domingo, 27 de julio de 2014

En 2012, la Tierra estuvo a punto de sufrir una catástrofe.


“NOS LIBRAMOS POR MUY POCO”

En 2012, la Tierra estuvo a punto de sufrir una catástrofe. Y puede volver a ocurrir







¿Dónde estabas el 23 de julio de 2012? Con un poco de suerte, en la playa tomando el sol, refrescándote con una cerveza y haciendo crucigramas. Si eras un poco menos afortunado, pasando calor en la oficina o, peor aún, sufriendo las terribles consecuencias del aire acondicionado. Tanto unos como otros estuvieron a punto de ver igualado su destino si las dos eyecciones de material solar que fueron expelidas del astro rey hubiesen alcanzado la Tierra. Y no se trata, descubre un nuevo estudio, de una probabilidad pequeña, sino que si el acontecimiento hubiese ocurrido apenas una semana antes, quizá no lo habríamos contado.

“Si hubiese impactado en la Tierra, todavía estaríamos recogiendo los pedacitos”, ha explicado en un artículo publicado por la NASA el profesorDaniel Baker de la Universidad de Colorado, que explicó en un artículo para la revista Space Weather que la tormenta solar más potente en siglo y medio estuvo a punto de devolvernos al siglo XVIII. “Después de los estudios más recientes estoy convencido de que la Tierra y sus habitantes fueron increíblemente afortunados de que la erupción de 2012 ocurriese cuando ocurrió”, concluía Baker. ¿Qué habría pasado de producirse siete días antes, cuando la Tierra se encontraba en la dirección en la que las nubes de plasma fueron disparadas?



Adiós a la vida tal y como la conocemos


Los CME (acrónimo del inglés coronal mass ejections, es decir, “eyecciones de masa coronal”) quizá no habrían borrado de la faz de la Tierra al ser humano cual meteorito apocalíptico, pero desde luego, habría creado un estado de caos tal que habríamos tardado décadas (o siglos) en recuperarnos, y por el camino habrían caído millones de vidas humanas. El proceso habría sido el siguiente: en primer lugar, la radiación ultravioleta y los rayos X habrían llegado a la Tierra a la velocidad de la luz, lo que habría causado laionización de las capas superiores de nuestra atmósfera. No pasa nada: por ahora, tan sólo habrían colapsado los sistemas GPS y las comunicaciones habrían empezado a fallar.

La cosa empezaría a ponerse peliaguda segundos después, cuando los satélites comenzasen a electrificarse y a fallar. Aún tendríamos un día para prepararnos para lo peor, es decir, la llegada de los CME. Los expertos creen que el impacto directo habría provocado un apagón global y, por lo tanto, que todos los aparatos conectados a un enchufe dejasen inmediatamente de funcionar. No sólo eso, sino que debido a que gran parte del agua corriente de las ciudades es manejado de manera eléctrica, los ciudadanos se habrían quedado sin gran parte de sus recursos.

Una cadena de acontecimientos cuyas consecuencias apenas pueden valorarse –tan sólo un teórico del caos podría asomarse a la gran cantidad de ramificaciones que tendría un apagón generalizado– y que ha sido valorado económicamente en un billón de dólares (es decir, un millón de millones; no hay error de traducción), aproximadamente 20 veces el coste de los desperfectos ocasionados por el Huracán Katrina. Pero el problema no sería tanto el elevado coste económico o los imprevisibles efectos de la debacle, sino la gran cantidad de tiempo que llevaría devolver la situación a su estado original.












Lo peor de todo es que no podemos estar tranquilos. Otro artículo publicado en la revista Space Weather este año sugiere que las posibilidades de que un rayo solar como el de julio de 2012 impacte en la Tierra durante los próximos diez años es de un 12%. “Al principio, estaba sorprendido de que la cifra fuese tan alta, pero las estadísticas parecen ser correctas”, ha explicado el físicoPete Riley, autor de la investigación. “Da que pensar”.

La amenaza de que la Tierra reciba el impacto de los CME lleva planteándose años. En 2009, un artículo publicado en New Scientist describía un hipotético escenario en el año posterior a un acontecimiento semejante: “millones de americanos han muerto y la estructura del país se ha despedazado en jirones. El Banco Mundial declara Estados Unidos una nación en vías de desarrollo. Europa, Escandinavia, China y Japón también luchan por recuperarse del desgraciado evento”.

Una visión muy americocéntrica, pero que es reforzada por una nota de aviso reproducida por la Academia Nacional de las Ciencias estadounidense que recordaba que, debido a los ciclos del Sol, tarde o temprano terminará ocurriendo (y más vale que estemos preparados para hacerle frente).




El evento Carrington de 1859 nos da una pista


Existen precedentes que permiten conocer lo que ocurriría en una situación semejante, aunque en una sociedad mucho menos dependiente de la electricidad que la nuestra. Se trata de la tormenta solar que tuvo lugar en Carrington en septiembre de 1859, y que recibe su nombre del astrónomo británico Richard Carrington, que vio con sus propios ojos los rayos solares que causaron la caída de gran parte del sistema global de telégrafos inglés. Se trata de la tormenta magnética más fuerte de la que se tiene constancia: la aurora boreal, un fenómeno que suele producirse sólo en las zonas polares, llegó a iluminar los cielos de Cuba, Bahamas, Jamaica, El Salvador y Hawái.

Malas noticias. Según las estimaciones realizadas por los físicos, la próxima tormenta solar será, como mínimo, tan potente como el evento Carrington, y probablemente, más. Ahí no queda la cosa. A pesar de que todo el mundo está de acuerdo en que ocurrirá tarde o temprano, la amenaza parece causar una inquietud mucho menor que otros eventos más espectaculares como el meteorito de turno –culpemos a Michael Bay y Armageddon–, por lo que es poco probable que se busquen soluciones prácticas.

“Hasta que no ocurra algo que golpee de lleno la Tierra y cause el caos total, las autoridades no van a prestar atención”, se lamentaba Baker. No es el único. En el artículo publicado en New Scientist, los autores sugerían que “es poco probable que los políticos reaccionen a las alarmas de posibles catástrofes de tiempo espacial. Quizá maneras más tradicionales de llamar su atención –grandes pérdidas de vidas y dinero– resuelvan el problema”. Devastadora pero implacable lógica. 


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