Para una
rehabilitación de la Astrología
"La condena oficial de la Astrología les parecerá
un día a nuestros descendientes como la credulidad negativa más famosa que la
ciencia humana haya registrado hasta hoy."
Paul Choisnard
Por qué no podemos ser nosotros, los astrólogos, los que nos adelantemos al reconocimiento de la Astrología sin esperar a que el camino se abra ante nosotros? Porqué no, desde ya tratar de despejar el escepticismo natural del profano y también al rechazo del adversario? Desde ahora, tenemos los medios.
Se trataría ahora de dar
una pieza que sea una prueba científica de su verdad. Hasta ahora, el astrólogo
erraba o planeaba de alguna manera sobre las ondas celestes, en un dejarse ir
con una fe razonada, dispensándose de cualquier confirmación, ateniéndose sólo
al testimonio de sus propios resultados. El «paso obligado» de este hilo
conductor que vincula su arte al cientismo, esta vez introduce una nueva luz
que aclara los arcanos del saber astrológico, salido de su noche. Para esta
demostración inaugural, dirijámonos en primer lugar a la Astrología Mundana, en
cuya pantalla se va sucediendo el curso de la historia del mundo según el
decurso de los fenómenos celestes.
Aquí se abre una brecha
en el dispositivo cosmográfico, introduciendo precisamente un punto de
encuentro por donde se pone el pie directamente sobre un terreno común que
escrutan separadamente astrofísicos y astrólogos – hasta ahora ignorándose
mutuamente, - por cierto a las antípodas los unos de los otros, pero siempre
muy próximos a una misma realidad.
La acción del núcleo del sistema solar.
Ya he especificado – corrección de juicio de un título convenido, por tanto erróneo por omisión de lo principal, los astros adjudicándose la exclusividad – que la Astrología se establecía esencialmente sobre la uranografía de nuestro globo: nuestra condición existencial procede en primer lugar y antes que nada de los movimientos de la Tierra, astro tributario de su entorno celeste, de sus lazos con los otros astros de su familia sideral: el sistema solar. «Es en sus propios movimientos que está su destino y el nuestro, reflejados precisamente por sus propias relaciones en el seno de este sistema», nos dice juiciosamente Camille Flammarion en su maravillosa «Astronomía Popular».
Entre estos, - rotación, translación, desigualdad mensual, procesión, nutación, variaciones, - su décimo movimiento dicho de las «perturbaciones», hace referencia a la repartición de los planetas gigantes alrededor del Sol. Cuando estos se posicionan, alejados las unos de las otros, el centro de gravedad del sistema solar, hogar común de las órbitas planetarias, está más o menos vecino del núcleo del Sol, mientras que cuando juntos, se acercan sobre un arco de círculo limitado, esta concentración va alejando a estos dos puntos centrales, el de las órbitas planetarias distanciándose hasta más allá de la masa solar. Y este fenómeno de oscilación en doble espiral convergente y divergente se vuelve el jalón, ahora revelado, de un encuentro entre astrofísica y astrología.
Esta ilustración, extraída de «La Astronomía Popular» de Flammarion traza el arabesco del ballet que efectúa el centro planetario en relación al cuerpo del Sol entre 1911 y 1958.
Lo que se observa
esencialmente, acercando sus sinuosidades a la historia del mundo en este
período, es que las dos extremas divergencias, – alejamientos asimilables a una
descentración desequilibradora que podría justificar un Sol en crisis, - que
como se evidencia, caen sobre los años de las dos guerras mundiales. En
principio, nada de concebible justifica esta aproximación del uno y del otro,
no obstante, tenemos en esto un verdadero sujeto de interrogación, y es aquí,
aunque todavía no lo sabemos, que se cruzan la astrofísica y la astrología.
Entremos primero en el terreno de los astrofísicos. Estos tratan este fenómeno en razón del lazo que presenta con la actividad solar, el magnetismo terrestre y también, digamos, la velocidad de rotación del globo. Sujeto que adquiere una importancia primordial, ya que los obliga a descender aquí abajo en razón de las perturbaciones que nosotros, a su vez resentimos, al punto que tienen lugar desde hace muchos decenios no pocos simposios sobre los problemas que plantea la física del globo.
Como punto de órgano, se presentó la conferencia del astrofísico Alexandre Duvallier, profesor del Colegio de Francia, hecha en la Academia de Ciencias el 27 de abril de 1979, titulada: «Sobre las mareas ejercidas por los planetas sobre el Sol y la previsión de la actividad solar», que llega a esta conclusión: «El autor muestra que la amplitud del ciclo de la actividad solar entre 1910 y 1968 es proporcional a la distancia que existe entre el centro del Sol y el centro de gravedad del sistema solar» En vez de atribuir el fenómeno, - como a un intruso que se incorpora a la propia periodicidad del Sol, - a una simple acción gravitacional de los planetas, el autor propuso un mecanismo magnetohydrodinámico donde el efecto de los planetas terrestres también cuentan ´- difiriendo del de los gigantes en que los alcanzan. A pesar que el asunto fue ampliamente debatido, el conjunto de la comunidad astronómica adhiere a esta conclusión de que la agitación del Sol se acrecienta efectivamente cuando es descentrado del campo planetario.
Un tiempo después, el astrofísico «anti-astrología comprometido» Jean-Claude Pecker, dirá en su libro «Bajo el Sol» (Ed. Fayard, 1984), dirigiéndose perentoriamente al lector, a propósito de Júpiter y la actividad solar: «Tal vez se vea sin duda con estupor que no está excluido que los planetas influyan, por justo retorno de las cosas, en la actividad solar, pero por esto no debe concluirse que la astrofísica joviana y solar dote de argumentos a la astrología, de la que no es difícil demostrar su inanidad». ¿Y si este demoníaco estupor no fuese ya el presentimiento minando su creencia astrológica? - como veremos a continuación.
En el Nº 747 (diciembre 1979) de la antiastrológica «Science et vie», el anti-astrólogo de turno , Pierre Kohler, tratando sobre «1980, el año del Sol en crisis» después de referirse a las perturbaciones diversas de las tempestades magnéticas debidas al Sol, llega a decir: «De ahí a concluir que la actividad solar tenga también un rol en el desencadenamiento de ciertas guerras o revoluciones, no hay más que un paso, que conviene no dar, por falta de estudios más completos en esta dirección. De todos modos señalemos que en 1789, 1830, 1848, 1870 y 1968, años agitados en la historia de Francia, coinciden justamente con importantes máximas de actividad solar». Se da también que haría una radical marcha atrás en el Nº 763 (Abril 1981) en un artículo titulado: «El alineamiento de los planetas en 1982: un mito», declarando: «Se hizo la prueba matemática, física y históricamente que los alineamientos de los planetas sólo influencian en el destino de la Tierra, tanto como lo hace el Sol». Debería ser contradicho al menos históricamente con la guera de las Malvinas entre Gran Bretaña y Argentina, que pasó a una semana de la concentración planetaria del 12 de abril de 1982, presentada por él mismo como argumentando su demostración. No se podría estar más cogido en su propia trampa.
