“Quien conoce a los hombres es inteligente. Quien se conoce a sí mismo es iluminado. Quien vence a los otros posee fuerza. Quien se vence a sí mismo es aún más fuerte. Quien se mantiene donde encontró su hogar, perdura largamente. Morir y no perecer es la verdadera longevidad”.
Lao-Tse
Juan Goytisolo es desde hace décadas uno de los autores más lúcidos, personales y comprometidos del panorama contemporáneo de las letras en castellano. Su labor como pontífice* intercultural resulta todo un ejemplo de lo que debería ser un verdadero intelectual comprometido, primero y antes que nada, con su propia conciencia y ética personal, como paso previo ineludible para dedicarse después al resbaladizo territorio ajeno.
El autor merecidamente galardonado ahora, aunque ciertamente en forma tardía, demuestra en su discurso ser plenamente consciente de lo difícil que resulta reconocer y extraer alguna traza de luz que ilumine nuestro camino cuando a tientas, como demiurgos ignorantes, iniciamos la senda que trata de desentrañar nuestra propia oscuridad con la noble intención de captar el rocío que nutre nuestra propia "tierra prometida", incapaces de crear, y menos aún de iluminar desde la penumbra de nuestra propia búsqueda el trayecto de aquellos que son ajenos a nuestro viaje, y aún más ciegos a nuestros ojos, satisfechos en su ceguera.
Tal vez esa es la razón que le llevó a exiliarse de nuestro país, con destino a Paris y Marrakech, hace ya varias décadas. Muy probablemente tampoco él ha pretendido jamás ser ejemplo para nadie, sólo ha vivido su propia y silenciosa existencia consciente, como evidencian metafóricamente sus palabras y se desprende de su tímida y ejemplar humildad, de que la luz es un atributo presente en contados seres humanos, y cada vez más escasa en nuestra cultura.
Nos recuerda parafraseando a Lin Yutang que "Hay dos maneras de difundir la luz... ser la lámpara que la emite, o el espejo que la refleja".
Rara avis, nuestro personaje, especialmente en los tiempos que nos ha tocado vivir, donde cada cual piensa que sus palabras rayan lo sublime, mientras en realidad solo reflejan el barro que las circunda.
Ejerciendo de abogado del diablo, sólo me permito criticar de su lúcido discurso el momento final, su guiño a "Podemos", un cántico de sirena impropio de su brillante inteligencia, algo seguramente disculpable por su larga ausencia que lo ha mantenido desconectado de nuestro país.
Nota del autor:
*Pontífice: Del latín Pons-Pontis "puente" y el sufijo ifice, "constructor", el que construye puentes.
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