Entre el miedo a la escalada de contagios por la actual pandemia y a un presumible apagón energético, mañana día de Nochebuena tendremos la cuadratura final, regresiva o de cierre del actual ciclo Saturno - Urano.
No es por tanto de extrañar que estemos ante un nuevo periodo de restricciones, entre las que podrían producirse sin duda, las de carácter energético y más concretamente de índole eléctrico.
Ortográficamente sabemos que:
Saturno significa todo tipo de impedimentos, austeridad, retraso, escasez, ausencia, falta, restricción etc etc
Urano es simbólicamente sinónimo de sorpresivo, repentino e inesperado y rige la electricidad, la electrónica, la informática y la tecnología puntera .
De tal forma podríamos concluir que ortográficamente una lectura perfectamente posible de este aspecto sería la "falta ó la restricción de fluido eléctrico"
El aspecto entre ambos es un aspecto de tensión, una cuadratura lo que aumenta más que la situación pueda producirse.
También conocemos como funciona este aspecto en cuanto a las fuentes de energía y su alza en el precio de mercado. En concreto los siguientes gráficos de comportamiento en los hidrocarburos son bastante clarificadores
Cuadratura regresiva Saturno-Urano 1928-33 (1929-32) - (Se produjo Junto la oposición simultánea de Saturno-Plutón y la cuadratura Urano-Plutón).
Niveles récord de desempleo, lo que provocó el New Deal en 1933.
Establecimiento del Tercer Reich y ascenso de Hitler en 1933 cuando Saturno ingresó en Acuario .
Conjunción Júpiter-Saturno-Urano 1940-41. En Tauro. Con Saturno cuadratura Plutón
Fin del imperio británico
Primer aterrizaje suave en Marte.
Final del “Mundo Bipolar” con el derrumbe de la URSS.
Vuelo 655 de Irán Air es derribado "accidentalmente" por EE.UU en espacio aéreo Iraní.
Desastre aéreo en espectáculo en la Base de Ramstein (Alemania). 3 aviones chocan y uno se estrella contra la multitud
Desastre aéreo en Lockerbie.El vuelo 103 de Pan Am explota sobre la ciudad escocesa.
Explosión en planta industrial de cohetes de combustible sólido en Nevada. PEPCON.
Explosión en la plataforma petrolera Piper Alpha en el Mar del Norte.
Explosión e incendio en la plataforma Ocean Odyssey en el Mar del Norte.
Colapsa en Green Bank, West Virginia telescopio enorme.
NASA reanuda vuelos del transbordador espacial con el Discovery
Fuerza Aérea de EE. UU. Revela existencia del avión furtivo Lockheed F-117 Nighthaw.
Se completa el primer cable telefónico transatlántico que utiliza fibra óptica para Internet.
Oposición Saturno-Urano 2007-12 (2008-10) - Con Saturno en cuadratura Plutón .
Momento álgido del ciclo que comenzó en 1988. Crisis económica de la crisis crediticia.
Barack Obama elegido primer presidente de raza negra de Estados Unidos.
Conservadores regresan al poder en el Reino Unido.
Trígono Saturno-Urano 2016-18
Elección de Donald Trump como presidente en los EE. UU.
Referéndum del Brexit que conduce a Reino Unido a abandonar la UE
ERA DE LA ESCASEZ
El otoño de la civilización (y la ruptura de la cadena
de suministros)
Hemos pasado el verano
de la historia, en el que todo iba cada vez a más y mejor, en el que la
abundancia material fue la norma
Antonio Turiel / Juan Bordera
17/09/2021
Campo de trigo en Pina de Montalgrao (Comunitat
Valenciana).
Históricamente, en
nuestras latitudes, el otoño era un tiempo de recogimiento. De frenar el ritmo
trepidante del verano. De prepararse para el inevitable y crudo invierno. Pero
eso era antes. En la actualidad hemos logrado difuminar las estaciones. Gracias
a nuestro ingenio, hemos creado un desarrollo tecnológico que nos permite –a
los privilegiados– habitar ambientes cálidos en inviernos fríos y viceversa. Las
frutas y verduras ya nos llegan en todas las estaciones y de cualquier parte
del mundo en cualquier momento, gracias a la complejidad de nuestro sistema. En
uno de los grandes –quizá aparentes– avances de nuestra civilización,
en cierta manera, hemos disciplinado a la fuerza de los ciclos naturales.