¿Verdad por un lado y error por el otro?
En esta antecámara del palacio de Urania, punto de enlace donde son vecinos, ¿sólo sería el astrofísico quien tendría razón y el astrólogo quien no la tiene? No hay duda que los separa un abismo. El primero se da a consignar las «perturbaciones» efectivas que padecemos, al arbitrio de un sistema solar que oscila entre centralización y descentralización, de lo que debe dar cuenta la explicación física. Por su parte el astrólogo se halla sobre la pista de las fluctuaciones de un orden cosmológico soberano: se trata del fresco del devenir mundial del «Gran Año» de los antiguos filósofos. Su comienzo se concebía en la configuración-madre de una conjunción de todos los astros del sistema solar, alineamiento de un comienzo primordial común de todos los ciclos planetarios, lanzados en un redondel circunsolar, la periodicidad abarcando hasta el retorno del mismo estado inicial.
El elemento de base del sistema es el ciclo planetario – revolución sinódica de la que nos da un ejemplo la lunación mensual – con la conjunción, con valores de engendrar, el mundo de aquí abajo renovándose y estando sujeto a la generación (positivo) en el curso de la fase ascendente (de la conjunción a la oposición), para pasar a la corrupción (negativo) en su fase descendente (desde la oposición a la siguiente conjunción).
Detrás de estos ciclos planetarios, es a través de las «perturbaciones» de este movimiento de la Tierra que se desarrolla el curso de esta marcha ritmada del «Gran Año», éste acoplándose así a la trama geofísica.
Si bien en 1974, como herramienta de previsión hice un modelo de las fluctuaciones con un índice cíclico que toma en cuenta la adición de las distancias interplanetarias (cada ciclo contado de 0º a 180º y de l80º a 0º), - para seguir principalmente el flujo y reflujo del conjunto de los 10 ciclos de los planetas lentos: Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, Plutón (que también existe como tal, con su importante satélite), contabilizados en posición geocéntrica para un impacto terrestre, - ya que las posiciones heliocéntricas sólo difieren en pocos grados de aquellas. Más adelante veremos el diagrama de este índice para todo el S. XX. Nada más sencillo, ya que el simbolismo de su gráfico, sugiere en sí su lectura.: la línea sube cuando dominan las fases ascendentes de los ciclos y baja cuando prevalecen las fases descendentes, el punto más bajo indicando los puntos de retracción (alrededor de las conjunciones) y el más alto los de dilatación planetaria (alrededor de las oposiciones). Aquí, lo astronómico es el espacio común de un consubstancial astrofísico-astrólogo.
Ciclicidades milenarias, seculares y anuales.
Antes de centrarnos en los tiempos presentes, hagamos primero una exploración en la cumbre. Siendo la conjunción la configuración maestra del ciclo, nada hay de más importante que una conjunción de conjunciones, que se acerca más o menos del estado de la configuración madre. La prioridad evidentemente la tienen los ciclos de los planetas más lentos. A partir de aquí, conviene verificar si la historia de la humanidad en sus momentos más álgidos, se presenta realmente a la cita de las supremas configuraciones de este Gran Año.
En esta escala, la concentración planetaria más considerable a la que nos podemos remontar unos milenios atrás, es la triple conjunción de Urano/Neptuno/Plutón que se dio alrededor de 574 AJC, (que se repetirá en el año 3370 DJC), a la que al año siguiente se unió Júpiter. Según los historiadores, es la época que dio la generación de profetas y filósofos: (Deutero-Isaías, Zaratustra, Buda, Confucio, Pitágoras, Heráclito, Tales), de los que emana el advenimiento de nuestra civilización, a la vez que la aparición de las religiones, muchas de las cuales aún vigentes entre nosotros, y el nacimiento de una racionalidad en una elucidación lógica del espíritu, fuente del saber científico moderno.
Desde este primer mojón, luego será cada cinco siglos que los cinco planetas lentos se encontrarán lo más cerca posible entre ellos, como se puede ver en este modelo prospectivo de «micro-Gran Año»
Pasa que en la sucesión de su ritmo, pauta los grandes recortes en tiempo del pasado tal como lo presentan los historiadores: engendramiento del Cristianismo, desaparición del Imperio romano de occidente, el medioevo, que ocupa un milenio. Después, en el Renacimiento, en un triángulo que va desde el advenimiento de Gutemberg al descubrimiento de América, da lugar a una europeización del mundo donde se desarrolla la «civilización de la cristiandad occidental». El micro-Gran Año llega a su término.
Sin duda se trata sólo
de una aproximación de una visión global, lo lejano visto en un recorrido de
vasta extensión, pero ahora es con toda la precisión que sería de desear que
profundizaremos en el zigzag del índice cíclico del S. XX que acabamos de
pasar.
En el juego de
extensión-contracción del tejido planetario, la primera gran caída de repliegue
se observa desde 1911 a 1919 (paralela al distanciamiento de los centros de la
figura de Flammarion), yendo desde los primeros cañonazos en los Balcanes de la
primera guerra mundial al armisticio, con un fondo de gripe española. Después
de la subida de los años que se consideran de la reconstrucción de la
post-guerra (1919-1927) y una curva que se da para cuando la crisis económica
de 1929-1933, una segunda gran caída se da entre 1936 y 1945 (nueva distensión
soli-planetaria de la misma figura), de la primera agresión de Hitler (Renania)
acompañada de guerras locales(Etiopía, España, Manchuria) hasta el fin de la
segunda guerra mundial, debajo de la vuelta inferior tal como en 1918.
Renovación de reconstrucción de post-guerra con el remonte de 1945-1950. Pero
la vuelta a la baja del índice de ese año se acompaña con el estallido de la
guerra de Corea, llamaradas de «guerra fría» acompañadas de crisis de
descolonización (Indochina, Túnez, Marruecos, Argelia…) y lo más bajo de esta
nueva curva inferior cae sobre 1956, un año tempestuoso, dándose la
intervención soviética en Hungría y la guerra franco-británica de Suez,
causante de la guerra del Sinaí. Después viene el alza más grande del siglo que
llega hasta 1964: es la euforia del crecimiento y de la expansión de los años
sesenta, un punto de máxima de prosperidad. Recaída de 1965 cuando (en paralelo
con 1950) los Estados Unidos se comprometen militarmente en la guerra de
Vietnam, y en el bajo de esta caída tenemos 1968, año volcánico dándose la
intervención soviética en Checoslovaquia (paralelismo con 1956) y la revolución
contestataria de la juventud mundial. Después de un ligero remonte, viene una
caída vertiginosa que comienza en 1975 y acaba en 1983. En el otoño 1974 se da
la segunda gran crisis económica del siglo que, comenzando los años 80,
desembocará en una recesión mundial: 31 millones de parados en la OCDE, países
sobre endeudados y amenaza de quiebras nacionales (México, Brasil, Polonia), a
más de la guerra Irak-Irán, verdadero polvorín en el Medio Oriente. Por encima
de todo esto, la tensión del enfrentamiento de los euromisiles entre el Este y
el Oeste que llevó al borde de una tercera guerra mundial, así como la
aparición de una nueva peste negra: el SIDA. El remonte de 1984 a 1990, se da
al mismo tiempo que el retorno a una distensión internacional con un compromiso
de desarme americano-soviético y el reenderezamiento de la economía mundial. La
última punta superior del siglo en 1990 da la caída del muro de Berlín en
noviembre 1989, seguida – la otra cara de la caída detonadora, de la guerra del
Golfo y el renacer de los nacionalismos (Yugoslavia) con clima de desorden
económico. Para terminar, el siglo se acaba sobre una bajante de ola en 1997
(crisis económica asiática) y sobre todo el alza vertiginosa de excepción,
culminando en 2003, acompañando la trayectoria de una considerable revolución
en el mundo de las comunicaciones por Internet, que corona la mundialización.
