sábado, 14 de febrero de 2015

La guerra terrorista de la OTAN en Ucrania

La guerra terrorista de la OTAN en Ucrania









Al carnicero ucraniano, Petro Porochenko, le está llegando el agua al cuello gracias a la firme, tenaz y decidida determinación de los combatientes de Novorossia de plantar cara al régimen fascista de Kiev. Ante los continuos reveses militares, la marioneta chocolatera de la CIA y Bruselas ha optado, junto a sus escuadrones de la muerte nazis, por exterminar a la población civil en el Este de Ucrania. Las matanzas del genocida chocolatero, avaladas por EEUU y Europa, también están siendo políticamente correctas para la “guardia de korps” mediática, eso que llaman medios hegemónicos del gran capital, quienes están siguiendo un guión deformador bajo la batuta de sus amos políticos. Los mal llamados gobiernos democráticos del mundo occidental están detrás, como instigadores y financiadores, del incremento de las innumerables violaciones de derechos humanos que los esbirros del dictador Poroshenko está cometiendo en el Este de su país; actos criminales que han consistido en violaciones, torturas y masacres masivas sobre las poblaciones de Donetsk, Odessa, Donbass, Mariupol o Lugansk. Barbarie silenciada por Falsimedia, cuando no endosada falsa y cínicamente a las autodefensas de Novorossia.

El Ejército ucraniano está formado, además de por fuerzas regulares, por forajidos ultraderechistas del partido Sector Derecho, (nostálgicos de la Alemania nazi y del colaboracionista de la II Guerra Mundial Stepan Bandera), por un número incalculable de mercenarios de ideología neofascista y por “contratistas”, que están siendo suministrados por la CIA y la OTAN, al estilo de la red terrorista Gladio que operó en la “guerra fría”. El aprovisionamiento-refuerzo (con armamento ligero y pesado) de las fuerzas del dictador ucranio está siendo realizado por la Alianza Atlántica, a pesar de que el régimen neohitlieriano de Kiev no forma parte, oficialmente, de esa organización, por lo que el injerencismo militar de la OTAN y EEUU está, de nuevo, en sus niveles máximos de agresividad imperialista. El motivo de este incremento de la ayuda militar otaniana tiene una justificación y la refiere Finian Cunningham en Strategic Culture Foundation “la OTAN está perdiendo su guerra en Ucrania y necesita enviar más combustible militar con el fin de salvar las crecientes pérdidas”. 

La OTAN aprobó en septiembre del año pasado, en Gales, suministrar armamento a la Junta Golpista de Kiev en un acuerdo firmado conjuntamente por EEUU, Francia, Polonia, Noruega e Italia. Y no sólo eso, sino que la OTAN habría facilitado al régimen de Petrochenko las devastadoras bombas de racimo que estarían siendo utilizadas contra la población civil del Este de Ucrania, en localidades como la martirizada Donbass. Las pruebas de este despliegue militar otaniano sin precedentes están bien datadas. El medio de transporte utilizado habría sido un avión, o uno de ellos, Antonov-124, que habría sido visto poco menos que en medio mundo.

Wayne Madsen, uno de los analistas internacionales y críticos más importantes de EEUU, ex empleado de la NSA, detalla el viaje de “placer” del avión de la muerte: el 25 de enero, el Antonov partió el Aeropuerto Internacional Newark Liberty, Nueva Jersey, en dirección a Trondheim, Noruega. El 26 de enero, el avión de transporte de Ucrania dejó Trondheim para ir hasta el aeropuerto de Prestwick, en Glasgow, Escocia. De aquí partió el 28 de enero y aterrizó el mismo día en Belgrado. El destino del Antonov, después de salir de Belgrado, fue Mombasa, Kenia, vía Atenas. Según informaron fuentes serbias, el Antonov-124 transportaba armas «especiales». Es factible señalar que el Antonov dejó en Atenas, para su posterior envío a Ucrania, armamento cargado previamente en los aeropuertos de la OTAN situados en las bases de Lampedusa, Glasgow y Trondheim. En definitiva, según Madsen el misterioso avión ucraniano AN-124 habría sido visto en todos los lugares donde recaló (incluida España, Las Palmas de Gran Canaria, para repostar), probablemente recogiendo armas en diferentes bases militares que EEUU y la OTAN tienen en Europa. 