Sin embargo –habrá quien
le encuentre un reverso poético a esto–, para lograr someter a los ciclos,
hemos usado tal cantidad de combustibles fósiles que ya no solo los tiempos
están cambiando. Las estaciones también. Nuestra pírrica victoria solo ha sido
temporal. Temporal, como los que estamos desatando. No solo hemos diluido los
ciclos, digamos, de puertas para dentro, sino que estamos creando un nuevo
estado climático caótico que nos va a sorprender con fenómenos meteorológicos
cada vez más abruptos, inesperados, potentes y frecuentes. Es la consecuencia
de haber pretendido dominar los ciclos, sin antes comprenderlos.
A la cadena de
suministros le está pasando algo que parece que tampoco comprendemos bien. Al
principio fueron los microchips. No se producían los suficientes. Las fábricas
de coches empezaron a parar algunos días para acomodar su producción. Después,
la escasez de chips afectó a la PlayStation 5. Si quieres una nueva, tienes que
encargarla y esperar unos meses.
Luego empezaron a
escasear –y a aumentar de precio– muchos materiales de construcción: acero
laminado, aluminio, cobre, cemento…hasta madera. También faltan ya algunos
pigmentos, resinas epoxi y varios tipos de plásticos. La lista de materias
primas que está escaseando es cada vez más larga, y eso empieza a afectar a las
materias elaboradas a partir de las materias primas. Faltan recambios para
algunos coches, o para bicicletas. Hay ordenadores e impresoras que
discretamente han desaparecido del catálogo.
La lista de materias primas que está escaseando es cada vez más larga, y
eso empieza a afectar a las materias elaboradas a partir de las materias primas
Pero el problema no se
acaba en lo más anecdótico: ocurre que algunos alimentos comienzan también a
escasear. Que este año la
cosecha de trigo en Rusia será mala y
el precio del trigo está aumentando. Que falta acero y aluminio para las latas,
que los costes de
los contenedores, de los transportes marítimos, se han multiplicado por diez o por veinte. Que falta de
todo.
Pero eso no es todo,
ojalá. De repente el precio de la electricidad también se ha disparado, y las
familias y empresas lo sufren. Rápidamente los medios de distracción y los
tertulianos han puesto el grito en el cielo, atacando al Gobierno o a las
eléctricas, pero –aunque hay responsabilidades compartidas y el pulso del
oligopolio a un ejecutivo blando pero que no controlan del todo es evidente–, poco a poco se empieza a escuchar cuál es la causa
principal de la subida de la luz: falta gas natural. Y no falta solo en España:
falta en toda Europa. Argelia, antaño suministrador fiable de gas a España,
ahora solo nos envía menos de la mitad que hace unos años, y las energéticas
han buscado gas en otros países. Obviamente, pagándolo a un precio mucho más
caro. Incluso hemos llegado al punto en el cual compañías
productoras de fertilizante están paralizando ya algunas de sus plantas en
España y Reino Unido debido al creciente precio del gas. Habrá que vigilar bien esto: tras aquella “revolución
verde” en la agricultura, que más bien fue negra, color crudo, la cadena
alimentaria es absolutamente petrodependiente.
El mundo se ha vuelto
loco. Después de la convulsión de la covid, cuando se esperaba la recuperación
económica, todo parece irse al garete, así, por las buenas. Sin previo aviso.
¿Sin previo aviso?
En realidad, sí que hubo
aviso. Y no uno: muchos. Y no solo recientes, sino algunos que vienen resonando
desde hace décadas. Nada de lo que pasa es casual ni del todo inesperado. Se
sabía que acabaría pasando. Se sabía, pero no se quería actuar, porque eso
implicaba cambiarlo casi todo. Tantas cosas, que cada gobernante y cada
consejero delegado decidió cerrar los ojos y esperar a que el problema se
solucionase solo o lo solucionase otro. Tal vez llegara un milagro tecnológico,
pensaron. Pero no vino otro que lo solucionase ni se resolvió solo. Y el
milagro no llega.