Los internautas, de 9 millones en 1996 pasaron a 124 millones en el 2000 para poco
después sobrepasar el millar…. El 2003 es también el año en que se secuencia el
genoma humano, con una primera cartografía que cubre más del 99% de su
territorio molecular.
Este balance nos hace así considerar el proceso cíclico dialectizado
Por una cohabitación de los contarios/complementarios de la conjunción que al mismo tiempo es el fin de un ciclo: evacuación de un pasado y renovación del ciclo: un alumbramiento histórico, ambivalencia de duelo y nacimiento, la tendencia de arrastre que sigue a la conjunción, más bien en un sentido que en otro. De la misma forma, la oposición denota a la vez plenitud alcanzada y anuncio de repliegue.
Vayamos más lejos. Si el índice cíclico mismo es un potencial dado que tiene su flujo y reflujo, tiene como derivado la amplitud de sus existencias, la carga de su transporte.
Es así que si se llega a estancar vehiculando un mismo volumen como de éste hacerse más grueso en fase ascendente, se lo ve amplificarse en una caída acelerada de 90º en 1914 (receso masivo de 1001º a 911º) y el récord secular de un desplome anual de 143º cae en 1940! Dos resultados de gran impacto nocivo! A continuación serán las puntas negativas de 1952 (bomba termonuclear americana y bomba H soviética); de 1966-1967 (intervención china en la guerra del Vietnam con revolución cultural contagiosa); de 1959-1962, años campeones en prosperidad económica en tiempo general de paz.
De lo secular, pasamos a lo anual. El mismo fenómeno de efecto de concentración se observa en el ritmo anual con la intervención de los planetas rápidos. Así es que si la segunda guerra mundial tuvo como configuración central una triple conjunción Júpiter-Saturno-Urano en Tauro (seguida de una conjunción de Júpiter-Plutón a comienzos de Leo), se ve que los tiempos fuertes de esta tragedia tuvieron lugar sobretodo en primavera, cuando el trío Sol-Mercurio-Venus venían a juntarse con los planetas lentos: ofensivas alemanas en el Oeste del 9 de abril al 10 de mayo 1940, en Yugoslavia y en Grecia del 6 de abril 1941, luego en Rusia, desde el 22 de junio siguiente. La batalla de Midway, 5 de junio 1942. Caída de Mussolini el 24 de julio 1943. Desembarco en Normandía el 6 de junio 1944, capitulación de Alemania el 8 de mayo 1945 siguiéndole la conferencia de San Francisco (Organización de las Naciones Unidas) del 26 de junio 1945. Además, con el depósito en la ONU, el 16 de junio 1946 se crea el plan Baruch para la mundialización de la energía atómica, el plan Marshall lanzado el 6 de junio 1947. Lo mismo pasa con la conjunción Saturno-Urano-Neptuno en Capricornio, en los años 90. Es alrededor de diciembre y enero que se dieron los grandes acontecimientos de esa época: 1ª cumbre Reagan-Gorbachov del 19 al 21 de noviembre 1985, 1r. tratado de desarme de la Era Nuclear el 8 de diciembre 1987 y anuncio de retirada de las tropas soviéticas de Afganistán el 8 de febrero 1988. Caída del muro de Berlín el 9 de noviembre 1989 (8 astros agrupados en 66º), guerra del Golfo el 16 de enero 1991, desaparición de la URSS el 21 de diciembre 1992. El 3 de enero 1993, firma del tratado americano-ruso START para la reducción de los armamentos estratégicos que simboliza el fin de la «guerra fría» y entrada en vigor del Acta única de la unión europea el 1 de enero 1993, de la ALENA el 1 de enero 1994, del acuerdo de Schengen entre 9 de los 12 países de la unión europea el 2 de febrero 1994, de la OMC (Organización mundial del Comercio), el 1 de enero 1995, etc.
Debemos, a más, agregar a este conjunto de observaciones el resultado de una encuesta estadística de Robert D. Doolaard, (Revista «L´Astrologue» Nº 153, 1r. trimestre 2006) titulada: «Ondas de guerra: 1500-2000». Su resultado, derivado sobre el conjunto de las guerras que tuvieron lugar durante estos últimos cinco milenios, resalta de manera muy significativa, la fase descendente de los ciclos, cuando aparecen, en particular la de Júpiter. Un caso flagrante lo tenemos en el S. XX cuando en 1914, 8 de los grandes ciclos planetarios estaban todos en bajante, pudiendo llegar a ser 9 a presentarse en 1940! He aquí lo que explica la avalancha que hace que se desplome el índice cíclico de los 2 últimos años ultra-críticos del siglo. Todo esto explicaría (y le daría sentido) a la geofísica de la figura de Flammarion, en que las líneas del extremo alejamiento del centro planetario al Sol se cruzan durante 1919/1944, - las bajantes de las guerras mundiales que acabaron tanto una como la otra emprendiendo un retorno hacia el astro central?
Para valorar mejor la comprensión de esta transferencia directa de la astrofísica a la astrológica, conviene aún de pasar por la interpretación de configuraciones que se suceden en el interior del ciclo planetario.
El lenguaje de algunas configuraciones
Naturalmente es el ciclo planetario en duración continua, tanto en la sucesión de sus fases internas como en su paso de una unidad a la otra que, según su doble naturaleza astral, da su sentido a cada una de sus sucesivas configuraciones, continuum en modulación de encadenamiento de la una a la otra. Veamos varias de estas familias cíclicas a través de algunos de sus aspectos.
Aquí se observa las figuras elementales de una relación de distancia angular entre dos planetas. A partir de la conjunción (0º), el ciclo evoluciona por fases sucesivas. Simplificando, dos de las principales entre ellas son armónicas, de tendencia asociativa y creativa: el sextil (60º) Y el trígono (120º), las otras dos son disonantes, conflictivas, destructivas: la cuadratura (90º) y la oposición (180º).
Además cada planeta tiene su propio registro de afectaciones. Sumariamente, en la dialéctica Urano-Neptuno que presentamos aquí, se establece una relación de unidad a conjunto, de individuo a grupo, de fuerza única centralizada a poder de masa, de pujanza innovadora de modernización (Industria, tecnología) a aspiración colectiva, reivindicación imperialista, fascismo, así como el segundo … los valores de izquierda: sindicalismo, socialismo, comunismo.
