación de Mercurio del rango del Sol es de 18,5° en el periastro y 28,3 en el apoastro. En máxima elongación oeste, Mercurio se eleva antes que el Sol y en la este después que el Sol.
Mercurio alcanza una conjunción inferior cada 116 días de media, pero este intervalo puede cambiar de 111 a 121 días por la excentricidad de la órbita del planeta. Este periodo de movimiento retrógrado visto desde la Tierra puede variar de 8 a 15 días en cualquier lado de la conjunción inferior. Esta larga variación de tiempo es consecuencia también de la elevada excentricidad orbital.
Mercurio es más fácil de ver desde el hemisferio sur de la Tierra que desde el hemisferio norte; esto se debe a que la máxima elongación del oeste posible del Sol siempre ocurre cuando es otoño en el hemisferio sur, mientras que la máxima elongación del este ocurre cuando es invierno en el hemisferio norte. En ambos casos, el ángulo de Mercurio incide de manera máxima con la eclíptica, permitiendo elevarse varias horas antes que el Sol y no se pone hasta varias horas después del ocaso en los países situados en latitudes templadas del hemisferio sur, como Chile, Argentina y Nueva Zelanda. Por contraste, en las latitudes templadas del hemisferio norte, Mercurio nunca está por encima del horizonte en más o menos a media noche. Mercurio puede, como otros muchos planetas y estrellas brillantes, ser visto durante un eclipse solar.
Además, Mercurio es más brillante visto desde la Tierra cuando se encuentra entre la fase creciente o la menguante y la llena. Aunque el planeta está más lejos en ese momento que cuando está creciente, el área iluminada visible mayor compensa esa mayor distancia. Justo al contrario que Venus, que aparece más brillante cuando está en cuarto creciente, porque está mucho más cerca de la Tierra.
Tránsito de Mercurio (8 de noviembre de 2006). Imagen captada por el SOHO
El tránsito de Mercurio es el paso, observado desde la Tierra, de este planeta por delante del Sol. La alineación de estos tres astros (Sol, Mercurio y la Tierra) produce este particular efecto, sólo comparable con el tránsito de Venus. El hecho de que Mercurio esté en un plano diferente en la eclíptica que nuestro planeta (7° de diferencia) hace que sólo una vez cada varios años ocurra este fenómeno. Para que el tránsito se produzca, es necesario que la Tierra esté cerca de los nodos de la órbita. La Tierra atraviesa cada año la línea de los nodos de la órbita de Mercurio el 8-9 de mayo y el 10-11 de noviembre; si para esa fecha coincide una conjunción inferior habrá paso. Existe una cierta periodicidad en estos fenómenos aunque obedece a reglas complejas. Es claro que tiene que ser múltiplo del periodo sinódico. Mercurio suele transitar el disco solar un promedio de unas 13 veces al siglo en intervalos de 3, 7, 10 y 13 años.
Las primeras menciones conocidas de Mercurio, hechas por los los sumerios, datan del tercer milenio a. C. Los babilonios (2000-500 a. C.) hicieron igualmente nuevas observaciones sobre el planeta, denominándolo como Nabu o Nebu, el mensajero de los dioses en su mitología.
Los observadores de la Antigua Grecia llamaron al planeta de dos maneras: Apolo cuando era visible en el cielo de la mañana y Hermes cuando lo era al anochecer. Sin embargo, los astrónomos griegos se dieron cuenta que se referían al mismo cuerpo celeste, siendo Pitágoras el primero en proponer la idea.
En 1800 Johann Schröter pudo hacer algunas observaciones de la superficie, pero erróneamente estimó que el planeta tenía un periodo de rotación similar a la terrestre, de unas 24 horas. En la década de 1880 Giovanni Schiaparelli realizó un mapa de Mercurio más correcto, y sugirió que su rotación era de 88 días, igual que su período de traslación (Rotación síncrona).
