lunes, 18 de enero de 2016

La guerra de los 25 años


La guerra de los 25 años

Por Manlio Dinucci

17 Enero 2016


La operación «Tormenta del Desierto», iniciada por Washington después de la caída del muro de Berlín –hace exactamente 25 años– no ha terminado todavía. Esta operación marca el fin del mundo bipolar, el de la guerra fría, y el inicio de una era caracterizada por el predominio unilateral de Estados Unidos, predominio que no llegó a su fin hasta el 30 de septiembre de 2015, con el regreso de las fuerzas armadas de Rusia a la escena internacional, en el marco de la operación antiterrorista rusa en Siria. La guerra estadounidense contra Irak se había visto precedida por otra, fomentada por Estados Unidos pero librada únicamente por los iraquíes, contra la Revolución iraní. Al cabo de 35 años de ininterrumpido conflicto, hoy puede verse que la dominación estadounidense apunta, en primer lugar, a impedir el desarrollo de los pueblos del Medio Oriente, lo cual exige la destrucción de sus Estados.





El “orden” estadounidense rige el mundo: el 11 de marzo de 2006, el presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, 
es asesinado en el centro de detención de la ONU en Scheveningen (Holanda); 
el 30 de diciembre de 2006, Sadam Husein es ahorcado al término de una farsa judicial; 
el 20 de octubre de 2011, tiene lugar el linchamiento del líder libio Muammar el-Kadhafi.







Hace 25 años, en las primeras horas del 17 de enero de 1991, comienza en el Golfo Pérsico la operación «Tormenta del Desierto», la guerra contra Irak que abre la fase histórica que hoy estamos viviendo. Esta guerra se inicia en el preciso momento en que, después de la caída del muro de Berlín, van a disolverse el Pacto de Varsovia y la propia Unión Soviética. Esos acontecimientos crean, en la región europea y centroasiática, una situación totalmente nueva. En el plano mundial, desaparece la superpotencia capaz de hacer frente a Estados Unidos.


«El presidente Bush [padre] aprovecha ese histórico cambio», cuenta Colin Powell. Washington traza de inmediato «una nueva estrategia de seguridad nacional y una estrategia militar para respaldarla». La agresión iraquí contra Kuwait, ordenada por Sadam Husein en agosto de 1990, «proporciona a Estados Unidos la oportunidad de poner en práctica la nueva estrategia exactamente en el momento en que comienza a hacerla pública».

Sadam Husein, quien se convierte entonces en el «enemigo número 1», es el mismo personaje a quien Estados Unidos había respaldado en los años 1980 durante la guerra contra el Irán de Khomeiny, el «enemigo número 1» de aquel momento, para favorecer los intereses estadounidenses en el Medio Oriente.

Pero en 1988, cuando termina la guerra contra Irán, Estados Unidos teme que Irak, gracias a la ayuda soviética, logre hacerse con un papel dominante en la región. Los estadounidenses recurren entonces a la tradicional política de «divide y vencerás». Obedeciendo al guión de Washington, Kuwait también cambia de actitud y exige el reembolso inmediato de la deuda contraída por Irak. Al mismo tiempo, explotando el yacimiento de Rumaila –a caballo entre los territorios de Kuwait e Irak– Kuwait eleva su producción de petróleo más allá de la cuota establecida por la OPEP, perjudicando así los intereses de Irak, que salía de la guerra contra Irán con una deuda externa superior a los 70 000 millones de dólares, de los que debía 40 a Kuwait y Arabia Saudita.

Ante esa situación, Sadam Husein cree poder resolver el problema «reanexando» el territorio de Kuwait, que –conforme a las fronteras trazadas en 1922 por el procónsul británico Percy Cox– cierra el acceso de Irak al Golfo Pérsico. Washington hace creer a Bagdad que no tiene intenciones de intervenir en el asunto y, el 25 de julio de 1990, mientras los satélites del Pentágono muestran que la invasión [iraquí] es ya inminente, la embajadora estadounidense en Bagdad, April Glaspie, asegura a Sadam Husein que su país desea tener las mejores relaciones con Irak y que no piensa interferir en los conflictos entre países árabes. Sadam Husein cae en la trampa: una semana después, el 1º de agosto de 1990, Irak invade Kuwait.

Después de formar una coalición internacional, Washington envía al Golfo una fuerza de 750 000 hombres, de la que el 70% son estadounidenses, bajo las órdenes del general Schwarzkopf. Durante 43 días, 2 800 aviones de Estados Unidos y sus aliados efectúan más de 110 000 misiones aéreas, lanzando sobre Irak 250 000 bombas, entre ellas bombas de racimo que a su vez proyectan 10 millones de sub-municiones. Junto a las fuerzas de Estados Unidos participan en los bombardeos las fuerzas aéreas y navales del Reino Unido, Francia, Italia, Grecia, España, Portugal, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega y Canadá.

El 23 de febrero, las tropas de la coalición (plus de un millón de hombres) inician la ofensiva terrestre, que termina el 28 de febrero con un «alto al fuego temporal», proclamado por el presidente Bush. La guerra cede lugar al embargo, que provoca en la población iraquí más víctimas que la propia guerra: más de un millón de muertos, la mitad de ellos entre la población infantil.

Inmediatamente después de la guerra del Golfo, Washington lanza un límpido mensaje a sus adversarios y aliados: «Estados Unidos es el unico Estado con una fuerza, un alcance y una influencia que abarcan en toda dimensión –política, económica y militar– verdaderamente mundiales. No existe ningún sustituto al liderazgo estadounidense» (Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, agosto de 1991).

La guerra del Golfo es la primera en la que la República Italiana participa bajo las órdenes de Estados Unidos, violando así el Artículo 11 de su propia Constitución. La OTAN, aunque no participa oficialmente en esa guerra, pone sus fuerzas y estructuras a la disposición de las operaciones militares. Meses después, en noviembre de 1991, el Consejo Atlántico promulga, en la estela de la nueva estrategia estadounidense, la «nueva concepción estratégica de la Alianza». Ese mismo año se promulga en Italia el «nuevo modelo de defensa» que, en contradicción con la Constitución de la República Italiana, estipula como misión de las fuerzas armadas italianas «velar por los intereses nacionales dondequiera que sea necesario».

Nace así, con la guerra del Golfo, la estrategia que conduce a las guerras que a partir de entonces van a sucederse, bajo las órdenes de Estados Unidos, presentadas como «operaciones humanitarias de mantenimiento de la paz»: Yugoslavia en 1999, Afganistán en 2001, Irak en 2003, Libia en 2011 y Siria desde 2013, guerras acompañadas además, en el mismo marco estratégico, por las guerras de Israel contra el Líbano y Gaza, por la guerra de Turquía contra los kurdos del PKK, por la guerra de Arabia Saudita contra Yemen, por la creación del Emirato Islámico y de otros grupos terroristas implicados en la estrategia de Estados Unidos y la OTAN, por el uso de fuerzas neonazis por el golpe de Estado en Ucrania en función de la nueva guerra fría contra Rusia.

Proféticas, pero en el sentido trágico, han resultado las palabras que el presidente Bush pronunciara en agosto de 1991: «La crisis del Golfo pasará a la historia como el crisol del nuevo orden mundial».








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