En la dialéctica Júpiter-Saturno, tenemos que el primero es de tendencia flexible y temperada, inclina a la moderación, al liberalismo, al despliegue humano, pero por exceso puede derivar en una ambición expansionista devastadora; en el caso del segundo, profundo y concentrado, inclinado a la rigidez y al endurecimiento, al radicalismo, al totalitarismo. Esta breve presentación basta para dar cuenta de la lectura de las figuras siguientes:
En la primera, vemos evolucionar un fragmento del ciclo Urano-neptuno en su fase descendente ya que el primero se aproxima progresivamente del segundo, efectuando con el otro sucesivamente un trígono, un cuadro, un sextil y un semi-cuadro (aspecto menor de 45º).
Desplazándose de los signos de Tauro y Virgo a los de Géminis y Libra, el trígono que se extiende de 1939 a 1945 expresando el acercamiento de los extremos, se fragmenta en dos episodios sucesivos. De una parte, el pacto germano-soviético de 1939-1940, complicidad entre nazismo y comunismo (hecho sensacional previsto!) De otra parte, el acuerdo anglo-americano-soviético de 1941 a 1945, el capitalismo liberal y el comunismo uniéndose contra el enemigo común. Cuando hicieron cuadratura los mismos planetas, entre 1953 y 1958, se sitúa el período en el que los antiguos aliados de la Segunda Guerra mundial, contrariamente viven una fase crítica llamada de la «guerra fría». Endurecimiento personificado por el Pacto de Varsovia de 1955 en repuesta a la OTAN de las potencias occidentales. Ocho naciones de régimen comunista que firman un tratado de defensa común poniendo a sus fuerzas armadas bajo un mando unificado, con autorización de grandes maniobras en el interior de los países miembros, de las cuales Hungría, sería una víctima en 1956. En el mismo año se da la intervención franco-inglesa en Suez, que suscitará la amenaza de intervención soviética, siguiéndose la crisis de Berlín de 1958, culminando en la construcción de su muro en 1961. Después viene el sextil que se da entre 1963 y 1968 quien, a la inversa, acompaña la instalación de lo que se denominará la «coexistencia pacífica». Un poco después de la tensión por los misiles en Cuba en noviembre 1962, se abre paso un deshielo que va a inaugurar, el 5 de agosto 1963 en Moscú, un acuerdo atómico americano-soviético que firmarán una centena de países, y considerado como un «armisticio de la guerra fría». Pieza que se completa por nuevos acuerdos en abril 1964 y una negociación que culmina el 1º de julio de 1968 con la conclusión del tratado que prohíbe la diseminación de las armas nucleares.
En cuanto al semicuadro de 1973, es el tiempo del breve episodio de una crisis aguda por la guera del Yon Kippur en octubre 1973, cuando una amenaza de intervención soviética provoca una respuesta de Washington quien pone en estado de alerta a sus fuerzas armadas. Este enfriamiento provoca un declive de la coexistencia pacífica que conducirá, entrados los años 80, a la extrema tensión del enfrentamiento de los euromisiles, hasta rozar en 1983 una tercera guerra mundial.
Este gráfico representa
el mismo trayecto del ciclo Urano-Neptuno, prolongado esta vez hasta su
término, cuando la conjunción de estos dos astros en 1993. Ya se sabe qué pasó
con las relaciones americano-soviéticas en este término cíclico: un corte
histórico radical con la desaparición de uno de los dos protagonistas.
Para el astrólogo, sería necesario que hubiese una coyuntura excepcional que acompañase en 1989 la conmoción general de la sociedad mundial, inaugurada por la caída del muro de Berlín. La cuenta estaba bien clara, dicho año, ya que Urano y Neptuno entran en orbe de conjunción, a quienes se allega Saturno en una triple conjunción, que para colmo Júpiter tensiona desde su oposición! (ver la última figura) Este shock berlinés del 9 de noviembre, conllevaba en sí mismo una desaparición en cascada de las «democracias populares», y sería el punto de partida del derrumbe del vasto imperio soviético el 21 de diciembre de 1991, y nada podría casar mejor, simbólicamente, que este paso de un orden mundial bipolar al mundo unipolar de un unilateralismo americano, que la fusión planetaria de este retorno cíclico a la unidad.
Aliñemos ahora un trozo del Gran-Año que plantea esta vez, las relaciones entre tres ciclos planetarios. Como centro el ciclo Urano Neptuno a partir de su conjunción anterior en 1821, y por parte y otra, los ciclos que acompañan Saturno-Urano (derecha) y Saturno- Neptuno (izquierda).
Es alrededor de la gran conjunción Urano-Neptuno de 1821 que se dio la revolución industrial del S. XlX, metamorfoseando radicalmente a la sociedad mundial, quien entra en los tiempos modernos bajo el signo de la máquina de vapor, del ferrocarril, del alumbrado a gas, de los progresos técnicos de la mecanización industrial. Cuando Júpiter llega a esta conjunción en 1830, haciéndola eclosionar, la sociedad se renueva también con la venida de la burguesía al poder, de la libre empresa, de las reformas electorales, el liberalismo, de un principio de democratización (Estados Unidos, Inglaterra, Francia). Más aún, en 1831-1832 cuando Sadi-Carnot engendra la termodinámica, con Faraday, Ampère y Pixii, el generador eléctrico hace su aparición: es el nacimiento del «hada electricidad», que llegará a ser la reina del mundo, metamorfoseando a toda la sociedad occidental, nuestro presente viviendo integralmente bajo el signo de Electra!
Paralelo al desarrollo de este gran ciclo 1821-1993 se suceden tres ciclos Saturno-Urano y 3 ciclos Saturno Neptuno.
Las conjunciones anteriores de Saturno-Urano, en 1625, 1670, 1714, 1761 y 1805 acompañaron los tiempos fuertes de las rivalidades imperialistas europeas – detrás de la aparición de Richelieu, los tratados de Aix-la-Chapelle, de Utrecht, de Paris y el lr. Imperio Napoleónico – en 1852 surge el Segundo Imperio de su primo, bajo el signo de un dinamismo ejemplar del capitalismo, como de una expansión económica generalizada en Occidente, sobretodo en la fase ascendente. En la siguiente conjunción de 1897, a pesar del despegue de la economía occidental, son los imperialismos los que surgen (panbritanismo, pangermanismo, panamericanismo…), las conquistas coloniales llegan a su punto culminante, en una partición del mundo al borde de los enfrentamientos. Llega la conjunción de 1942, que amplifica la llegada de Júpiter a una triple conjunción (1940-1942). Es bajo un pangermanismo que vuelve con fuerza detrás del nazismo que estalla la segunda guerra mundial, que impulsa por reacción al poderío americano, con Estados Unidos apropiándose de la dirección de los asuntos mundiales al acabar la guerra y volverse uno de los dos polos de la bipolaridad mundial, frente a una Unión Soviética que también salió victoriosa del combate.