Un hecho extraño en la astronomía es que un planeta pase delante de otro (ocultación), visto desde la Tierra. Mercurio y Venus se ocultan cada varios siglos, y el 28 de mayo de 1737 ocurrió el único e histórico registrado. El astrónomo que lo observó fue John Bevis en el Real Observatorio de Greenwich. La próxima ocultación ocurrirá en 2133.Las primeras observaciones con telescopio de Mercurio datan de Galileo en el siglo XVII. Aunque él observara las fases planetarias cuando miraba a Venus, su telescopio no era lo suficientemente potente para distinguir las fases de Mercurio. En 1631 Pierre Gassendi realizó las primeras observaciones del tránsito de Mercurio cruzando el Sol cuando vio el tránsito de Mercurio predicho por Johannes Kepler. En 1639 Giovanni Zupi usó un telescopio para descubrir que el planeta tenía una fase orbital similar a la de Venus y la Luna. La observación demostró de manera concluyente que Mercurio orbitaba alrededor del Sol.
La teoría por la cual la rotación de Mercurio era sincrónica se hizo extensamente establecida, y fue un giro de 180° cuando los astrónomos mediante observaciones de radio en los años 1960 cuestionaron la teoría. Si la misma cara de Mercurio estuviera dirigida siempre hacia el Sol, la parte en sombra estaría extremadamente fría, pero las mediciones de radio revelaron que estaba mucho más caliente de lo esperado. En 1965 se constató que definitivamente el periodo de rotación era de 59 días. El astrónomo italiano Giuseppe Colombo notó que este valor era sobre dos terceras partes del período orbital de Mercurio, y propuso una forma diferente de la fuerza de marea que hizo que los períodos orbitales y rotatorios del planeta se quedasen en 3:2 más bien que en 1:1 (resonancia orbital). Más tarde la Mariner 10 lo confirmó.
Las observaciones por grandes telescopios en tierra no arrojaron mucha luz sobre este mundo difícil de ver, y no fue hasta la llegada de sondas espaciales que visitaron Mercurio cuando se descubrieron y confirmaron grandes e importantes propiedades del planeta. No obstante, recientes avances tecnológicos han llevado a observaciones mejoradas: en 2000, el telescopio de alta resolución del Observatorio Monte Wilson de 1500 mm proporcionó las primeras imágenes que resolvieron algunos rasgos superficiales sobre las regiones de Mercurio que no fueron fotografiadas durante las misiones del Mariner. Imágenes recientes apuntan al descubrimiento de una cuenca de impacto de doble anillo más largo que la Cuenca de Caloris, en el hemisferio no fotografiado por la Mariner. Es informalmente conocido como Cuenca de Shinakas.
Llegar hasta Mercurio desde la Tierra supone un significativo reto tecnológico, ya que la órbita del planeta está mucho más cerca que la terrestre al Sol. Una nave espacial con destino a Mercurio lanzada desde nuestro planeta deberá de recorrer unos 91 millones de kilómetros por los puntos de potencial gravitatorio del Sol. Comenzando desde la órbita terrestre a unos 30 km/s, el cambio de velocidad que la nave debe realizar para entrar en una órbita de transferencia, conocida como órbita de transferencia de Hohmann (en la que se usan dos impulsos del motor cohete) para pasar cerca de Mercurio es muy grande comparado con otras misiones planetarias.
Además, para conseguir entrar en una órbita estable el vehículo espacial debe confiar plenamente en sus motores de propulsión, puesto que el aerofrenado está descartado por la falta de atmósfera significativa en Mercurio. Un viaje a este planeta en realidad es más costoso en lo que a combustible se refiere por este hecho que hacia cualquier otro planeta del sistema solar.
CERES
Ceres (anteriormente (1) Ceres) es el más pequeño de los planetas enanos dentro del sistema solar. Se ubica entre las órbitas de Marte y Júpiter. Fue descubierto el 1 de enero de 1801 por Giuseppe Piazzi y recibe su nombre en honor a la diosa romana de la agricultura, las cosechas y la fecundidad, Ceres.
Inicialmente se lo consideró como un cometa, luego como un planeta, y posteriormente fue considerado el mayor asteroide descubierto por el hombre, hasta la creación de la categoría de «planeta enano», en 2006.