Hace 16 años, en
2005, la producción de
petróleo crudo tocó su máximo. Es lo que
se conoce como cenit del petróleo convencional, el peak oil del
petróleo más versátil y fácil de extraer. Desde entonces, se han introducido un
montón de (malos) sucedáneos del petróleo para compensar el estancamiento y
posterior caída de la cantidad de petróleo bueno que se
producía cada año; así, se empezaron a producir biocombustibles obtenidos a
través de cultivos, se extrajeron alquitranes en Canadá y Venezuela para
combinarlos químicamente con gas natural y obtener algo vagamente parecido al
petróleo. Por último, se impulsó la locura/burbuja del fracking en
los EE.UU. Había que intentar rebañar las gotas dispersas de hidrocarburos
degradados que se encuentran en algunas rocas. Todo prácticamente en vano.
Estos sucedáneos, los petróleos no convencionales, son demasiado caros de
extraer y tratar, y encima no son tan buenos. Algunos no valen ni para producir
diésel.
Las compañías petroleras
intentaron seguir en el negocio, pero tras años de pérdidas enormes a pesar de
que el petróleo se vendía caro, en 2014 decidieron comenzar a arrojar la
toalla. No merecía la pena seguir luchando. Desde 2014, las petroleras han
reducido un 60% su inversión en la búsqueda y puesta en explotación de nuevos
yacimientos. Ese frenazo tan rápido garantizaba que la producción de petróleo
comenzaría a caer en breve, y así ha sido: desde diciembre de 2018 la
producción va cayendo, problema que ha agravado en 2020 la covid. Ojo,
importante: agravado. No provocado.
Como hemos dicho, este
proceso de caída de la producción de petróleo es conocido desde hace décadas,
se ha avisado de él con frecuencia. Y ya está pasando, con el carbón, el uranio
y, en menor medida, con el gas natural. Hemos topado con los límites de muchos
de los recursos naturales esenciales. Tal y como se avisó ya en 1972. Hemos
entrado en el siglo de los
límites. Durante décadas, geólogos,
ingenieros de minas y científicos de diversos ramos habían advertido sobre la
inevitable crisis energética y de materiales que causaría el peak oil.
Y no se ha hecho nada. Se ha esperado a que la escasez comenzara a ser notoria.
Falta diésel desde 2015,
y por ello, la extracción de minerales y el transporte marítimo se encarecen.
Todas las carencias que se van desencadenando se retroalimentan y hacen el
problema cada vez más grave: si hay menos plástico y menos cobre faltan cables,
y entonces faltan máquinas, que disminuyen la producción de tantas otras
materias primas y elaboradas. Si se extrae y transporta menos hierro por la
falta de diésel y el encarecimiento de los portes marítimos, se fabrican menos
contenedores y eso hace que los precios del transporte por mar se disparen aún
más. El efecto mariposa de la complejidad, dentro de la propia
cadena de suministros.
Europa se enfrenta a una
crisis de suministro de gas natural en los próximos meses. Motivo: sus dos
principales proveedores (Rusia y Argelia) llegaron a su máximo de producción,
su peak gas, y su producción ya cae en este momento. Esto encarece
la electricidad, pero también la fabricación de cemento, los fertilizantes y un
largo etcétera. Las ramificaciones de la escasez de petróleo y de gas se
extienden por todo el tejido industrial y productivo del mundo. Tanto el mundo
empresarial como el político asisten aparentemente perplejos, no saben cómo
reaccionar. Bueno, algunos en realidad sí saben: la compañía Maersk –el
principal operador mundial de transporte marítimo de mercancías- ha multiplicado
por 10 sus beneficios en el primer semestre.