En cuanto a las conjunciones de Saturno-Neptuno, antes de que se produzca la de 1773 se da el episodio de la «Boston Tea Party», será cuando las colonias británicas de América del Norte hacen su revolución para conquistar su independencia. Luego en 1809 es América Latina que se libera de sus cadenas coloniales. Estos movimientos jalonan las grandes etapas del otro polo de la sociedad. En la conjunción dada a fines de 1846, es cuando se crea la «Liga de los Comunistas» y se proclama el «Manifiesto Comunista» de Marx y Engels, y todavía estará en orbe de acabar cuando se desencadena la revolución europea de febrero 1848. Francia destrona a su rey y se dota de una república proletaria. Cuando viene la conjunción siguiente en 1882, nacen los partidos socialistas de inspiración marxista, entrando en la vida política de sus respectivos países, sobretodo en Rusia en 1883 cuando Plekhanov funda «Liberación del trabajo». Será en la siguiente conjunción de 1917, el 7 de noviembre, que el partido bolchevique toma el poder en Rusia, mientras que la de 1953, señala el fin del régimen estalinista.
Cuando se mira el diagrama y se ve converger las líneas periféricas en los últimos puntos de 1942 y 1953, para unirse a la línea central en una triple conjunción Saturno-Urano-Neptuno, no podemos dejar de pensar que esta gran reunión planetaria constituye un gigantesco entrecruce astronómico, que sobretodo se da en 1989, pero que se prolonga hasta la conjunción central de 1993. No cabe duda que se presenta ahí un giro crucial de la historia mundial: no sólo la desaparición de la Unión Soviética capitaliza un acontecimiento monumental, ya que es en esos años que la misma sociedad se renueva considerablemente con la aparición de Internet: su red, experimentada desde 1984, se abriría al gran público a partir de 1991, sus usuarios desde entonces habiendo sobrepasado el millar de internautas. Esta revolución de Internet, corona la mundialización en curso haciendo entrar a la humanidad en una nueva edad.
La Previsión
¿Qué conclusión sacar de momento de este substrato astrofísico de configuraciones que se prestan a una lectura astrológica? De una suma de observaciones destaca la repetición significativa de similitudes en estado de justificación correlacional, lo que implica necesariamente el ensayo provisional para juzgar empíricamente su valor. Un proceso del mismo orden se presenta en la historia de la astronomía con el descubrimiento de Halley.
En 1682, Edmund Halley observa un brillante cometa en el cielo y le viene la idea de comparar su observación a las de sus predecesores. Toma nota de que el cometa de 1607 observado por Kepler había atravesado la misma región celeste que el que tenía a su vista. Luego ve que lo mismo pasó con el cometa de 1531, tratado por Apianus, y el de 1456 estudiado por Regiomontanus. Al constatar que la distancia en años de tales apariciones era de 75-76 años, lógicamente llega a la conclusión que los cuatro cometas en cuestión no eran sino un mismo cuerpo celeste cuya elipse no lo hace visible sino al cabo de los mismos años de retorno alrededor del Sol. Calculando estas trayectorias, anuncia en 1705 que el cometa de 1682 reaparecerá en el año 1758, volviéndoselo a ver en 1759, 1835, 1910 y 1986.
La previsión astrológica es de la misma especie que esta previsión lineal y finalizada de cometología, ya que también reposa sobre la rítmica de un fenómeno repetitivo, con la diferencia que en lugar de una relación de cronología a uranografía, el sincronismo concierne a un estado celeste y a un estado celeste, un significante astral y un significado mundial: de un lado, el calendario planificado de una configuración dada y del otro, un acompañamiento histórico que se precia corresponderle. En la comparación entre las dos operaciones, se hace un salto tranquilo desde un circuito cerrado donde se repite el mismo fenómeno, al resultado incuestionable, a aquel, arriesgado, de una relación abierta sobre el abanico de la diversidad. Razón suficiente para no poder contentarse con similitudes recogidas del pasado, producto especulativo a discreción del soñador: el sólo crédito que puede serle otorgado a la correlación considerada es el de someterlo a la prueba del acto provisional para obtener un resultado concordante en serie, obligatorio, que acaba siendo la sanción de verdad de su conclusión. No obstante, es contando con el enorme precio de una confirmación abundante que hay que juzgar el fenómeno, ya que si la configuración tiene tras ella una potencia física hasta entonces insospechada, aún es menester que la predicción de su efecto alcance su fin, término de la operación.
Se me dio la circunstancia dichosa de poder consagrarme a la astrología mundana muy tempranamente, lo que me permitió hacer estudios de comparación histórica efectuadas sobre configuraciones a corto y largo término, de darme de lleno a la aventura de la previsión. Hasta el límite de lo posible, es decir en una toma de riesgo última que trata las configuraciones «en la cumbre» y a una lejana distancia de su término. Se trataba de saber qué valor convenía acordar a una aventura tan extrema, que respuesta iría a dar la historia al término de una cita fijada por el término astral que un vertiginoso alejamiento la haría aún más prestigiosa, - con la exigencia puesta en uno mismo de tener que renunciar deliberadamente a la astrología si nada debiese responder a una tan larga espera…
Es así que, adelantándome medio siglo, iba a tomar posición sobre la configuración capital de fin de siglo que apareció en la revista «Destinos», nº 16, de mayo 1947 con un texto titulado: «El ciclo Urano-Neptuno 1821-1992: la sociedad capitalista». Exponía en él el desarrollo de nuestra sociedad moderna a través de sus fases, situando cuatro tiempos, asimilables a las estaciones. El «invierno del capitalismo» yendo desde el cuadro de 1953 a la conjunción de 1992, texto que finalizaba así: «llegamos finalmente al término del gran ciclo Urano-Neptuno, y a la nueva conjunción de 1992, que hace prever una revolución profunda de la sociedad entre 1981 y 1997, pero especialmente en 1988-1989-1990, debido a los pasos de Júpiter y de Saturno sobre esta gran conjunción. ¿Será el fin del régimen capitalista, una reforma capitalista o un nuevo régimen? Lo que puedo aseverar, es que entraremos en un mundo nuevo».
Unos años después, mediando un pedido de previsiones del diario regional «L´Yonne républicaine» para el año 1953, iba a aprovechar la ocasión para evocar el final de un gran ciclo planetario en dicho año, el de Saturno con Neptuno. Ligado al comunismo y a la Unión Soviética en particular, señalando que en la conjunción precedente de los mismos astros en 1917 el partido bolchevique había tomado el poder en Rusia, un partido revolucionario que a su vez venía desde una conjunción anterior de los mismos astros en 1882. El fin de su recorrido debería ser entendido como significando un final y una renovación que los concernía, anunciándolo así: «Relevo de poder en el Kremlin». Para sorpresa general, Stalin desaparecía el 5 de marzo de 1953.
