FORMACIÓN DE UN NUEVO ORDEN MUNDIAL – 1ª PARTE
¿Por qué
un Yalta II?
Por Thierry Meyssan
15 de
junio de 2021
Estados Unidos no es la
hiperpotencia mundial que soñó ser.
En Siria, acaba de sufrir una tremenda derrota militar, a pesar de
haber tenido el apoyo de cientos de países aliados. Y ahora, aunque esos
aliados de Estados Unidos sigan haciéndose ilusiones, ha llegado el
momento de saldar cuentas. Para sobrevivir, Washington no tiene más
opción que aliarse a uno de sus adversarios. ¿Optará por Rusia o
por China? Ese es el dilema.
El 3 de mayo de 2021, en una reunión preparatoria
con vista a la cumbre del G7, el ministro de Exteriores británico,
Dominic Raab (en primer plano), y el secretario de Estado, Antony Blinken
(al fondo), daban a entender que Occidente combatiría simultáneamente
a Rusia y a China. Pero lo que se vio en el G7 fue
muy diferente.
No es posible vivir en sociedad sin reglas. Si esas reglas son
injustas, nos levantamos contra ellas y las cambiamos.
Es algo inevitable porque aquello que en algún momento pudo parecer
justo puede dejar de serlo al cabo de cierto tiempo.
En todo caso, se necesita un orden y sin orden todos
acaban siendo enemigos de todos. Así sucede entre las personas y
lo mismo pasa entre los pueblos.
En 1945, la conferencia de Yalta sentó las bases de una división del mundo
en zonas de influencia entre los tres grandes vencedores de la Segunda Guerra
Mundial: Estados Unidos, Reino Unido y, sobre todo, la Unión
Soviética. Después, a lo largo de la guerra fría, cada bando insultó
públicamente al otro, aunque siempre acabaron entendiéndose por debajo de
la mesa. La investigación histórica ha demostrado que, aunque
en diferentes momentos lo acordado en Yalta pudo haber volado
en pedazos y dar paso al enfrentamiento, los insultos estaban destinados
más bien a consolidar la unidad dentro de cada bando.
Ese modus vivendi se mantuvo hasta la desaparición de la
URSS, en 1991.
Desde entonces, Estados Unidos ha pretendido ser la única hiperpotencia capaz de organizar el mundo, lo cual no ha logrado. En numerosas ocasiones, China y Rusia –esta última heredera de la URSS– han tratado de redistribuir las cartas. Tampoco lo han logrado, pero han avanzado en ese sentido. Reino Unido, que se había incorporado a la Unión Europea durante la guerra fría, acaba de abandonarla para volver a competir en el escenario internacional –según la doctrina denominada «Global Britain». Por consiguiente, ya no son tres sino cuatro las potencias que aspiran a repartirse el mundo.
Como resultado del periodo de confusión 1991-2021 –desde la Operación Tormenta del Desierto hasta el «rediseño del Medio Oriente ampliado»–, la ambición de Estados Unidos acabó naufragando en Siria. Estados Unidos ha demorado años en admitir su derrota. Las fuerzas armadas de la Federación Rusa disponen actualmente de armas mucho más avanzadas y las de la República Popular China cuentan con personal mucho más calificado. Es urgente para Washington tomar en cuenta la realidad y aceptar un acuerdo, sin lo cual acabará perdiéndolo todo. Ya no se trata de escoger lo que pueda resultarle más ventajoso sino de hacer lo necesario con tal de sobrevivir.
Los aliados de Estados Unidos no han entendido la importancia de la catástrofe militar que sufrieron en Siria. Siguen engañándose a sí mismos y persisten en presentar ese importante conflicto –en el cual participaron más países que en la Segunda Guerra Mundial– como una «guerra civil» que estalló en un pequeño y lejano país. Así que será particularmente difícil para ellos plegarse a los constantes retrocesos de Washington.
Un Yalta II es la última oportunidad para el Reino Unido. Lo que fue «el imperio donde el sol nunca se oculta» ya no cuenta con los medios militares necesarios para concretar sus ambiciones. Pero conserva una habilidad de maniobra excepcional y el enorme cinismo que le valió ser llamado «la pérfida Albión», así que participará en cualquier arreglo que le garantice algún tipo de ganancia. Poniendo en juego los rasgos culturales que tiene en común con Estados Unidos, así como sólidas redes de influencia, Reino Unido se desliza en los pasos de la administración estadounidense. La Pilgrim’s Society (Asociación de los Padres Peregrinos), muy presente en el seno de la administración Obama, está ahora de regreso en la Casa Blanca.
Rusia no es la URSS –la mayoría de los dirigentes soviéticos no eran
rusos. El objetivo de Rusia no es lograr el triunfo de una
ideología. La política exterior rusa no se basa en una nebulosa
teoría “geopolítica” sino en la proyección de su fuerte personalidad como
país. Rusia está más dispuesta a pasar por alto sus intereses que a
renegar de sí misma.
China ha superado enormes problemas sin ayuda de nadie.