Este planeta enano contiene aproximadamente la tercera parte de la masa total del cinturón de asteroides, siendo el más grande de todos los cuerpos de dicho grupo
La idea de que un planeta frío desconocido existiera entre las órbitas de Marte y Júpiter fue sugerida por Johann Elert Bode en 1768. Sus consideraciones se basaban en la Ley de Titius-Bode, una teoría propuesta por Johann Daniel Titius en 1766. De acuerdo con esta ley, la distancia al Sol de este planeta era de unos 2,8 UA. El descubrimiento por William Herschel deUrano en 1781 incrementó la creencia en la ley de Titius-Bode. En el congreso astronómico que tuvo lugar en Gotha, Alemania, en 1796, el francés Joseph Lalande recomendó su búsqueda. Entre cinco grupos de astrónomos se repartieron el zodíaco en la búsqueda del quinto planeta y en 1800, veinticuatro astrónomos expertos, combinaron sus esfuerzos y comenzaron una búsqueda metódica del planeta propuesto. El proyecto fue encabezado porFranz Xaver von Zach. Si bien no encontraron a Ceres, sí que descubrieron grandes asteroides.
Finalmente, Ceres fue descubierto el 1 de enero de 1801 desde un observatorio en Palermo (Italia) por Giuseppe Piazzi (1746-1826), sacerdote católico y educador, mientras trabajaba en la compilación de un catálogo estelar. El día 3 de enero el cuerpo se había desplazado un tercio de luna hacia el oeste. Hasta el 24 de enero no publicó su descubrimiento creyendo que se trataba de un cometa.
El objeto fue cautamente anunciado por su descubridor en un primer momento como un cometa sin nebulosidad más que como un nuevo planeta.
Si bien Ceres no fue considerado demasiado pequeño para ser un verdadero planeta y las primeras medidas presentaban un diámetro de 480 km, permaneció listado como planeta en libros y tablas astronómicas durante más de medio siglo, hasta la década de 1850, antes de que se encontraran otros muchos objetos similares en la misma región espacial. Ceres y ese grupo de cuerpos fueron denominados cinturón de asteroides. Muchos científicos imaginaron que serían los vestigios finales de un antiguo planeta destruido, si bien actualmente se cree que el cinturón es un planeta en construcción y que nunca completó su formación.
Piazzi lo bautizó como Ceres Ferdinandea por Ceres, la diosa romana de las plantas y el amor maternal y patrona de Sicilia, y por el rey Fernando IV de Nápoles y Sicilia, patrón de su obra. El apellido Ferdinandea se eliminó posteriormente por razones políticas. En Alemania por un corto tiempo fue llamado Hera y en Grecia es llamado Deméter que es la diosa griega equivalente a Ceres
Tiene un diámetro de 950 × 932 km y una superficie de 2.800.000 km², encontrándose situado en el cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter. Como comparación, su superficie es equivalente a la de Argentina.
Con una masa de 8,7×1020 kg (25 % de la masa del cinturón de asteroides), Ceres comprende casi un tercio de la masa total estimada (2,3×1021 kg) de los asteroides del Sistema Solar. Hay algunos indicios de que su superficie es cálida y de que podría tener una débil atmósfera.
Los indicios sugerían también que podría tener agua en forma de escarcha en su superficie y una gruesa capa de hielo sobre un núcleo rocoso. En 2014 se publicó la confirmación de que Ceres contiene agua en abundancia, expulsando al espacio hasta 6 kilos de vapor por segundo. El hallazgo fue realizado por investigadores de la Agencia Espacial Europea y la Universidad de Florida Central ayudándose del telescopio espacial Herschel.
En el pasado, Ceres era considerado como el mayor de una familia de asteroides (un grupo de elementos orbitales similares), pero estudios avanzados han mostrado que Ceres tiene unas propiedades espectrales diferentes de las de los otros miembros de la familia, y ahora este grupo es denominado como «familia Gefion», nombrado con respecto al asteroide (1272) Gefion, siendo Ceres un accidental compañero sin un origen en común.
Ceres sigue una órbita entre Marte y Júpiter, en medio del cinturón de asteroides, con un periodo de 4,6 años. La órbita está moderadamente inclinada (i=10.6° comparada con los 7° de Mercurio y los 17° de Plutón) y moderadamente excéntrica (e'-.m .'=0.08° comparada con los 0.09° de Marte).
La imagen de la derecha ilustra las órbitas de Ceres (azul) y las de otros planetas (blanco/azul). Los segmentos de las órbitas por debajo de la eclíptica están en colores oscuros, y el signo (+) en naranja ubica al Sol. El diagrama superior izquierdo es una vista polar que muestra la localización de Ceres entre Marte y Júpiter. El diagrama superior derecho es una cercana demostración de las localizaciones del perihelio (q) y del afelio (Q) de Ceres y Marte. El perihelio de Marte está en oposición al Sol desde el de Ceres y de muchos de los grandes asteroides del cinturón de asteroides, incluyendo a Palase Higia. El diagrama inferior es una vista en perspectiva mostrando la inclinación de la órbita de Ceres comparada con las de Marte y Júpiter.