Esta previsión cumplida iba a dar empuje a una audaz aventura provisional. La previsión podría deberse a un dichoso azar, un golpe de suerte. Cabía entonces revisarla, para verificar si el encadenamiento cíclico era susceptible de una cuarta repetición en la conjunción siguiente. Ya me había posicionado con anterioridad, en una obra publicada por Grasset en 1955: «Defensa e ilustración de la astrología», por medio de este anuncio lapidario: «En la conjunción de 1953, Stalin muere o la URSS está en plena metamorfosis: se abre a un nuevo ciclo que la conduce al término capital de 1989». Y en efecto, después de 36 años cuando los planetas se encontrarían otra vez en conjunción, nuevo fin de ciclo, la marcha rápida de un alejamiento de su expiración siendo ella misma vertiginosa. A más, esta vez, el objetivo provisional tenía la ventaja de la selectividad: es el mundo comunista específicamente que se alista con la Unión Soviética para un balance primordial! Ciertamente que como en general en toda previsión que informa sólo de un valor durable que da un sentido a la vida, sostén de la esencia de las cosas, el desconocido existencial no quedaba menos integral en cuanto al contenido formal, a lo vivido del acontecimiento, pero una página nueva de la historia debía en esos tiempos pasarse, gran ruptura del tiempo esperado, la previsión puesta en toda su dimensión vida-muerte del radical término cíclico.
Paralelamente a esta formulación final, había seguido las fases sucesivas. Espera de una detente y de una construcción cuando el sextil Saturno-Neptuno de 1959: el XXI Congreso, el detonante de la coexistencia pacífica. Camp Davis, el empuje económico y la prestigiosa carrera del espacio. De una tension y de una ruptura en el cuadro de 1963: crisis de los misiles en Cuba y escisión Moscú-Pekín (en el cuadro del ciclo precedente, se dio la ruptura entre Stalin y Trotsky). De una prosperidad general con el trígono de 1965-1966: coexistencia pacífica, De Gaulle a Moscú y Kossyguin a París, encuentro de Glassboro, pujanza económica y técnica. En el sesqui-cuadro (cuadro más semi cuadro) de 1968 los tanques soviéticos se presentarían en Checoslovaquia. En la oposición, -1970-1971, la expansión soviética – del Cairo a Hanoi pasando por Delhi – está en su apogeo, pero el mismo régimen entra en su fase de declive, simbolizado por el otorgamiento del Nóbel al disidente Soljenitsyn, estragos internos acompañados del paso de la llama de la revolución de Moscú a Pekín, nuevo ídolo del comunismo, etc.
Debería ser mas explícito en «El Prognóstico experimental en Astrología» (Ed. Payot, 1973), un cuarto de siglo antes de los acontecimientos: «A pocos años de su cita, descubrimos un trio planetario realmente excepcional: Saturno, Urano y Neptuno se encuentran en el comienzo de Capricornio en el curso de los años 1988 y 1989, más significativa siendo la de 1989 con la triple oposición de Júpiter a esta triple conjunción. Es aquí donde podría fijarse la suerte de la humanidad para todo el Siglo XXI. Hemos visto nuestra sociedad moderna capitalista evolucionar a lo largo de todo el gran ciclo Urano-Neptuno, desde su comienzo al principio del pasado siglo. También hemos visto el inicio de la última conjunción Saturno-Urano de 1942 y la última conjunción Saturno-Neptuno de 1953, cuando por un lado los Estados Unidos y por otro la Unión Soviética se lanzaron a una competición por la supremacía mundial o a una forma de sociedad universal. Es así que estos dos llegan al fin del curso al mismo punto y al mismo momento, como para fundirse en una sola corriente. Este destino común y único de 1989, es el término preciso por la cual el mundo tiende a renovarse para dar lugar a una sociedad nueva, de suerte que la gran cita de nuestra historia tiende a presentarse después del la convulsión de 1982-1983, en este triple cruce astral. «La profunda convulsión de 1982-1983» en cuestión, debería ser: cargado de muerte, sobretodo la aparición del Sida y anuncio de nuevos comienzos, el advenimiento mundial del ordenador personal.
Yo había hecho una formulación parecida de dicha coyuntura unos años antes en «Les Astres et l´histoire» (Ed. Jean-Jacques Pauvert, 1967), hela aquí: «Este triple encuentro planetario, el más importante de todo el Siglo XX (…) dos relanzamientos históricos (…) el americano y el ruso bajo las especies del principio capitalista y del principio comunista (…). Estos 2 competidores están al fin de la meta, para la última cita de 1988-1989, término en el cual el mundo tiende a renovarse para engendrar una sociedad nueva. Sin duda, la gran cita de nuestra historia tiende a presentarse en este triple cruce lineal que va de 1988 a 1993».
Seguirían otros textos que reafirmarían esta misma conclusión y el último en salir, en «L´Astrologue» Nº 85 del primer trimestre 1989:
«Tormentas en 1989-1990», debía hilar fino en lo que iba a venir, haciendo hablar a un nuevo ciclo: «La sola oposición Júpiter Saturno (septiembre 1989 a julio 1990) indica un giro crítico para la comunidad europea, incluida directamente en la nueva crisis condenada a atravesar una prueba mayor antes de presentarse a su cita histórica de 1992. Sobretodo, es de retener que Júpiter pasará a la oposición de la conjunción Saturno-Neptuno en este mismo período de septiembre 1989 a julio 1990 (…) Lo que puede significar un tiempo de extraversión de corrientes revolucionarias hasta que estallen, lo que es señal de desbordes populares, salidas masivas a la calle con riesgo de reinversión de poder. Da a pensar en la posibilidad de golpes de estado de este género para países que viven un clima asfixiante, como Rumania, los países de Europa del Este mantenidos bajo collar como Checoslovaquia».
La caída totalmente inesperada del muro de Berlín el 9 de noviembre 1989, con la desaparición en cascada de las «democracias populares» – resultado de una avalancha de ganar las calles en todos los países de la Europa de Este, aún bajo el frío y la nieve en Rumania, - lo que conduciría en julio 1990 a la reunificación de las dos Alemanias y luego al fin de la Unión Soviética en 1991, siguiéndose además la etapa Maastricht de la Unión Europea en 1992!
Por más que estas transformaciones ya son grandiosas, es la sociedad toda en sus profundidades, a través de una prodigiosa mutación tecnológica, quien se renueva en este entrecruce histórico. Hacia mediados de la década 1990-2000 es cuando aparece el término «globalización» en la prensa financiera americana. Creada en 1995, la OMC (Organización Mundial del Comercio) acompaña a un mercado único del planeta bajo el signo de la mundialización, tanto para lo mejor como para lo peor. En muchos de mis escritos, hacía preceder el pico último de 1988-1993 de un primer tiempo fuerte durante 1981-1984 (ya que se formaban 5 conjunciones), que deberían preparar este fin de decenio. Es allí cuando estalla la metamorfosis radical del paisaje de las comunicaciones por la informática, sobretodo con el teléfono móvil, pero más aún con el advenimiento del ordenador persona! Si bien que el entramado de la triple conjunción Júpiter-Urano-Neptuno de 1997 – en paralelo con la precedente de 1830, tendría que ver con la aparición de las culturas ONG en el mundo, o la impresionante expansión de la mensajería Internet, advenimiento de una mundialización personal, coronación del hombre dimensionado en lo universal.