La huella indeleble del crimen injerencista norteamericano y de la OTAN en el Este de Ucrania tiene unas señas de identidad bien claras, no sólo en lo que se refiere al suministro de maquinaria de guerra al dictador chocolatero, sino al envío de mercenarios traidos de Europa y fuera de ella. Empresas contratistas como la antigua Blackwater (hoy redenominada Academi) se sabe que están operando en Ucrania al lado de las fuerzas de la Junta Golpista y los paramilitares neonazis. Inclusive, restos de munición recogidos de la zona de combate corroborarían esta afirmación ya que se habrían observado “marcas de la OTAN” en los mismos. En el aeropuerto, recuperado, de Donetsk, utilizado por el régimen de Kiev como plataforma de agresión contra los civiles, las milicias antifascistas informaron de que entre los restos calcinados de las instalaciones había “manuales de la OTAN en varias lenguas europeas y otros materiales que parecían ser propios de un equipo estándar de la OTAN”.

La codicia imperialista por apoderarse de la Europa Oriental viene de no tan lejos. Cuando se derrumbó la URSS (o la derrumbaron desde dentro agentes a sueldo de EEUU, como el execrable Gorbachov, artífice de dos golpes de Estado, uno en la URSS y otro en la RDA) no contentos con el botín obtenido, la CIA, George Soros, la NED (Fundación Nacional para la Democracia, -sic-) y la USAID (la ong pantalla “humanitaria” de la CIA) empezaron a mover las fichas del dominó en el antiguo espacio socialista europeo, con operaciones de desestabilización en Georgia, Chechenia y las repúblicas bálticas, una vez que países como Chequia, Polonia, Hungría, Rumanía o Bulgaria entregaron la cuchara geopolítica, sin rechistar, al dueño americano del mundo. En Rusia, a punto estuvieron de ello con el hombre de la CIA en Moscú, el ebrio Boris Yeltsin, quien, afortunadamente, desapareció de la escena política rusa (sin ser ejecutado) y los nuevos dirigentes post-soviéticos frenaron la penetración imperialista norteamericana en suelo ruso.

El chorreo de dólares, como nueva forma de involución política, se volcó en otros actores totalmente diferentes a los antiguos y temibles escuadrones de la muerte que la CIA había entrenado y financiado en los años ochenta en toda Latinoamérica. En este caso, se trataba de movilizar a la “sociedad civil” a través de “protestas pacíficas” (pero con violencia extrema si las cosas se torcían más de la cuenta) y, cómo no, a golpe de talonario, para echar del poder a los simpatizantes del “oso ruso” o, simplemente, a los renegados con los dictadores financieros del FMI y Wall Street, colocando, de este modo, a peones de paja que fuesen fácilmente maleables para Washington y la OTAN. En la propia Rusia la CIA lo ha intentado repetidamente con fantoches como el ex ajedrecista Garry Kasparov o, en su versión más grotesca, con las feministas de diseño sionista FEMEN o el grupo musical de rock alpargatero Pussy Riot (eso sí, tocan muy bien para la NED).

La sangría ucraniotaniana en el Este y su último acto genocida de Mariupol, donde un ataque con cohetes y misiles dirigido contra la población civil podría haber ocasionado al menos cien muertos, constituye el penúltimo escenario de horror posible al que se ha abocado el complejo militar-industrial euroamericano. Por supuesto, la Junta Nazi de Kiev acusó inmediatamente a la DNR (República Popular de Donetsk) de ser la causante del ataque a Mariupol. Pero piense solamente, un momento, aplicando un mínimo sentido común: los miembros de la resistencia son (al igual que en Donbass o Lugansk) residentes locales del lugar donde se han cometido estos crímenes, donde viven sus familias, amigos e incluso hijos. ¿Alguien puede creerse en su sano juicio que decidieran a matar a sus propios familiares o amigos cuando precisamente son su principal soporte moral para seguir combatiendo contra el régimen del dictador chocolatero? Sólo una versión retorcida y cínicamente criminal de los hechos, por parte de los refinados falsificadores e intoxicadores de siempre, puede dar sustento a estas patrañas. Es una historia del mismo color que la acontecida con el vuelo civil MH17, avión que fue derribado por pilotos de caza del régimen ucraniano. Una matanza atribuida, mentirosamente, por los medios controlados de Europa y América, a las milicias antifascistas que combaten contra los golpistas en el Este de Ucrania.

Obama y Europa culpan a Rusia de sus propios crímenes expansionistas, arman a sus nazis más queridos, llevan en su cartera a centenares de muertos civiles bajo las bombas asesinas de la OTAN y las violaciones de derechos humanos de la Junta golpista en el Este de Ucrania no son objeto de controversia puesto que los “malos” son los otros. Igual que en las películas de Hollywood, como en la última fascistada de Clint Eastwood, American Sniper. Se glorifica a los asesinos de civiles, a un psicópata americano que se divertía en Irak matando ciudadanos iraquíes con su rifle de mira telescópica. En Ucrania, Obama, Merkel, Cameron, Rajoy y su lacayo homicida ucraniano, Garrapatachenko, también se divierten bombardeando civiles para satisfacer la sed de sangre geoestratégica del IV Reich imperial























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