SIMETRÍA
TERCER NIVEL
SOL - TIERRA/LUNA - JÚPITER
A semejanza del Sol, Júpiter está compuesto de un 82% de hidrógeno, 17% de helio y un 1% de otros elementos.Un hecho característico de este planeta es que debido a su tamaño, los científicos calcularon que con un poco más de masa, se habría convertido en una estrella que acompañaría al Sol como un sistema binario.
Esta antigua idea de Júpiter completando su interrumpido desarrollo, convirtiéndose en la segunda estrella de nuestro Sistema Solar, se llevó al cine, en en la adaptación cinematográfica de "2010: Odisea dos", la segunda parte de "2001: Una odisea espacial" la genial obra de ficción científica escrita en 1968 por Arthur C. Clarke, el prolífico y reconocido maestro británico del género y adaptada a la pantalla de forma magistral por el malogrado cineasta estadounidense Stanley Kübrick.
Esta segunda parte de la obra escrita por Clarke, aunque técnicamente bien facturada en 1984 por el director Peter Hyamsen su adaptación cinematográfica, no obtuvo la misma aceptación ni acogida que su iniciadora por parte del público. Sin duda se echaba de menos la visiónaria percepción metafísica de la que hacía gala de forma impecable todo un maestro en el séptimo arte como demostró ser en su predecesora, Stanley Kübrick cuya película permanece aún hoy en día como una de las mayores cumbres del género de ficción de la cinematografía mundial.
Como botón de muestra permanecerá siempre en nuestra retina la impresionante secuencia, que a continuación reproduzco, de la nave del protagonista atravesando lo que parece un agujero negro. Corría entonces el año 1969. La película estrenada en 1968 era proyectada en el viejo Teatro Albéniz de la calle de la Paz en Madrid, hoy tristemente cerrado. Mi padre nos llevó a ver aquella maravilla, lo que siempre le agradeceré. Nosotros entonces apenas si contábamos con 9 años de edad.
Por aquellos años en la vieja sala del entonces Cine Albéniz se proyectaba en pantalla panorámica gigante mediante la revolucionaria técnica cinematográfica conocida bajo el nombre de Cinerama. La secuencia que conducía al final concluía en un giro metafísico copernicano resuelto de forma magistral por Kübrick.
Esta segunda parte de la obra escrita por Clarke, aunque técnicamente bien facturada en 1984 por el director Peter Hyamsen su adaptación cinematográfica, no obtuvo la misma aceptación ni acogida que su iniciadora por parte del público. Sin duda se echaba de menos la visiónaria percepción metafísica de la que hacía gala de forma impecable todo un maestro en el séptimo arte como demostró ser en su predecesora, Stanley Kübrick cuya película permanece aún hoy en día como una de las mayores cumbres del género de ficción de la cinematografía mundial.
Como botón de muestra permanecerá siempre en nuestra retina la impresionante secuencia, que a continuación reproduzco, de la nave del protagonista atravesando lo que parece un agujero negro. Corría entonces el año 1969. La película estrenada en 1968 era proyectada en el viejo Teatro Albéniz de la calle de la Paz en Madrid, hoy tristemente cerrado. Mi padre nos llevó a ver aquella maravilla, lo que siempre le agradeceré. Nosotros entonces apenas si contábamos con 9 años de edad.
“2001, Una Odisea del Espacio”, estuvo en cartel desde el 21 de Octubre de 1968, hasta el 2 de Marzo de 1969.
Por aquellos años en la vieja sala del entonces Cine Albéniz se proyectaba en pantalla panorámica gigante mediante la revolucionaria técnica cinematográfica conocida bajo el nombre de Cinerama. La secuencia que conducía al final concluía en un giro metafísico copernicano resuelto de forma magistral por Kübrick.
Existiría otro punto de discontinuidad , similar al que representa el Cinturón de Asteroides (ubicado entre Marte y Júpiter) que sería el Cinturón de Kuiper, entre Neptuno y Plutón.