Así que no está en deuda con nadie, sobre todo
tratándose de quienes trataron de acabar con ella a principios del
siglo XX. El objetivo de China es, ante todo, recuperar su
zona de influencia regional y comerciar con el resto del mundo. China sabe
esperar pero no está dispuesta a hacer concesiones. Hoy es aliada
de Rusia, pero recuerda el papel que el imperio ruso desempeñó
en su colonización y no ha abandonado sus reclamos territoriales sobre
la Siberia oriental.
En pocas palabras, cada una de estas cuatro potencias actúa según su propia
lógica y todas persiguen objetivos diferentes. Eso hace más fácil llegar
a un acuerdo, pero dificulta que lo respeten.
En Washington, el Pentágono creó un grupo de trabajo encargado de
reflexionar sobre las opciones posibles ante China, adversario al que
Estados Unidos teme más que a Rusia ya que todo lo que
Pekín logre recuperar en su zona regional de influencia será en detrimento
de las posiciones de Washington en Asia. Por su parte, la
Casa Blanca formó un grupo de trabajo ultrasecreto que debe plantear las
nuevas órdenes posibles. El grupo de trabajo del Pentágono, llamado
DoD China Task Force, ya entregó su informe, cuyo contenido es
secreto. En cuanto al de la Casa Blanca, nadie sabe si
ha terminado o no sus trabajos.
Este último grupo es el que tiene en sus manos el destino de
Estados Unidos y hasta la identidad de sus miembros se mantiene
en secreto. Es evidente que son más poderosos que un presidente
senil. Este grupo goza de un poder de decisión comparable al del Grupo
de Desarrollo de la Política Energética Nacional (National Energy Policy
Development Group), creado y dirigido por Dick Cheney bajo la administración de
George Bush hijo.
Nada permite saber, por ahora, si el grupo de trabajo creado en la Casa
Blanca representa objetivos políticos o intereses financieros. Lo que sí
está claro que el mundo internacional de la finanza está influyendo tanto en
la OTAN como en la Casa Blanca. Su objetivo no es modificar las
alianzas sino más bien disponer de la información necesaria para poder
adaptarse discretamente a los cambios y conservar su posición
predominante.
Los desplazamientos de los diferentes enviados especiales de Washington
hacen pensar que la administración Biden ya optó por reinstaurar el duopolio
que caracterizó los tiempos de la guerra fría. Para Washington, esa
es la única posibilidad de evitar una guerra contra una alianza ruso-china,
conflicto en el que Estados Unidos tendría muy pocas posibilidades de
sobrevivir.
Pero esa opción implica que Washington tendría que comprometerse a defender
la integridad de la Siberia rusa ante los reclamos de China y que Moscú
decida reciprocar esa actitud defendiendo las bases y posesiones de
Estados Unidos en la zona de influencia de China.
Esa opción supone también que Washington reconozca la preeminencia
económica de China a nivel mundial, pero también permitiría
a Washington contener políticamente a China para que
nunca logre convertirse en una potencia mundial en todo el sentido
de ese término.
China sería entonces el único verdadero perdedor ya que seguiría viéndose privada de su zona de influencia y quedaría “arrinconada” en el plano político. Sin embargo, sería posible apaciguarla –por ahora– permitiéndole recuperar Taiwán, territorio que el grupo de trabajo del Pentágono cataloga ahora –desde hace una semana– como «no esencial» para Estados Unidos [1].
Hay que entender que el principal obstáculo que enfrenta Estados Unidos es de orden mental. Desde 2001, Washington está convencido de que la inestabilidad le favorece. Por eso alimenta y utiliza a los yihadistas en todas partes del mundo, en aplicación de la doctrina Rumsfeld-Cebrowski [2]. Pero la idea de un acuerdo como el de Yalta es, por el contrario, una apuesta de las partes por la estabilidad… precisamente lo que Moscú predica sin descanso desde hace más de dos décadas.
El presidente Biden planeó reunirse con sus socios británicos para
fortalecer su alianza según el modelo de la Carta Atlántica, reunir
después a sus principales aliados en el marco del G7 y finalmente reunirse
también sus aliados militares y civiles de la OTAN y la Unión Europea. Y
sólo después de haber garantizado que todos se mantienen fieles a
Washington, Biden sostendrá el encuentro pactado con el presidente ruso,
Vladimir Putin, en Ginebra, el 16 de junio.
Pero todo eso es tremendamente paradójico ya que de hecho
se trata de que la administración Biden haga exactamente lo mismo
que le impidieron hacer a la administración Trump. Se han
desperdiciado 4 años.
(Continuará)
Thierry Meyssan
Notas
1] «Polémica en el Pentágono sobre la manera de lidiar con
China», Red Voltaire, 11 de junio de 2021.
[2]«Proyecto militar de
Estados Unidos para el mundo» y «La doctrina Rumsfeld-Cebrowski»,
por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 de agosto de 2017 y
25 de mayo de 2021.
Fuente: https://www.voltairenet.org/article213374.html
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