Conclusión:
A partir de aquí esta pues identificado el origen geofísico de la exploración astrológica, cualquiera sea el contenido de sus propiedades o la naturaleza del acuerdo vibratorio de su punto de sutura, la fase ascendente de los ciclos planetarios (tiempo de generación) acercan uno a otro a los centros solar y planetario mientras que la fase descendente (tiempo de corrupción) los alejan, sincronización de las oscilaciones convergentes y divergentes soli-planetarias, este substrato astrofísico que se presta así idealmente a una lectura astrológica. El establecimiento de este puente puede, en el presente estado, anunciarse así: pasando del décimo movimiento de las «perturbaciones» de la Tierra al índice cíclico que expone un desarrollo cronológico, de la misma manera que hay más actividad solar cuando el Sol está descentrado en relación al sistema planetario, con sus repercusiones terrestres, hay, paralelamente, más agitación en el mundo (en crisis o renovación) sea cuando los planetas se aproximan al estado de conjunción, tiempo de las más grandes turbulencias de la historia (los 14 de las dos guerras mundiales totalizan 11 grandes conjunciones sobre un campo en que otras 13 se diseminan sobre una cincuentena de años; 2 caen en 1914 seguidas de una tercera en 1917, 3 en 1940-1942, seguidas de una cuarta en 1943, luego de 2 en 1968,1969…) Tal es la piedra angular de un debate decisivo sobre la astrología que se impone, parte emergida de un iceberg. Un problema se le suscita ahora al historiador de las ciencias: con la lectura de la reproducción de Flammarion, el astrólogo se abre un camino en un campo semántico de devenir – el lenguaje astral,- ahí donde la astronomía enmudece frente a los fenómenos celestes que observa.
Y también hay que renovar el desafío provisional anunciando ahora un nudo histórico particularmente crítico para el planeta con la conjunción Júpiter-Saturno-Urano opuestos a Neptuno en 2080, A mas que el índice cíclico se encamina hacia su primera caída secular en el 2010…
Pero nada es más difícil que liquidar el prejuicio establecido de una comunidad de hombres de ciencia cuya especialidad expone a una inadecuación de juicio sobre su vecina astral, situado tan a sus antípodas, como pasa con el estado de espíritu dominante de los astrónomos y astrofísicos en relación con la astrología. Naturalmente también, - y en este punto se los comprende,- por repugnancia comprensible del espectáculo de una práctica confinada en su gheto y dada al público. De esta forma, esta corporación se queda al borde del camino, creyendo saber la verdad sobre su cuenta e ignorando que tal verdad se sustenta en un verdadero prejuicio colectivo.
Esta cerrazón de espíritu no impide de deber plantearse seriamente la cuestión en si misma, tal como lo preconiza el historiador de ciencias Pierre Thuiller, cuando declara legítimo de saber ante todo «lo que vale la astrología en comparación con las ciencias propiamente dichas», ya que, como ninguna prueba científica formal no la menguó y no siendo denigrada en vano por sus adversarios según lo que creen saber de ella, - tal como es el caso reiterativo de un zodíaco dislocado por la precesión de los equinoccios, equivocándose de presa como si no se supiera que es la geofísica del inmutable ciclo anual del Sol que confiere sus atributos a los signos, vocablo extendido gratuitamente a vanas constelaciones de acompañamiento, - ¿ no habría a fin de cuentas, al menos una de verdad en la especulación de este Gran-Año que, en su magistral «Sistema del Mundo» Pierre Deum califica de «el dogma más eminente de la Astrología»? ¿Es tan estúpido de concebir este compendium de una periodicidad del universo cuya unidad ritmada comienza y acaba en un punto cero, tal como el big-bang, que funciona de todas formas al nivel del ciclo planetario? Este tema cosmológico por de pronto es la herencia cultural de una alta tradición que no podría tener en la historia del pensamiento humano más noble linaje ni más vasto consenso universal, venido de Pitágoras, Platón y Aristóteles y retomados con convencimiento por tantos grandes espíritus.
No es tan simple de desembarazarse así como así de semejante mito de los antiguos. En el corazón de la vida, el ser humano lleva en sí un Hombre Universal que contiene el devenir de la humanidad, cuyo espíritu refleja y restituye la ley de su medio natural. Fundada en las dimensiones del espacio y del tiempo, el alma humana, en tanto que principio de vida identificada a la fuerza animadora del mundo, adhiere al fundamento ordenador del universo, ya que el alma contiene en sí misma, una tal «imagen primordial» del devenir cósmico.
Seguro que aquí hay materia como para un debate a fondo. A mediados del último siglo cuando reinaba una visión casi-pascaliana de un Hombre solo en la inmensidad indiferente de los cielos, de donde había emergido por azar, un racionalismo radical trataba de desprenderse del medio, estigmatizando «la antigua alianza» de un animismo que une el Hombre a la naturaleza, negando o anulando este lazo por una preocupación de objetividad. Disposición que choca al menos con una visión universal según la cual la evolución de la biosfera hasta el hombre estaría en la continuidad sin ruptura de la evolución cósmica en si misma, admitiéndose la profunda y rigurosa unidad, a escala microscópica, del entero mundo viviente, por cuasi-identidad de la química celular en la biosfera entera. Y más aún en que la física cuántica desemboca sobre un principio de no-separatividad que consagra la indivisibilidad del universo, en consideración de un principio antrópico según el cual el observador está en interrelación con el sujeto observado. ¿No sería ésta una vía de retorno al punto de partida de la intuición filosófica de la astrología, quien pregona la unidad del mundo en que la interdependencia de las partes liga silenciosamente el Uno al Todo, aunque sea discretamente?
Ante tal debate, el principio de un programa de Gran-Año inscrito en la trama del Universo no puede ser rechazado a priori y pide de una vez por todas a ser tomado en consideración. Hay que decirlo abiertamente: ya no es absurdo e interrogar a Gaia, nuestro planeta entre el campo cósmico de Ouranos, en la perspectiva de aclararnos sobre nuestro futuro gracias a esta elevación por encima de nuestro propio globo terrestre. A pesar de la resistencia de un superyo autístico que encerroja colectivamente a no pocos sabios que se dedican a lo celeste, como si debiesen prohibirse de ir libremente hasta el fin de ellos mismos.
No obstante tenemos aún casos como el de André Danjon, prestigioso director del Observatorio de Paris, quien declaró en un interview del diario «Le Petit parisien»: «Sólo puedo decirles simplemente que no encontrarán un solo astrónomo que crea en las influencias astrales». Como si sólo hubiese que «creer en las influencias astrales» sin interrogarse sobre ellas. ¿Hay que toparse como aquí con un prejuicio esquizoide que rechaza de poner al Hombre, partícula del universo, producto de la tierra y del Cosmos y último jalón de la evolución, en el centro de la vida cósmica?