Hace medio siglo, un astrónomo de origen holandés se despachó con una extraña teoría: según decía, el Sistema Solar no se terminaba en Plutón, sino que se extendía de allí hacia afuera en un enorme y delgado anillo formado por pequeños objetos helados. Un lugar del que, supuestamente, provenía buena parte de los cometas. Por aquel entonces, la idea de Gerard Kuiper casi parecía una osadía. Y es lógico, porque no había ni la más mínima prueba de que tal cosa existiera. Sólo se trataba de una presunción medianamente razonable. Pero Kuiper tenía razón, aunque nunca lo supo: a principios de los años 90, un grupo de astrónomos detectó un objeto a una distancia similar a la del noveno planeta. Y, desde entonces, le siguió una verdadera catarata de descubrimientos. Son pequeños mundos helados, físicamente similares a Plutón, pero de inferior tamaño. Hoy ya nadie duda de la existencia del “Cinturón de Kuiper”, la frontera helada de nuestro barrio planetario. Es una nueva región que pide a gritos ser explorada, y que, también, nos obliga a revisar la verdadera naturaleza del propio Plutón, que hasta ahora parecía ser el único centinela de las fronteras del Sistema Solar.
Hace medio siglo, un astrónomo de origen holandés se despachó con una extraña teoría: según decía, el Sistema Solar no se terminaba en Plutón, sino que se extendía de allí hacia afuera en un enorme y delgado anillo formado por pequeños objetos helados. Un lugar del que, supuestamente, provenía buena parte de los cometas. Por aquel entonces, la idea de Gerard Kuiper casi parecía una osadía. Y es lógico, porque no había ni la más mínima prueba de que tal cosa existiera. Sólo se trataba de una presunción medianamente razonable. Pero Kuiper tenía razón, aunque nunca lo supo: a principios de los años 90, un grupo de astrónomos detectó un objeto a una distancia similar a la del noveno planeta. Y, desde entonces, le siguió una verdadera catarata de descubrimientos. Son pequeños mundos helados, físicamente similares a Plutón, pero de inferior tamaño. Hoy ya nadie duda de la existencia del “Cinturón de Kuiper”, la frontera helada de nuestro barrio planetario. Es una nueva región que pide a gritos ser explorada, y que, también, nos obliga a revisar la verdadera naturaleza del propio Plutón, que hasta ahora parecía ser el único centinela de las fronteras del Sistema Solar.
y la Nube de Oort respecto de nuestro Sistema Solar.
Kuiper nos daría otra estructura simétrica distinta:
De la figura anteror derivamos algunas conclusiones interesantes observando los componentes planetarios integrantes de Pilar Central: Comenzando por el "andrógino" por excelencia, el planeta Mercurio que representa básicamente el principo mental y dialéctico concreto (aquí tendríamos la regencia mercurial de Géminis, integrando al polarizado duplo que le sigue a Mercurio: Venus - Marte, el principio sexual o duplo instintivo que Géminis intenta integrar, de ahí su androgínia mediante la dialectica mental.
Más arriba en una segunda octava encontraríamos el principio mercurial del signo de Virgo, representado aquí por el asteroide Ceres como integrador de todo el Cinturón de Asteroides que representa la fractura multiplicativa, la atomización del todo en sus partes, como parece revelar el hecho de que la órbita media de dicho Cinturón, y su objeto celeste mas representativo por tamaño, Ceres, cumple escrupulosamente la Ley de Bode de las Órbitas planetarias que señala con matemática precisión las posiciones de las órbitas planetarias en distancias medidas en UA (Unidades Astronómicas) lo cual parece evocar con claridad la anterior presencia en dicha órbita de un cuerpo planetario hoy fragmentado, tal vez por colisión, todo ello muy coherente con el simbolismo del signo mutable de Tierra, Virgo.
Un escalón por encima se situaría el planeta Urano en una clara mutación del principio mercurial original, pero sin duda, participando en su esencia de dicho principio dialectico, situándolo aquí en una octava superior, que en este caso muta de lo personal a lo transpersonal.
Por último en el ulterior desarrollo evolutivo y complejo de este principio dialectico que se originó en Mercurio situaríamos al nuevo recien descubierto planeta (o planetoide, si hacemos gala de su ortodoxa definición científica reciente) Eris que en este caso sería la octava superior de Urano, hecho que apuntamos para su posible constatación.
Excelente y documentado.
ResponderEliminarMuchas gracias, Ernesto, por ofrecernos otro constructivo trabajo.