Falta diésel desde 2015, y por ello, la extracción de minerales y el
transporte marítimo se encarecen
La propia Agencia
Internacional de la Energía, el organismo de referencia en su sector, aún no ha
anunciado las conclusiones principales de su informe anual cuando falta un mes
para su publicación: ni siquiera se han atrevido a abrir la compra previa –que
en julio habitualmente ya estaba disponible–, seguramente porque no saben cómo
tiene que continuar la historia para resultar creíble. Todo ello entremezclado
además con el enorme reto climático que tantos sustos ha dado ya este verano:
olas de calor por todas partes que llevan el termómetro a valores inéditos,
incendios que arrasan casi países enteros, DANAS, inundaciones sin precedentes
y trombas de agua en medio mundo. Por supuesto también en España. Hasta
tornados estamos viendo en algunas zonas del interior de nuestro país. E
incluso hemos asistido a un pequeño
terremoto dentro del IPCC.
Volviendo a la cruda
cuestión de la energía: no se puede resolver la crisis energética y de materias
primas con más inversión. El problema es estructural. Los yacimientos han
tocado máximos y decrecen inevitablemente. Cada vez costará más obtener petróleo,
gas u otras materias primas.
Y como las materias
primas ya escasean, no podremos implementar todos esos masivos parques de
energías renovables que se proyectan en todas partes al mismo tiempo
–presionando más la cadena de suministros–, y que requieren de ese neodimio,
plata, disprosio y otros tantos materiales cada vez más buscados. Además, el
abaratamiento de muchos de esos paneles o aerogeneradores (que tienen una vida
útil determinada de unas pocas décadas y luego han de ser sustituidos) ha sido
posible gracias a la globalización y a las economías de escala. Cuestionable,
como mínimo, que se puedan mantener a medio plazo.
Aún tenemos tiempo para hacer preparativos y evitar lo peor. Pero no
podemos esperar más, porque de hecho ya llegamos tarde
Deberíamos dejar de
hablar de macroproyectos y tecnofábulas fantasiosas, y centrarnos en cosas más
simples e imprescindibles. Garanticemos el suministro de alimentos,
garanticemos el agua limpia, aseguremos las necesidades locales, relocalicemos
el trabajo, trabajemos con materiales de proximidad y montemos los sistemas
locales y resilientes que necesitamos, tanto de producción de energía como de
todo lo demás. Dejemos de encandilarnos con las eternas promesas tecnológicas
incumplidas y salvemos lo salvable. Adaptémonos a lo que ha de venir
igualmente.
Repensemos el
modelo Just In Time, ese modelo basado en la aceleración perpetua y
evitar almacenar para ahorrar costes. Asumamos que solo fue posible mientras
sobraba de todo. Que nos ha dado problemas durante la pandemia –ahora sabemos
bien que las cosas no siempre llegan justo a tiempo– y que su influencia en la
escasez creciente también es notoria. Al fin y al cabo, qué era el otoño sino
el momento de almacenar para afrontar el duro invierno.
Hemos pasado el verano
de nuestra civilización, en el que todo iba cada vez a más y mejor, en el que
la abundancia material fue la norma. Como la cigarra de la fábula, no hemos
aprovechado la bonanza del verano para hacer acopio para los malos tiempos.
Ahora se acerca el otoño de la civilización.
El otoño siempre fue una
especie de ruptura natural en la cadena de suministros. De repente, pasado el
cénit energético del verano, se llegaba a un punto en el que se empezaba a
tener menos, y había que adaptarse para afrontar el invierno. Aún tenemos
tiempo para hacer preparativos, para tomar medidas adecuadas con determinación,
para evitar lo peor. Pero no podemos esperar más, porque de hecho ya llegamos
tarde. Estos preparativos tardíos de otoño no serán tan efectivos como habrían
podido serlo en pleno verano.
El otoño de la
civilización no es ni más ni menos que nuestro inexorable regreso –en
principio lento– a vivir dentro de unos ciclos que nunca debimos dar por
vencidos. En tiempos que cada vez serán menos complejos, pero más difíciles,
vamos a tener menos energía para aclimatarnos a un invierno profundo que puede
durar décadas, incluso siglos. Y ni la primavera ni el siguiente verano
aparentemente invencible están asegurados. Habrá que ganárselos. Benedetti, a
su manera, también lo vio venir: aprovechemos el otoño / antes de que el
invierno nos escombre […] aprovechemos el otoño / antes de que el futuro se
congele / y no haya sitio para la belleza /porque el futuro se nos vuelve
escarcha.
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