Ya en su reputada «Astrología Griega» (1899), Bouché-Leclercq avanzaba: «se puede escribir ya que la historia de la astrología, ahora, está definitivamente muerta», aunque el cadáver aún no estaba frío, se lo sustituyó por un fantasma grotesco. El famoso manifiesto de 1975 de la revista americana «The Humanist», firmado por petición por 192 «científicos eminentes» entre los cuales 19 Premios Nóbel - ¿cuántos entre ellos habían siquiera hojeado un libro de astrología? – concluyendo que nuestro conocimiento «no tiene ninguna base científica y que las pruebas de su no-existencia están bien establecidas» no les podría salir mejor a la vez en materia de compromiso por verdadera ignorancia del sujeto, de condenación errónea (por no decir mentirosa) y de abuso manifiesto del principio de autoridad. Otros 114 en cambio, de la misma talla, como el protestatario astrofísico Carl Sagan, rechazaron de hacer de cordero de panurgo.
Por lo tanto, mientras se estaba en el medio del vado, solo creyendo que el pasado se alineaba sabiamente por la configuración, estaría justificado darse a negar o a dudar, pero esto se vuelve menos tolerable una vez hecho el salto sobre la otra orilla, donde la previsión acertada se presenta como una conclusión del saber. Operación reconductible…
Se impone considerar como un hecho establecido que la experimentación provisional de los ciclos planetarios arroja al menos, resultados, aunque todavía se carecen de los medios científicos de aportar una explicación plena, la dinámica del fruto del conocimiento de toda forma siendo preferible a la inmovilidad estática del prejuicio. Tarde o temprano, se le restituirá a la Astrología su parte de verdad.
Según el mismo Pierre Thuiller ya citado, «el declive astrológico en el S. XVII no es el resultado de una crítica puramente racional, de una demostración en buena y debida forma. De hecho, esta pretendida ciencia no fue rechazada sino más bien cayó en desuso. («De Arquímedes a Einsten», Ed. Fayard, 1988). De alguna forma se volvió obsoleta por una casuística de un cartesianismo reductor, que desmonta sólo su «idea-fuerza», quedando el rechazo inconsistente con que la elimina en que se trata de una simple «idea recibida» sin fundamento, por lo tanto, sin fondo de verdad; desalojar a ésta en función de una evolución del ser humano, que descubre la sutileza de su vida interior profunda, hasta llegar a una resurrección en disciplina renovada. Si todavía no existe en el seno del paradigma científico un «modelo» constructible en el que se podrían insertar los «hechos» astrológicos», éstos no dejan de estar y obligan al mundo científico a llenar esta laguna, que sin duda será en provecho de lo astrológico.
Y luego, solo hay la experiencia provisional mundial que interpela – dada aquí en sólo dos casos – cuando es el entero prontuario de la Astrología que está abierto otra vez para una revisión de su status. Lo que nos obliga a volver sobre el terreno de la astrología individual con los debates estadísticos anteriores sobre los que sus adversarios pusieron a prueba de forma inesperada.
Una primera generación de estadísticas se presentó con los enfrentamientos de Michel Gauquelin (en principio adversario, acabando defensor parcial de la Astrología a pesar de él), con 3 organismos racionalistas: el «Comité Para» belga, el americano «Comité for the Scientific Investigation of Claims of the Paranomarla» y el «Comité francés para el estudio de los fenómenos paranormales» bajo la égida de «Science et vie». Debates de los que trata en su obra» La verdad sobre la Astrología» (Ed. Le Rocher, 1985), que acabaron concentrarse sobre la cuestión de saber si una presencia particular de Marte al elevarse o en la culminación superior en las cartas de los campeones deportivos podría validar la causa astrológica. Caso retenido de una forma exclusiva, como si se trataría de un accidente fortuito.
Fuente: «Los hombres y los astros», Michel Gauquelin, Ed. Pardès, 1992)
Como lo demuestra el cuadro, extraído de su libro «Los hombres y los astros»
(Ed Denöel, 1960), no sólo lo
estableció para Marte con los deportistas, sino con los jefes militares y
médicos cirujanos. A más, también con Saturno y los hombres de ciencia, Júpiter
y los políticos y actores, Venus y los artistas, la Luna y los literatos, lo
que aquí se repite en un conjunto unificado, es a la vez la concordancia
simbólica del temperamento planetario tradicional con su categoría tradicional
correspondiente y la posición de los astros en los mismos dos lugares
privilegiados del movimiento diurno. Resumiendo: tenemos que cada vez, el astro
esperado viene a colocarse en los lugares que se lo esperaba. Rechazar de
considerar el conjunto da prueba de una miopía intelectual afligente, o porqué
no, de una indecente mala fe. A más, el fenómeno se renueva en la comparación
parental: el niño tiende a nacer al levantarse o culminar el mismo planeta que
se había levantado o culminado en el nacimiento de su padre o su madre,
testimonio de una transmisión de temperamento planetario común.
En rigor de verdad, admitamos que los resultados, tan evidentes como aparecen visualmente, se juzgan demasiado débiles para imponerse. La constatación de esta inconsistencia hace comprender el eclipse de la astrología en el tiempo cartesiano de la duda, sutil por naturaleza como la «determinación astral», pero que no podemos darla como nula hoy en día por lo que sabemos sobre la sutileza del ser humano y sus profundidades psíquicas. ¿Será necesario volver sobre lo andado para luego regresar mejor con la suma de nuevos resultados? Es así que llega una nueva generación esta vez, y con fuerza, que pone en escena a toda una población nacional e introduce al mismísimo Sol en el corazón de las tres manifestaciones humanas primordiales: aparejarse, procrear y morir.
Veamos lo que nos llega de la exploración de Didier Castille, disponiendo esta vez de las fuentes de l´INSEE, que revela este triple aporte del fenómeno solar.
1. de un lote de 6,5
millones de casamientos franceses, hechos durante los dos decenios 1976-1997,
parece que las uniones se acrecientan progresivamente a medida que se acercan
los aniversarios de nacimiento de los esposos y el máximo de unión pasa –
(punto central de de la tabla por debajo de la figura), cuando los «cónyuges»
celebran juntos sus cumpleaños el mismo día del calendario, lo que se presta a
la expresión de un atractivo narcisista de lo semejante en lo que lleva a
aparejarse.
2 – Del lote de los 16,7 millones de niños nacidos en Francia entre 1977 y 2000, se reproduce un fenómeno idéntico cuando la pareja engendra: de estas misma uniones vienen mas nacimientos cuando el alumbramiento se aproxima del aniversario natal de uno de los padres (Cf.) Figura padres-hijos, para culminar justo en el máximo de padres-niños nacidos el mismo día del año. Lo que explica una componente de reproducción de lo semejante del parentesco, una estirpe común.
3 – De una totalidad de 9,9 millones de personas, es en la fecha de aniversario que se dan el máximo de decesos. Un simple pequeño índice de cierre de ciclo.
Para concluir, digamos que hay un conjunto de buenas razones de se centrarse, esta vez más seriamente, sobre el prontuario de la astrología. Sea como sea, tarde o temprano, esta rehabilitación se impondrá. Entonces ¿porqué no ceder ahora a la tentación de finalmente hacer la luz sobre lo que hay de auténtico en el arte de Urania, librada de sus sortilegios?
Paris, 23 septembre 2008.
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